Si no dan la talla no los queremos

El banco de viejos que es Málaga sigue indignado ante la impunidad con la que los niños se empeñan en hacer de las suyas l Si Torremolinos les prohíbe patinar, la capital abandona a su suerte los espacios que asegura reservarles l Quien crea que no hay ciudadanos de tercera, que pierda altura

A ver qué trastada se le va a ocurrir al mocoso ese que viene por ahí. Y sus padres tan tranquilos.
A ver qué trastada se le va a ocurrir al mocoso ese que viene por ahí. Y sus padres tan tranquilos.

26 de octubre 2012 - 01:00

PRIMERA parada de la línea 37 de la EMT en la Alameda, en dirección a Monte Dorado. Llega el autobús a las 20:29 y suben los usuarios, entre ellos una madre con su hija, de unos tres o cuatro años. Los primeros asientos, incluidos los reservados a personas con discapacidad, quedan rápidamente ocupados. La madre, que ha comprado dos billetes, acomoda a su hija en un asiento próximo a los tapizados en rojo, pero que no forma parte de los reservados. Ella se queda de pie. El autobús se pone en marcha con normalidad. En el Paseo del Parque sube una mujer mayor, acompañada de otra más joven, que informa al conductor de que tiene un menisco roto, por lo que le pide un asiento. Los pasajeros le informan a la señora de que hay asientos libres detrás, pero ella los rechaza "porque están muy altos". Entonces, el chófer se pone en pie y desde su asiento, a voz en grito, llama la atención de la mujer que va de pie junto a su hija: "¡Señora, su hija está ocupando un asiento para minusválidos!" La madre replica que no, que el asiento en el que viaja la niña no está reservado para personas con discapacidad. "¡Da igual!", continúa el conductor. "¿A usted le parece bien que la niña vaya ahí sentada?" Y la madre contesta: "Pues si usted me lo dice así, sí, sí me parece bien". Se suceden entonces algunos comentarios de indignación, entre ellos los de la propia señora, que insiste en que no quiere sentarse atrás porque las plazas son muy altas. Nadie le ofrece su sitio. Pero todo el mundo parece dar por hecho que la que debe levantarse es la niña, que no ocupa una plaza reservada para minusválidos, que ha pagado su billete y que, por su edad y por su constitución, podría tener algunos problemas de estabilidad en el autobús si viajase de pie. Sin embargo, la madre únicamente parece esperar que alguien le pida el favor con un poco de amabilidad. Pero, en lugar de eso, el chófer se sienta de nuevo reprendiéndola: "¡Yo flipo con lo que pasa en Málaga! ¡Flipo!" La señora mayor pasa junto a la madre y le expresa su disgusto por lo ocurrido y a la vez le brinda un llamativo gesto de desprecio. Y la madre responde: "Señora, mi hija es una ciudadana más y tiene derecho a que se la trate como tal. No es un bulto que se pone y se quita. Ella tiene sus motivos para viajar sentada, pero no creo que haya que ir pregonándolos".

Si el anterior Calle Larios estuvo dedicado al éxito que ha cosechado la campaña urdida por los viejos poderes tecnócratas contra la juventud, considerada de manera general como poco más que un atajo de delincuentes incapaces y vagos, fracasados en los estudios y sólo preocupados por el botellón, hoy, y a tenor del suceso antes relatado, conviene hacer lo propio con los niños. La reivindicación de la pequeña como ciudadana en boca de su madre me sorprendió por su manera de dar en el clavo. En el espacio público, un niño es hoy un exactamente eso: un bulto que se pone y se quita. Habitualmente se considera que con satisfacer su derecho a la educación (y hasta éste peligra) tienen bastante, pero no es así: los niños necesitan que los lugares por donde pasan estén limpios, que ni baldosas ni bordillos constituyan un obstáculo para ellos, que sus juegos en la calle no sean tratados como un problema y que puedan utilizar los servicios públicos en igualdad de condiciones, sin tener que competir con nadie. Pero una evidencia de este calibre ni siquiera se considera. Los niños son un estorbo, y punto. Ocupan espacios que no deberían ser suyos. Y así encontramos parques arrasados, restaurantes que rechazan su presencia por molestos y municipios como Torremolinos que prohíben el patinaje en sus calles (aunque algún pesado con rodilleras se ha quejado, los primeros afectados serán, claro, los niños). Hay quien piensa que deberían estar agradecidos porque ya no los torturan en el colegio. Así le va a este cementerio de carcamales.

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