El cuento de Mohammad y otras historias

El jardin de los monos

Un testimonio revive la vida cotidiana en el Chaouen de mediados del siglo XX, entre tradiciones locales y tensiones por la inminente independencia marroquí

Chefchaouen, la santa y enigmática ciudad

En la medina de Chaouen
En la medina de Chaouen / M.H

Lucio ya me había comentado que cuando llegó a Chaouen, vivía en la calle en cuesta que separaba la muralla de la medina con el cementerio musulmán, en un edificio en el que, la parte central, era la vivienda de un acaudalado chauní llamado Mohammad, y la vivienda lateral, a su izquierda, era la que le había alquilado su padre. Y poco tardó en volver a recordar sus vivencias. La ventana de mi dormitorio ̶ me dijo ̶ , tenía vistas al cementerio y me fascinaba ver por las noches, cuando me asomaba a ella, multitud de lucecitas, como luciérnagas, repartidas por todo el camposanto.

Brillaban intermitentemente, cada una con su propia intensidad y luminosidad. Si te quedabas un rato observándolas podías comprobar que algunas se apagaban para siempre, desaparecían, en tanto que otras, aumentaban su tamaño y brillaban con más intensidad. Luego supe ̶ continuó ̶ que eran los fuegos fatuos, ya que los musulmanes entierran a sus difuntos sin féretro, envueltos en una sábana, lo que facilita que salgan a la superficie las luces producidas por el fósforo de los huesos de los cadáveres. El caso es que un día que Mohammad se enrolló conmigo, aproveché para preguntarle por las lucecitas que yo veía por mi ventana y, ni corto ni perezoso, puesto en su salsa, me invitó a sentarme con él en uno de los bancos que tenía el porche de su casa.

Yo no sé si lo que me contó eran creencias de su fe islámica, era una fábula teosófica o simplemente era un cuento religioso. Lo cierto es que Mohammad, me explicó lo siguiente: Mira, Lucio, en el camposanto reposan los seres queridos que nos han dejado para irse con Alá cuando Él los llama y es una especie de purgatorio. Las luces que tú ves son los luceros de las almas que aún están en la tierra, purgando sus pecados y preparándose para cuando llegue el día de presentarse ante Alá y su profeta Mahoma.

Unas lucen poco porque aún no han purgado sus pecados. Los que menos lucen pertenecen a aquellos seres que han sido soberbios y que han despreciado a los demás. La falta de humildad, la humillación al prójimo y la falta de caridad son los pecados que Alá más castiga, porque en vida han sido personas aborrecibles. Conforme van purgando sus pecados, los luceros incrementan su intensidad de luz y pasado un tiempo, de repente, desaparecen. Eso es porque ha llegado su momento y están ya en el cielo. Cada vez que uno de esos luceros se apaga aquí en la tierra, aparece una nueva estrella en el firmamento. Algún día, también los luceros de nuestras almas, se apagarán en la tierra y lucirán allá arriba, junto a Alá. Bueno, pensé, como dicen los italianos, “se non è vero, è ben trovato”.

El cementerio estaba entre la medina y la expansión del Chaouen español. Una avenida (llamada, hoy en día, de Hasan II) unía la puerta principal de la medina con la Plaza de España (hoy es la Plaza de Mohamed V). Por su lado derecho la delimitaba el muro del cementerio musulmán y, por el otro lado, una zona ajardinada la separaba de una calle a la que daban fachada unos bloques, de dos o tres plantas, de viviendas. En una de ellas vivía mi amigo Miguelín, hijo de un maestro, Don Manuel, que tenía ocho hijos.

La Plaza de España era una de las plazas circulares más bonitas del norte de Marruecos. Constituye un espacio clave en la ciudad nueva (la parte "española"), en ella estaba la antigua iglesia católica (ahora centro juvenil), y estaba rodeada de edificios administrativos y un gran edificio de cinco o seis plantas de viviendas, siendo la planta baja El Casino. El diseño de la plaza tenía influencias españolas y marroquíes, con zonas ajardinadas con naranjos y varias fuentes (incluyendo una de Joan Miró). En la planta alta del edificio del Casino, había dos áticos con una enorme terraza compartida, en la que había unos pequeños trasteros de otros vecinos.

