Medio Ambiente

Una malagueña vive dos meses en una isla desierta e inhóspita para estudiar tortugas

  • La joven bióloga Bárbara Sellés ha participado en un proyecto en Galápagos en condiciones extremas

  • Comía todo enlatado, se duchaba con una garrafa y dormía rodeada de ratas o arañas, pero afirma que la experiencia ha sido "bonita" y no le importaría repetir

Bárbara Sellés mide una tortuga en el suelo y, a pocos metros, le acompaña una tortuga gigante

Bárbara Sellés mide una tortuga en el suelo y, a pocos metros, le acompaña una tortuga gigante

¿Se imagina vivir dos meses en una isla desierta e inhóspita? La malagueña Bárbara Sellés no solo acaba de hacerlo sino que incluso afirma que no le importaría repetir la experiencia pese a que ha sufrido momentos muy duros. Se ha ido hasta la isla de Santa Fe, perteneciente a las Galápagos en el océano Pacífico, para estudiar el comportamiento de las tortugas y ha tenido que lidiar con todo tipo de obstáculos, desde el calor sofocante hasta cortarse con una roca volcánica en la rodilla, recibir el picotazo de un escorpión o ver como unos roedores autóctonos se comían su cantimplora y parte de su tienda de campaña.

Una malagueña vive dos meses en una isla desierta e inhóspita para estudiar tortugas

Sellés tiene 23 años y ha estudiado Biología en la Universidad de Málaga. Entre octubre y diciembre de 2017 se sumó como voluntaria al proyecto Galápagos Verde 2050, promovido por la Fundación Charles Darwin, cuyo objetivo es la restauración de los ecosistemas en estas islas. Esa primera experiencia le sirvió para hacer el trabajo de fin de grado de la UMA, que presentó en febrero de 2018. Finalizada la carrera, en septiembre del año pasado se fue a la universidad británica de Exeter donde está cursando un máster en Biodiversidad y Conservación. En agosto tiene que presentar otro trabajo, en este caso de fin de máster, y aprovechó los contactos que había hecho en Galápagos para participar en una nueva aventura más arriesgada. Este proyecto se llama Iniciativa para la Restauración de las Tortugas Gigantes (GTRI) y lo lleva a cabo Galápagos Conservancy en colaboración con el Parque Nacional Galápagos. Está dirigido por el biólogo Washington Tapia, quien aportó los medios, el equipo y los conocimientos necesarios para hacer posible este estudio y otros muchos que lleva a cabo su organización. 

Ni corta ni perezosa, se lió la manta a la cabeza y partió el pasado 23 de febrero. El 27 de febrero desembarcó en la solitaria isla de Santa Fe y permaneció allí hasta el 18 de abril. “Fuimos en una lancha, desembarcamos en la playa y, al no haber ningún tipo de camino, estuvimos una hora y media trepando por rocas para llegar a la zona donde instalamos el campamento”, explica Sellés a este diario. Clavaron unos palos de caña en el suelo, pusieron un toldo para que hubiera sombra, unas tablas para colocar una cocina de gas y una tienda de campaña. Los primeros días le acompañaron tres personas para montar el asentamiento y trasladar el agua y la comida. Luego se quedó sola con Jonathan, un ecuatoriano que ejercía de asistente técnico y que, tras tantos días juntos en absoluta soledad, se ha convertido en su pareja.

Vista del sitio en el que ha vivido Bárbara Sellés en la isla. Vista del sitio en el que ha vivido Bárbara Sellés en la isla.

Vista del sitio en el que ha vivido Bárbara Sellés en la isla.

Las tortugas se extinguieron hace 150 años en Santa Fe, una isla de 24 kilómetros cuadrados que posee rocas volcánicas desde hace cuatro millones de años. En 2015 se empezó la repoblación de tortugas juveniles –la suelta de nuevos ejemplares se hace cada dos años– y van profesionales a controlar cómo están. Por Santa Fe ya habían pasado varios técnicos a lo largo de este tiempo, pero nunca nadie se había quedado casi dos meses allí. Su trabajo empezaba a las 9 de la mañana y acababa a las seis de la tarde. La parte central de la isla está dividida en 16 cuadrantes y cada uno de ellos tiene una superficie de 900 metros por 500 metros. “Cada día recorría un cuadrante y medía, pesaba, apuntaba la localización exacta, la temperatura o la cobertura vegetal de cada tortuga a la vez que analizaba si comía o dormía bien”, detalla esta malagueña, que también hizo trabajos similares con las iguanas del lugar. “Encontramos 380 tortugas y fue muy gratificante”, subraya.

