La estrategia de las minorías

El PP es una minoría que, en su defensa de la continuidad frente al cambio, parece mostrar un cierto trastorno de personalidad, en el sentido de que asume el papel de una mayoría que no le corresponde

La estrategia de las minorías
La estrategia de las minorías
Joaquín Aurioles

31 de enero 2016 - 01:00

LA crisis política es una crisis de mayorías, reflejo de la fragmentación social que se ha producido en este país como consecuencia de un conjunto de circunstancias, entre las que sin duda están la crisis económica y el desempleo, el aumento de la desigualdad y la desprotección social o la corrupción política. Esto no quiere decir que las mayorías hayan desaparecido por completo. Hemos oído hablar de la mayoría constitucional, aparentemente similar a la que a veces se presenta como de la moderación, en contraste con la mayoría de progreso, también autodenominada del cambio por alguno de sus integrantes, en abierta discrepancia con la opinión de otros, que se atribuyen la exclusividad de la patente. En todo caso, todas llevan el mismo estigma en su interior: las diferencias y el enfrentamiento entre las minorías que participan son tan acusadas, que la viabilidad del conjunto, es decir de cada una de las posibles mayorías, quedaría seriamente amenazada por los probables conflictos de convivencia. Una situación compleja que se ha repetido en todos los procesos electorales celebrados durante 2015, cuya comprensión nos conduce de lleno al estudio de las estrategias de las minorías.

La psicología encasilla el estudio de este tipo de comportamiento en la psicología de grupos, donde, como en todo campo científico que se precie, existe un notable debate interno entre corrientes de pensamiento. En este caso enfrenta al modelo funcionalista (las mayorías influyen sobre las minorías) con el genético (que reconoce a las minorías una influencia proporcionalmente mayor a su tamaño), cuya conciliación nos tomaremos la licencia de resumir en la idea de que las mayorías imponen las normas, pero que los impulsos transformadores, es decir, de cambio, normalmente proceden de las minorías.

Recurramos a un ejemplo absurdo para facilitar la comprensión. Si los españoles nacidos en España, heterosexuales, de raza blanca y con edades comprendidas entre los 20 y los 65 años decidieran organizarse para reivindicar una mayor adaptación de las instituciones a sus circunstancias (cultura, protocolos sociales y reglas de comportamiento, respeto a las tradiciones, etc.), como grupo seguramente mayoritario dentro de este país, lo más probable es que fuesen inmediatamente acusados de homofobia, xenofobia y racismo y reaccionarios. Difícilmente conseguirían sus objetivos y la causa principal del fracaso sería, con toda probabilidad, la aparición de diferencias internas entre sus integrantes y de subgrupos en conflicto dentro de la mayoría. El número es la clave, tanto para entender la dificultad de la cohesión interna cuando el grupo es muy numeroso (aumenta la probabilidad de divergencia), como intuir las posibilidades de un grupo más reducido, pero donde la discrepancia es menos probable debido a la existencia de vínculos entre sus miembros que refuerzan la cohesión interna. Es por ello que los avances en materia de libertad sexual, diversidad religiosa o multiculturalidad han sido normalmente el resultado de la iniciativa de minorías comprometidas, pero ¿cómo consiguen las minorías imponerse a las mayorías y forzar los procesos de cambio?

Según Moscovici, una autoridad dentro de la corriente genética de la psicología de grupos, la potencia transformadora de las minorías depende de su capacidad para influir en la sociedad que, a su vez, depende de una serie de circunstancias. La heterogeneidad (cualquier ciudadano puede verse representado), la diferenciación y oportunidad (presentarse como alternativa a lo existente y adecuada a las circunstancias del momento) y la resistencia (la mayoría fomenta la desconfianza en base a la inexperiencia y argumentos similares), son algunos de ellos, pero el más importante de todos es la consistencia, que se presenta en dos vertientes. La diacrónica significa ausencia de fisuras entre sus miembros, es decir, cohesión interna; mientras que la sincrónica se refiere a la consistencia temporal, tanto en lo que se dice como en lo que se hace, es decir, coherencia externa.

Si una minoría consigue introducir todas estas características en su estrategia de grupo, las posibilidades de éxito (mayor influencia social) aumentan notablemente, aunque a veces sea necesario el transcurso de un cierto periodo de tiempo. En cualquier caso, proporciona una interesante plataforma para la observación del comportamiento de los diferentes partidos políticos, todos ellos minorías actualmente desarraigadas de las potenciales mayorías donde podrían tener encaje, de cara a la formación del futuro gobierno de España.

El Partido Popular es una minoría que, en su defensa de la continuidad frente al cambio, parece mostrar un cierto trastorno de personalidad, en el sentido de que asume el papel propio de una mayoría que no le corresponde. Tampoco disfruta de las ventajas de la heterogeneidad como representante genuino de la derecha ideológica, ni de la diferenciación (alternativa), pero sí que puede esgrimir una notable consistencia diacrónica y sincrónica e incluso una cierta ventaja de oportunidad a raíz de los resultados económicos y de empleo.

La minoría con mayores dificultades es probablemente la socialista. Su principal ventaja en términos de heterogeneidad es que mantiene un amplio campo de representación en el espectro centro-izquierda, pero tiene graves problemas de consistencia, tanto diacrónica (discrepancias dentro del partido) como sincrónica o temporal (cambio de actitud respecto a la cooperación con Podemos), y de diferenciación (su capacidad para representar una alternativa, dada su trayectoria y actual presencia en Andalucía).

Las principales fortalezas de Podemos y Ciudadanos están en la consistencia de sus mensajes y comportamientos, pero es probable que ambos estén todavía bajo la influencia adversa de la desconfianza fomentada desde los partidos tradicionales (resistencia). En el caso de Podemos, el factor diferenciación y oportunidad se presenta como un activo potencialmente importante, aunque su marcado sesgo ideológico constituye, al menos en apariencia, una adversidad en términos de heterogeneidad. Justo lo contrario que en Ciudadanos, donde las dificultades para consolidar una imagen de oferta política alternativa contrastan con las ventajas de heterogeneidad derivadas de la debilidad de las actitudes de rechazo. A la vista de ello, podría afirmarse que estas dos formaciones tienen ventajas frente a populares y socialistas para el diseño de estrategias de minorías que permitan sus respectivas influencias sociales, aunque todo dependerá de cómo las administren y de que transcurra el tiempo suficiente.

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