Al llegar las Navidades de ese año, nos mudamos y nos fuimos a vivir a uno de los áticos del edificio del Casino. Fue un año ̶ continuó Lucio con su relato ̶ en el que pasaron muchas cosas. Yo había comenzado el bachillerato elemental. Las clases las dábamos en el colegio, a excepción de la clase de Religión que la recibíamos en la sacristía de la iglesia, ya que el profesor era el cura. Un gallego rijoso al que le gustaba el pirriaqui (cuando le hacía de monaguillo, siempre le parecía poco el vino que le echaba en el cáliz). Era un forofo hincha del Celta de Vigo. Ese año perdió seis a cero con el Bilbao. Durante las clases, solía dejarnos en la sacristía estudiando mientras él leía el breviario caminando pasillo arriba, pasillo abajo. Siempre había algún alumno que aprovechaba el momento para gritar: “Atleeeeeeeeeeeti”. La reacción no se hacía esperar, entraba descompuesto y al primero que pillaba le cogía del flequillo y, con fuerza, tiraba hasta hacer que la frente frenara en sus nudillos. Para ese coscorrón con repetición tenía una habilidad inusitada.

Desde la plaza, cerca de la iglesia, había una escalera que bajaba a la zona de los acuartelamientos. ̶ Lucio se tomó un respiro y se quedó pensando, en un intento de recordar cuantos eran y a qué Armas pertenecían. Después continuó describiendo la zona ̶ Recuerdo que al bajar había un edificio de dos plantas que era un bar al que le llamaban el “casino militar” y que, su planta alta eran viviendas de militares. Por conversaciones oídas a los mayores, supe que en Chaouen estaba el cuartel general de la División de Infantería apodada “División África”, al frente de la cual, estaba el general Mariano López de la Cámara y del Rey, del que había oído hablar en alguna ocasión a mi padre, pues era la máxima autoridad de la región chauní. Había otro cuartel de Infantería donde estaba el Regimiento “Serrallo” y también estaban algunas unidades de los Regulares pertenecientes al Grupo de Regulares de Tetuán. No faltaban algunas unidades de servicios y apoyo, entre los que se encontraba el Hospital Militar. Si recuerdo que, a la entrada de la medina, la puerta principal estaba flanqueada por un cuartel de la Mehaznia (o Mejannia), donde estaban las tropas auxiliares indígenas encargadas de la seguridad interior y apoyo. Enfrente estaba el cine del pueblo.

Este año, como ya te dije antes, fue muy movido ya que, a primeros de año, en abril creo, se produjo el acuerdo por el que Franco le reconoció la independencia a Marruecos (según mi padre ̶ comentó Lucio ̶ para García Valiño, que era Teniente general del Ejército, jefe del Estado Mayor Central y el alto comisario de España en Marruecos, fue como “una patada en los huevos”). Vimos como en un par de meses las tropas fueron abandonado los cuarteles, no sin antes destruir todas las instalaciones militares.

Fueron unos meses de cierta tensión, en los que se produjeron provocaciones por parte, sobre todo, de los militantes del partido marroquí por la independencia Istiqlal. Pero no fue a mayores y no hubo sucesos de importancia. A los maestros españoles les ofrecieron firmar un contrato para quedarse cinco años más, con las mismas condiciones y sin perder sus derechos en España, con el fin de preparar a sus propios maestros. Mi padre aceptó, por lo que la familia estuvo ese lustro más en Chaouen, pero sin mí, ya que allí no podía continuar con mis estudios de bachillerato.

También ese año hubo una gran nevada en Chaouen. Lo que aumentó su azulada belleza, si bien nada parecida a las nevadas que sufríamos en Telata de Beni Ahmed, donde nos quedábamos varios meses aislados por la nieve, y los oficiales de la mejanía salían a cazar jabalíes para hacer acopio de carne. En una fiesta que organizaba el capitán en su casa, se limpiaba y despiezaba la caza para ser repartida entre las familias españolas. El consumo de jalufo (cerdo o jabalí), está expresamente prohibido por el Islam.

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