La comparación puede sonar burda, pero el cuerpo humano es como una máquina: si trabaja demasiado sin darse un descanso se recalienta. Una de las funciones del sueño es enfriarnos para que al día siguiente funcionemos a pleno rendimiento. El jefe del Servicio de Neurofisiología del Hospital Carlos Haya, Enrique Bauzano, explica que por eso la temperatura corporal, que cuando estamos despiertos ronda los 36,5 grados, durante el sueño se reduce entre 1,5 ó 2. De ahí que cuando llevamos un rato durmiendo, aunque sea verano, a veces necesitamos cubrirnos con una sábana.

Este descenso de la temperatura tiene dos objetivos. Uno inmediato, para que se pueda conciliar el sueño y dormir bien. Otro, regular la temperatura corporal a fin de que al día siguiente lamáquina funcione. Pero cuando hace mucho calor, sobre todo cuando las mínimas son altas, ese proceso se complica. "Cuando hace mucho calor, al organismo le cuesta más trabajo bajar la temperatura corporal", aclara Bauzano. El resultado es que es más difícil conciliar el sueño y que aún lográndolo, nos despertamos varias veces a lo largo de la noche. "El exceso de temperatura disminuye la profundidad del sueño y eso ocasiona microdespertares. De ahí que la calidad del sueño sea peor en verano que en invierno. Si no desciende la temperatura corporal, no entramos en el sueño con facilidad y dormimos peor. La función reparadora [del sueño] se ve afectada", apunta el neurofisiólogo.

El rango de temperatura ideal para dormir oscila entre 18 y 25 grados. Cuando durante varias noches seguidas las mínimas son altas, el sueño no logra completar su función reparadora y nos sentimos cansados. La máquina no se ha enfriado correctamente y trabaja algo forzada. Bauzano explica también que cuando pasamos una noche sin dormir se siente como "una fiebrecilla" dado que se eleva la temperatura corporal. "Al no haber habido sueño, no se ha regulado la temperatura", añade. Ese 1,5 ó 2 grados de menos que tiene el cuerpo mientras duerme es imprescindible para la recuperación neuronal. Por eso, sin dormir o durmiendo mal, al día siguiente el cuerpo está hecho polvo. Y para descansar de verdad no solo es importante la cantidad de horas de sueño, que oscilan entre seis y nueve según las personas. También cuenta la calidad del sueño. Para que el organismo descanse de verdad debe ser profundo.

Para entender este concepto es necesario saber que hay dos tipos de sueño: el lento y el REM. Cuando dormimos, los dos se suceden alternativamente en ciclos que duran en torno a 90 minutos. Así que a lo largo de una noche la persona pasa por tres o cuatro de estos ciclos.

El sueño lento tiene cuatro fases: 1, 2, 3 y 4 en las que va bajando el nivel de conciencia. Durante esta etapa se produce el descanso físico. El sueño REM llega tras haber superado la fase 4 del sueño lento y es característico por los movimientos oculares. De hecho, de ahí toma su nombre. En inglés, rapid eye movement (REM). Es el momento en el que aparecen los sueños y en el que se produce la reparación psíquica. Los problemas llegan cuando por calor, ruido o medicación el sueño se interrumpe antes de que se entre en la etapa REM. Es entonces cuando aunque hayamos dormido estamos cansados porque no se ha completado la función reparadora del sueño. "Podemos dormir en sueño lento y a la mañana siguiente estar cansados porque no se ha completado el ciclo, porque falta el sueño REM", sostiene el neurofisiólogo.

Por eso, para lograr un sueño de calidad durante las calurosas noches malagueñas hay que intentar bajar la temperatura ambiente bien con métodos naturales, como beber líquidos y abrir las ventanas, o artificiales, como utilizar ventiladores o el aire acondicionado. Aunque con terral o con las mínimas muy altas, algunas noches es casi imposible. Entonces, al día siguiente, la máquina rinde menos.