Los fantasmas de De la Torre
el prisma
El fiasco del Museo de las Gemas reaparece como una especie de espectro que desde el pasado pega a la puerta del alcalde, recordándole hasta qué punto fue negativa su gestión del asunto
COMO al viejo señor Scrooge, a Francisco de la Torre hay fantasmas que le persiguen. Algunos desde el pasado, que regresan como gemas olvidadas; como regalos envueltos en engaño; como dulce néctar en el paladar, que, al descubrir su verdadera naturaleza, se transforman en veneno. Otros desde el presente más actual, que llegan a bordo de trenes errantes. Como no tener fantasmas tras tantos años vividos, tras tantos años al pie del cañón... Años, casi 16 ya, de toma de decisiones desde lo más alto. Tiempo suficiente para adornar cualquier trayectoria de claroscuros, de fotos a contraluz, de paisajes ensombrecidos. De la Torre tiene su Pompidou en la misma medida que tiene su Art Natura. Su penitencia. Es la hoja más amarga, cuya presencia se mantiene intacta con el transcurrir de los años.
No puede el alcalde cerrar esa caja endiablada, que él mismo abrió pensando que lo que guardaba en su interior era oro. Era en realidad plomo. Su atrofiado instinto le hizo confiar en quien no debía, dejar desguarnecidas las fronteras y agasajar al enemigo con piel de amigo con millones ajenos. No los suyos, los de todos. Euros que hoy siguen resonando en las arcas municipales, que tan de menos se echan en tiempos de necesidad.
Descubierto el engaño, levantada la liebre, De la Torre sigue buscando aquí y allá el dinero extraviado. Tres años y medio acumula en sus alforjas, con viajes interminables a bases de datos, mundos de ficción y tierras donde nadie es quien dice ser. Mantiene la esperanza del iluso iluminado, que convencido cree que todo acabará saliendo como debe y que quienes jugaron con su ensoñación de ciudad cultural torcerán el gesto y se convertirán en primos.
Hay fantasmas que, desde su invisibilidad, se hacen sentir. Con un susurro en la noche, con un reflejo en la penumbra. Art Natura, Royal Collections, Museo de las Gemas... son los espectros que debieran quitar el sueño al alcalde, incapaz aún hoy de asumir el fracaso. El suyo, por ser quien se aventuró más allá de lo aconsejable; por embarcar a la institución en una travesía sin destino cierto.
La zozobra consumió la ilusión, el espejismo que durante años quiso mantener vivo en torno a un proyecto con pies de barro. Y frente a todas las evidencias, el mandatario sigue firme en su loca convicción, como el capitán de barco que se aferra al mástil en pleno hundimiento.
De la Torre, conocidas las dificultades de cobrar los siete millones que entregó a sus antiguos socios sin garantía legal alguna, trata de minimizar el daño de imagen recordando que otros perdieron mucho más, que ese dinero no es nada en comparación con lo defraudado en los ERE o los cursos de formación. Suena a excusa de mal perdedor, incapaz de asumir las consecuencias de su ligereza al mando de la nave municipal. Los fantasmas del pasado, señor alcalde.
Los del ahora tienen forma de trenes y, errantes, trata de encontrar su estación término. Paradojas del destino. La misma persona que firmó allá por el año 2003 las bases del Metro de Málaga podría decir adiós a la política sin ser testigo de la terminación completa de la obra. Se parte de la premisa de que el presente es el último de los mandatos de De la Torre, una creencia que, bien es cierto, él mismo ni confirma ni desmiente. Como buen gallego, le gusta al regidor mantener una cierta llama de incertidumbre en todas las cosas, cuando bien podría haber despachado el asunto tiempo atrás con una frase alejada de la duda.
No podríamos entender a De la Torre sin el Metro, de la misma manera que sería imposible comprender la verdadera dimensión de la infraestructura sin su convivencia desde hace ya más de una década con el dirigente municipal. Son inseparables el uno del otro, actores del conflicto. Todo acaba por repetirse. Dejen pasar unos años y verán cómo aquello que creyeron no volverían a ver acabará pasando de nuevo frente a sus narices. Eso mismo sucede con esta gran obra. Cuando pocos creían posible dar forma a un nuevo campo minado, como antaño lo fue Carretera de Cádiz, ahora es el entorno del Civil el escenario de la bronca insuflada desde siglas políticas que no se saben bien qué buscan.
Ya no hay elecciones que despejar del ruido ensordecedor de las máquinas pantalladoras, ya solo queda acortar la distancia que separa al Metro de su particular final. Y a pesar de ello, el abismo se mantiene como la más cercana de las paradas. Un fantasma sobre raíles es el Metro; un juego de hierros, nervios de cobre y electricidad ante el que De la Torre mira a uno y otro lado, como queriendo no estar.
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