La inutilidad de plantar un árbol
Este otoño ha entrado con lluvias y con los patos en el Parque, como Dios manda l Pero estos espejismos pueden ser síntomas de la extinción l Una ciudad en la que se decide eliminar de un plumazo una reforestación acometida por escolares para levantar viviendas tiene sus días contados
NO hay manera, oiga. Y eso que este otoño ha tenido una entrada espectacular, con lluvias y los patos devueltos a los jardines de Pedro Luis Alonso. Lo de que caiga agua del cielo va camino de convertirse en milagro paranormal digno de la Virgen del Carmen, con todos esos señores tan de negro amenazando con sequías y recortes del suministro. Algún día pretenderá la Generalitat de Catalunya comprar el líquido elemento de nuestras futuras y enormes desaladoras, las que abastecerán a los malagueños que puedan pagar su servicio, si algún patrimonio biológico y arqueológico ha de sufrir que sea el de nuestro litoral. Esto mismo ocurre ya en Almería, y no está tan lejos. Es un gustazo, lo fue para mí el martes, salir a mojarse y toparse con las parejas que se agarran y comparten paraguas, oler a limpio en determinadas calles (hasta en el tramo que une la calle Victoria con el Jardín de lo Monos, habitualmente fétido sin que nadie mueva un dedo al respecto, se respiraba aire mojado, lo juro), resbalar peligrosamente en las chapas de las alcantarillas, ver a los gatos de Vital Aza empapados, entrar en alguna cafetería para resguardarse y hasta calarse los zapatos. Todo esto, con los patos repuestos de donde nunca debieron irse y el fresquito que se adhería a los brazos al atardecer, permitía soñar con una ciudad europea, distinta, una Málaga que despierta del páramo y encandila a las nubes para que el verde tenga una oportunidad en sus dominios. La otra cara estaba, claro, en los atascos, los muros derrumbados y algunos sótanos anegados, que todavía este territorio no está preparado para que ocurra un fenómeno tan natural como la lluvia. Afortunadamente no hubo que lamentar tragedias, aunque poco faltó en un instituto de Nerja para que un techo caído aplastara a unos cuantos. No obstante, si servía el chaparrón para espantar el fantasma de la sed, merecía la pena la bienvenida. Los desastres, a menudo, no tienen tanto que ver con lo climatológico como con cierta desidia institucional. La prevención es tan importante en el sexo como en la política municipal.
En fin, que tan felices nos las veíamos en un chapoteo amazónico entre baldosa y baldosa cuando se supo que más de 3.500 árboles que habían sido plantados y luego retirados para la construcción de 200 viviendas en un monte en Pedregalejo habían terminado secándose sin remedio. Así es, cuando al fin llueve y mi jazminero tenía la oportunidad de salir adelante sin necesidad de regaderas, resulta que ciertos honorables promotores de esta ciudad habían decidido que no, que por mucho que lloviera ya estaban ellos para echarlo a perder. Y así ocurrió, una firma y punto. Fuera árboles. Durante tres años, unos mil escolares malagueños habían plantado los olivos guiados por monitores, y cuando me los imagino jugando con la tierra pienso en la gente que celebraba el martes la lluvia y se me pone una cara de tonto como para presentar un telediario. Algo grave ocurre en Málaga cuando plantar un árbol se convierte en una actividad inútil porque ya alguien se encargará de arrancarlo. Qué quieren, en una ciudad así no merece la pena vivir, aunque llueva en otoño. Ahora hablan de multas, pero algunas ilusiones no se pueden comprar. Son gratis o no son, aunque en algunas cabezas esta ecuación no tenga solución. He visto niños plantando árboles, sé que se ríen cuando clavan las palas en el suelo. Una evolución lógica dictaría que pronto resultará igual de inútil tener un hijo o escribir un libro. Alguien firmará el decreto, y fuera. Al final resulta que sí, esta lluvia incita al pesimismo. La melancolía ya no sirve.
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