La familia bien, gracias

El envite municipal fue un tostón largo y aburrido de nulo contenido político, del que difícilmente se pueden extraer conclusiones y en el que los concejales buscaron como pudieron medios para entretenerse

Carolina España gesticula para Elías Bendodo. Ella tampoco parecía pasarlo bien.
Carolina España gesticula para Elías Bendodo. Ella tampoco parecía pasarlo bien.
Pablo Bujalance / Málaga

11 de diciembre 2009 - 01:00

Cualquiera que se hubiese acercado ayer al Debate sobre el Estado de la Ciudad para saber qué se cuece por Málaga habría salido como entró, aunque con cinco horas más de fatiga intelectual encima. A este Ayuntamiento le gusta el formato estalinista del cuanto más mejor para acometer el discurso y la réplica; pero el problema llega a la hora de plantear con qué se va a llenar la exposición. Dicho de otro modo: el debate fue un tostón monumental, largo y aburrido, del que apenas se pueden extraer conclusiones. No hubo nueces, pero tampoco ruido. Así que la idea sobre la situación de Málaga seguirá siendo la que cada cual se componga, porque, y aquí sí pueden sonar las alarmas, sus políticos tampoco lo parecen tener claro.

No es que no se pusieran de acuerdo para proponer un veredicto conjunto, es que ni siquiera aportaron ideas. Así que la mente, ante semejante vacío, se entretenía, atendiendo a los lesionados del PP (Araceli González tenía problemas para moverse en su improvisada atalaya pero mantuvo el tipo más que dignamente, mientras Manuel Díaz demostró que se maneja con soltura con su muleta), deleitándose con los modelos de las señoras, leyendo las pancartas de los manifestantes (las de Ecologistas en Acción rezaban Basta de asesinar árboles, mientras una vecina enarboló el lema Gestión del gasto público indecente) o midiendo las pinturas del techo.

Pero los políticos también son humanos: después de guardar las formas lo que duró la primera intervención del alcalde, cada cual buscó los estímulos que pudo para resistir el chaparrón. Salieron las blackberry, los móviles, los periódicos, algún libro y los portátiles. Mariví Romero dedicó gran parte del debate a actualizar su Facebook, que lo tiene muy activo como instrumento político, mientras Raúl López parecía aleccionar a Araceli González sobre la mejor postura a adoptar en su asiento. La banca vacía de Marmolejo, tan simbólica, llamaba la atención de las miradas, especialmente cuando el ex concejal fue distinguido como modelo por Francisco de la Torre y Carolina España. Lo de dimitir a tiempo es ciertamente loable, pero ante sus encendidos elogios a favor del egresado daba la sensación de que ganarse la vida honradamente es poco menos que una estupidez. Total, que el tiempo jugó en contra de todos porque lo que se dijo y lo que se discutió podía haberse resuelto en un feliz contubernio de una hora.

El alcalde asumió, como Julio César, que Roma era él, y para discutir sobre el estado de la ciudad se lió a soltar datos numéricos que daban cuenta, a su parecer, de los éxitos de la gestión municipal en el último año y en todas las áreas. Para definir la Málaga del futuro dio coartada a ciertos experimentos, desde Málaga Valley hasta una iniciativa de la Universidad que permitirá limpiar de natas las playas. Pedro Moreno Brenes, que es mejor orador que De la Torre, quería hablar de política, pero o no le dejaron o no fue capaz. El de IU sabe que, desde Aristóteles, hablar de política es hablar de ética, y que hablar de ética requiere, como condición inexcusable, ponerse en el lugar del otro. Y habría sido interesante un mayor contenido al respecto en el debate, pero las escasas consideraciones sobre injusticia y desequilibrios entre los ciudadanos que esgrimió se perdieron en un intento vano y demasiado evidente de enmendar la plana la alcalde por ocultarse tras las cifras. Su intervención, al menos, fue la más liberada de demagogias y tu quoque. Rafael Fuentes hiló un discurso basado, estrictamente, en acusar al alcalde de no aceptar sus enmiendas ni contar con la oposición como debiera y en recordar todas las propuestas socialistas que el PP rechazó y que después anunció como propias. Cometió, él sí, algunos excesos de demagogia: lo de proponer a Rita Barberá y a Ruiz Gallardón como modelos para De la Torre sonó como un gesto innecesario y estéril, incluso de cara a la galería. Carolina España llevaba escritas hasta las insidias y los comentarios graciosos: su lectura al dedillo añadió más cansancio. Para su segunda intervención, el alcalde se puso menos tecnócrata y, queriéndose acordar de Cicerón, acometió una proclama llena de salvas a las emociones y los valores humanos: habló de la "valentía de los bomberos" como garantía de seguridad y remató una apasionada e incomprensible declaración de amor a Unicaja. Pero, ¿y la ciudad? La familia bien, gracias.

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