En tres palabras | Investidura del presidente de la Diputación de Málaga

Un largo y áspero pleno de ‘embestidura’

  • La lógica se impuso, Cs mantuvo el apoyo al PP, y Francis Salado es ya presidente de la Diputación

  • Nadie se reservó sus mejores galas dialécticas

Francisco Salado recién investido presidente de la Diputación de Málaga.

Francisco Salado recién investido presidente de la Diputación de Málaga. / Marilú Báez

El elefante en la habitación se llamaba, en víspera del pleno de investidura en la Diputación, Gonzalo Sichar. Nadie se fiaba de una sesión sin sorpresas. Se temía que Ciudadanos apoyase al candidato socialista en una maniobra inesperada para compensar la compañía incómoda de Vox en la Junta. En realidad, eso nunca estuvo cerca de suceder, pero nadie se fía de nadie en el tablero multipartidista de las geometrías variables. Desde que Conejo presentó su candidatura, en la calle Pacífico corría el sudor frío. Finalmente la lógica se impuso, Cs mantuvo el apoyo al PP, y Francis Salado es ya presidente de la Diputación. Desde el 2D, a muchos dirigentes del PP se les están cumpliendo sus sueños por la carambola de las urnas: de su peor fracaso, sus mejores éxitos. Bendodo, cuando todo pintaba negro, es el hombre fuerte de San Telmo; y Salado, alcalde con cinco mil votos en su pueblo, ha pasado a Excmo. Sr. Pte.

El pleno, de carácter extraordinario pero sobrado de ordinariez, no fue una sesión apacible para investir al nuevo presidente. La embestidura se impuso a la investidura. Nadie se reservó sus mejores galas dialécticas, y el público de la sala, con vocación de claque y espíritu hooligan de fondo sur, se sumó a las trincheras con un comportamiento sectario que contribuyó a deslucir la honorabilidad institucional del acto. El signo de los tiempos.

Desde la izquierda defendieron sus candidaturas con una beligerancia sobreactuada

Desde la izquierda defendieron sus candidaturas con una beligerancia sobreactuada, como si aquello fuese un anticipo de la gala nocturna de los Goya. Se vio de todo a partir de la puesta en escena de Málaga Ahora, en clave venezolana, con una parodia de la autoproclamación de Guaidó. Provocó algún exabrupto y dos militares –un comandante naval y un teniente coronel de la Base Aérea– abandonaron la sala ovacionados como si cruzaran el escenario de Operación Triunfo. La portavoz de IU optó por dirigirse a los asistentes en femenino, no ya vulnerando el genérico de la Gramática, sino incluso el doble género. Nadie iba a renunciar a sus cinco minutos warholianos de gloria, en este caso diez. Y Conejo, por no respetar, ni siquiera respetó el límite de tiempo.

En el juego de imposturas, el portavoz socialista defendió su candidatura a la Diputación horas después de anunciarse que deja la Diputación para marchar al Parlamento andaluz. Después de acusar a Elías Bendodo de huir de Málaga a Sevilla, él repite el mismo itinerario sin la menor autocrítica. Allí le aguarda el papel de jabalí para el marcaje al consejero de la Presidencia.

Y quedaba el contrapunto grosero del portavoz Fran Oblaré

También hubo tiempo para críticas más elaboradas: la Diputación con el PP se ha centrado en exceso en la capital y la Costa, anteponiendo el electoralismo a las necesidades de los pequeños municipios; y los recortes en los organismos sociales han perjudicado a colectivos vulnerables. O para las consignas sobre “el sistema capitalista y patriarcal en el que desgraciadamente vivimos” de las portavoces de Málaga Ahora y de IU. Pero sobre todo contra "el pacto de la vergüenza con la ultraderecha" que Conejo repetía como un mantra incomodando a cierto público.

La metralla, eso sí, no se agotó en las trincheras de la izquierda. Antes de que Salado pudiera intervenir con un discurso más amable tendiendo la mano a sus rivales, todavía quedaba el contrapunto grosero del portavoz de su propio partido, Fran Oblaré, para caldear aún más al patio de butacas. Si Sichar ya había resultado tosco con su denuncia, fuera de lugar, contra el caciquismo en la Junta, Oblaré cargó ad hominem. También, por supuesto, tuvo tiempo para vender “una institución moderna, eficaz y saneada” y hacer el catálogo de grandes éxitos que pisaba el discurso al protagonista del pleno. La presidencia no pudo o no quiso controlar a Oblaré, que se excedió a su antojo en los límites de tiempo jaleado por las risas del público sectario al burlarse del candidato socialista. Al portavoz del PP se le olvidó, a todo esto, defender la candidatura de Francis Salado.

El discurso del nuevo presidente, ya con la vara de mando cedida por su antecesor, tuvo dos lastres: la sesión se alargaba demasiado con tanto discurso exhibicionista, y su oratoria como de cura rural era muy monocorde. Toda la emoción se le agotó en las referencias a su familia, entre pucheros, pero después hizo una intervención funcionarial sin alcanzar ningún momento de intensidad. El discurso tuvo detalles elegantes, respetuoso con la dificultad de hacer oposición, y también brindis al sol ofreciendo convertir la Diputación “en un santuario contra la bronca política”. Tras lo sucedido allí, sonaba a retórica hueca. También prometió actuar “sin mirar el carnet de los alcaldes”, y repitió la frase una o dos veces como si le costara creérsela a él mismo. Por lo demás, con un buen balance y deuda cero, ofreció continuismo sin variar la hoja de ruta. A cuatro meses, Salado sabe que no dejará su impronta en la gestión, si acaso en los gestos.

En el besamanos, de hecho, tuvo más protagonismo Elías Bendodo que el nuevo presidente. A su pesar. La legislatura en la Diputación, ya en precampaña, está agotada; pero hay muchas expectativas puestas en el nuevo Gobierno andaluz, con más de treinta mil millones de presupuesto. Bendodo desprendía el aura del poder. Los suyos, en los discursos, le rendían tributo arrobados diciendo “consejero de la Presidencia, ¡qué bien suena!... ¡qué bien suena!”, como si les pareciera un milagro más que aritmética electoral. Después los asistentes se acercaban a presentarle sus respetos como quien entrega una tarjeta en una feria de comercio. Él se apartó discretamente, en un quite frustrado, para recordar que hay nuevo presidente.

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