Comían todo enlatado (atún, estofado, lentejas con atún, alubias, pollo, verduras...) y por la mañana, como desayuno, tomaban cereales con leche en polvo a la que le echaban un poco de agua. Tenían varias garrafas de 20 litros para beber y para ducharse.

La isla, desde luego, no era un paraíso del Caribe. “La mayoría es de roca volcánica y no hay caminos llanos, por lo que estábamos todo el día subiendo y bajando cerros. Un día volviendo al campamento tropecé y me clavé una roca en la rodilla. Me dolía muchísimo, tenía un poco de sangre y se me puso muy hinchada. No había médico ni pude reposar, por lo que me tomé un medicamento y estuve varios días andando 10 ó 12 kilómetros de ida y vuelta entre el campamento y los cuadrantes que estaban en la parte central de la isla”, indica. No fue su único momento complicado desde el punto de vista sanitario. Otro día le picó un escorpión aunque, afortunadamente, no debía ser venenoso. “Iba andando y noté un picotazo en la pierna, seguí y noté otro. Al agacharme vi que había un escorpión en el suelo medio moribundo”, comenta.

Los animales de todo tipo campan en la isla a sus anchas. “Había muchos mosquitos por la noche y hay muchas ratas que son autóctonas (las conocidas como Aegialomys galapagoensis) y que están protegidas. No me asustaban pero por la noche había que tener la precaución de no dejar nada fuera de las cajas porque te las roían. De hecho se comieron mi cantimplora y me hicieron un boquete en la tienda de campaña. También entraron arañas y otras cosas que nunca supe lo que eran en la tienda”, explica Sellés. A eso hay que añadirle que, según indica esta joven bióloga malagueña, “era raro el día que no veía saltamontes, hormigas o polillas en la comida”. No hay mal que por bien no venga y, según afirma, “yo siempre he sido muy anti todo tipo de bichos y después de haber estado en Santa Fe ya me dan más igual que nunca porque estaban en todas partes”.

En cualquier caso, destaca que “lo peor de todo no ha sido la comida de lata, los bichos, dormir mal o arañarme con los árboles por el camino salvaje sino el calor continuo que hacía. Cuando me levantaba soñaba con que hiciera un día nublado pero siempre hacía sol y solo llovió tres días”.

Sellés no solo le ha perdido la aprensión a los insectos, arañas o ratas sino que ha aprendido a valorar las cosas importantes de la vida. “Ha sido muy bonito porque al ir a buscar las tortugas iba sola con mis pensamientos pasados, presentes y futuros. Pensé que los dos meses se me iban a hacer eternos pero vi que había muchas cosas que no necesitaba. Podía llevar la misma ropa tres días seguidos, estuve una semana sin lavarme el pelo, en esas condiciones tan hostiles se valora lo poco que se necesita para estar bien”, relata. Obviamente le han importado un pimiento Instagram, Facebook y el resto de redes sociales. “No había wifi ni nada. La única cobertura que había era en lo alto de un cerro y solo tenía saldo para llamar a casa”, dice.

Sellés asegura que no le importaría repetir la experiencia. El resultado ha sido positivo porque, además de vivir en persona una situación por la que solo han pasado pocas personas en el mundo, le ha permitido reencontrarse consigo misma, hacer un buen trabajo y hasta encontrar novio en una isla desierta. Las curiosidades de la vida.

En agosto entregará su proyecto fin de máster basado en este estudio y a partir de ahí empezará a echar currículos en fundaciones internacionales ligadas a la conservación de especies amenazadas, su gran pasión. Ahora está en Reino Unido, escuchando a diario la lucha política interna y el caos del Brexit, pero pensando en esas tortugas que vuelven a poblar la isla casi perdida de Santa Fe a miles de kilómetros de distancia.

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