De lo divino y lo humano
Discapacidad
La discapacidad importa a quien la vive, la vive quien la posee y la posee quien se siente diferente por el hecho de padecerla l Otros, por más que la padezcan, nunca sentirán que la poseen
ASÍ decía una prodigiosa lectura que allá por la época de bachiller llegó a mis manos, de lo relativo de las circunstancias y de la complejidad de discernir entre conceptos mal definidos desde el inicio. Nos reunimos por una mala noticia, y es que un compañero se debate en estos días entre la vida y la muerte, entre la comodidad de los últimos días o la pelea por un imposible, entre las dudas de cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, entre la rabia de no haberlo descubierto antes y la certeza de que podría habernos pasado a cualquiera. Como pasa con todo, después de visitarlo en el hospital, nos llevamos el recuerdo de lo sucedido, de las bromas que se repiten por el nervio de la situación y, horas más tarde, nos queda sólo el residuo de algo que no interesa recordar, la incomprensión de la situación y, sobre todo, nos provoca una sonrisa traer al presente las interpretaciones de quienes nos veían. Está claro, no es normal, y somos conscientes de ello. Cuando nos juntamos, la gente nos mira y, por poco presumidos que seamos, a todos nos gusta ser admirados, o mejor dicho, observados.
Bloqueamos por unos segundos los ascensores del hotel donde nos encontrábamos y eso no pasa por que se junten tres o cuatro sillas de ruedas, sino porque los ascensores son demasiado pequeños y, claro, no es culpa nuestra, así que nada, a subir de uno a uno, mientras el resto de huéspedes se esfuerzan en mostrar una sonrisa de compromiso para intentar decirnos que no pasa nada, que subamos nosotros, que gustosamente esperan a que los que parecen que se han escapado de una residencia lleguen a la planta superior, donde se encuentra el restaurante.
Una vez colocados en la mesa, proseguimos con las mismas bromas de siempre, ésas que sólo debemos gastarlas nosotros, ésas que cuando algún listillo intenta integrarse en nuestro grupo suele gastar, ésas que son de mal gusto, que nos hacen reírnos de nosotros mismos, de las que cuando la gente ajena a nuestras circunstancias oyen, suelen poner cara de asombro e incluso molestarse.
Y es que la cena dio para mucho. Para recordar la injusticia que vive una persona, que si nadie lo impide vive estos días entre tubos y mascarillas, entre batas y camillas, y todo por no haberlo cogido a tiempo, por el desconocimiento de lo que sucede a nuestro alrededor, por no entender que lo más divino de la vida es eso, nuestra propia vida, que a veces se nos escapa entre las manos, dejándola escapar de forma incomprensible dándole más importancia a los orgullos y a las soberbias. Y es que a veces es tan malo formar parte de un grupo como pasar desapercibido entre la generalidad. No percibimos la realidad de forma objetiva, ni de una forma ni de otra.
Los unos por ser o estar demasiado implicados en una causa común y no masiva, que desenfoca la visión de lo minoritario con el único fin de hacerlo mayoritario para justificar las acciones. Los otros por formar parte de una turba que se come todo lo que le pongan por delante, relativizando hasta límites insospechados lo que afecta a porciones de la turba despreciables.
La discapacidad importa de forma exclusiva a quien la vive, la vive quien la posee y la posee quien se siente diferente por el hecho de padecerla. Otros, por más que la padezcan, nunca sentirán que la poseen, por lo que por más que quieran vivirla, la turba de la que forman parte apartará la exclusividad para convertirlos en un miembro más de la generalidad. Por eso, Patxi vive en la habitación de un hospital como uno más, porque jamás fue lo que otros se empeñaron en llamarle.
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