Málaga

La gran mentira

  • Más temprano que tarde habrá que asumir la realidad: muchas de las playas de Málaga están heridas de muerte y sostenidas con respiración artificial · Hace bastantes años que las matamos

HAN pasado ya 18 años -y parece que fue ayer cuando las contemplábamos asombrados- desde aquellas colosales regeneraciones de arena que rescataron veinte playas de Málaga y convirtieron un roquedal lleno de ratas y gatos en la enorme playa de La Malagueta. Casi una decena de dragas, la mayoría holandesas, se tiraron tres años sacando arena de los yermos fondos marinos de Rincón, Vélez y Torrox. Era un proyecto único en España, dirigido por el entonces jefe de Costas, Luis López Peláez. Tan experto se hizo en la materia que iba a ser el encargado del regalo de España a Cuba por el centenario de su independencia en 1998: la regeneración de la playa del Malecón. Todavía lamenta aquel movimiento de ficha de Aznar con Fidel Castro, que enturbió las relaciones con la dictadura y canceló el proyecto.

Desde entonces la ingeniería de Costas, que ni mucho menos se rige bajo los criterios inamovibles de las ciencias exactas, ha evolucionado mucho. Desde entonces hemos conocido que existe algo llamado cambio climático; hemos sufrido el paso destructor del urbanismo corrupto e invasor que trajo a estas tierras Jesús Gil y copiaron muchos otros alcaldes; hemos descubierto que muchas de las playas de Málaga son simplemente una gran mentira. Y todos jugamos a creérnosla. Desde el sector turístico, que vive del sol y playa pero hasta hace muy poquito no ha luchado por la culminación del maldito saneamiento integral, hasta los ayuntamientos. Cualquier concejal o alcalde habla ahora sin rubor de la necesidad de espigones, diques semisumergidos o regeneraciones de arena en su municipio. Ya puestos a ser imprudentes, también podrían ponerse la bata de médicos e irse a los centros de salud a recetar antibióticos a mansalva.

En cualquier caso, a muchas playas de Málaga no las salva ni el doctor House en un arrebato de mala leche y lucidez. Porque están heridas de muerte desde que se construyeran sobre su arena y dunas viviendas, hoteles, chiringuitos y paseos marítimos, como ha ocurrido desde Manilva hasta Nerja en el último medio siglo. Basta mirar cualquier colección de fotos antiguas y compararla con el actual callejero municipal.

Pero persistimos en ignorar ese hecho, en echarle la culpa a Costas, en exigir un litoral de arena fina o coralina, la de las dunas de Bolonia ya puestos, para convertir esto en el Caribe que nunca fue y nunca será. Un despropósito ridículo e ignorante que no se tiene en pie porque, guste o no, la arena de las playas de Málaga procede de sus suelos arcillosos, de caliza, de pizarra, y es negra -y no por la ceniza de las colillas que se siguen tirando-. Y cualquier otra de menor densidad que se tire no duraría lo que tarda en revelarse la falsa postal que pretendemos componer.

Para cada vez más gente sigue siendo un misterio qué es lo que atrae a tanto turista a la Costa del Sol. Seguramente el clima y la oferta de ocio, porque ni sus playas ni sus aguas resisten comparación con las de Huelva, Cádiz, Granada o Almería. En lo que se refiere a actividades subacuáticas, al incipiente turismo de buceo que tiene miles de adeptos, el litoral malagueño es un triste desierto, un páramo arrasado por la pesca salvaje e ilegal, como irse a Los Monegros de veraneo. Hay pocos, muy pocos puntos de inmersión de interés, pero que no llegan a la altura de los de Tarifa, la Herradura o Cabo de Gata. Y de los pocos que hay, en la zona de Calahonda-Calaburras-Cabopino, un paraje submarino que la Junta y los expertos quieren proteger, Costas pretende extraer la arena con la que regenerar las playas de la provincia en los próximos cuatro años.

de la torre, año VIII

Un veterano e indómito periodista es breve y certero en su análisis de la situación de Málaga y del primer año de mandato municipal. Cita a Zaragoza con su Expo del agua, sin duda un revulsivo urbanístico y económico pero no tanto como lo fue la del 92 para Sevilla. Recuerda la transformación de Valencia para la Copa América, el posicionamiento mundial de la Barcelona olímpica, el magnífico Bilbao post-Guggenheim. Y mientras, en Málaga, capital de nada, aspiramos a un título cultural de pequeño calado y nulo compromiso de inversión para 2016. Y vamos con bastante retraso en la carrera. Triste.

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