Las manos quietas, joven

En pleno debate sobre la regulación de la prostitución en la calle, la Mesa Intersectorial creada para tal fin propuso el lunes sancionar cualquier tipo de práctica sexual que se realice en la vía pública l Pero, ¿qué es el sexo? l El asunto abarca bastante más de lo genital, y a ver quién prohíbe respirar

Una pareja se besa en un banco. No mire más de treinta segundos.
Una pareja se besa en un banco. No mire más de treinta segundos.

17 de septiembre 2010 - 01:00

SEGURO que se han dado cuenta: cuando una pareja se besa apasionadamente en la calle, casi siempre hay algún anciano mirando. A falta de obras, buenos son los desahogos. Se acerca el otoño y las mangas se alargan, las rodillas se cubren y la superficie de piel exhibida se reduce, pero este rincón mediterráneo, pagano y cristiano, constituye, al menos en lo que a clima se refiere, un idóneo remanso de seducción la mayor parte del año. Otra cosa, claro, es lo que la normativa municipal dice al respecto. Alguna vez he apuntado el poema de Ángel González Inventario de lugares propicios al amor, cuyo primer verso reza "Son pocos", como radiografía válida para Málaga. Es una lástima que en esta plaza bendecida por el sol los contribuyentes estén más dispuestos a matarse a gorrazos (ayer mismo por la tarde fui testigo de una discusión bastante desagradable en Cortina del Muelle) que a comerse a besos, y todavía pone uno cara de neanderthal cuando viaja a ciertas ciudades y contempla determinadas prácticas sociales, exultantes de intimidad, resueltas en los más públicos de los ámbitos sin que a ninguno de los transeúntes parezca importarle la situación un pimiento. En fin, toda esta perorata viene a cuento por una cuestión suscitada esta misma semana: en pleno debate sobre la regulación en ciernes de la prostitución, especialmente la ofrecida en la calle, la Mesa Intersectorial puesta en marcha para tratar la iniciativa propuso el pasado lunes sancionar cualquier tipo de práctica sexual que se realice en la vía pública. Algo así como muerto el perro, se acabó la rabia. En fin, la oportunidad para abordar una nueva reflexión sobre las confluencias de lo público y lo privado en el espacio urbano la pintan calva. Pues eso.

En los últimos años, Málaga, como cualquier otra ciudad occidental, ha experimentado un notable aterrizaje en la esfera pública de actividades tradicionalmente relacionadas con lo privado. Vivimos, si se quiere, una época parecida a la de la Contrarreforma, cuando, para contrastar el rígido modus doméstico luterano, se incitaba a las gentes a salir a las plazas como a un gran teatro en el que cada uno, pobre, rico, señor o vasallo, interpretaba su papel. Aquello propició la gran revolución urbanística del Barroco, con ciudades en las que todas las vías desembocaban en enormes centros diáfanos de exhibición, donde se entronizaba a los santos, se daba limosna a los mendigos y se coronaba a los príncipes. Desde hace algo menos de dos décadas, se ha dado en nuestros civilizados municipios una tendencia parecida. Un ejemplo de libro es el móvil: no hace mucho, las conversaciones telefónicas se realizaban en el hogar, en la oficina o en una cabina convenientemente insonorizada, pero ahora cada cual va contando lo suyo con la blackberry pegada a la oreja y a voz en grito. Umberto Eco consideraba al respecto que escuchar una conversación telefónica ajena era peor que contemplar al mismo usuario del móvil haciendo sus necesidades: ambas prácticas corresponden, en su opinión, a la misma categoría de intimidad privada.

Con el sexo, la situación no ha hecho más que dispararse. Tras la eclosión de la publicidad, la calle se ha convertido en un foco de señales que aterrizan en la percepción del peatón o el conductor (recordemos el reciente caso de cierto cartel muy provocativo que tuvo que ser retirado de las marquesinas porque fomentaba la distracción al volante del sector masculino) y que se traducen en mensajes puramente hedonistas sobre la satisfacción que produce el sexo, a menudo con argumentos machistas. De entrada, el sexo es una dimensión personal que abarca mucho más allá de lo meramente genital: el primer órgano responsable de la excitación es el cerebro, y a menudo entran en juego connotaciones de traducción (lo que resulta estimulante para uno no tiene por qué serlo para otro). Por eso, cabe preguntarse: ¿Qué quiere decir exactamente la Mesa Intersectorial cuando se refiere a prohibir prácticas sexuales? ¿Al coito? Eso ya era motivo de escándalo público. Si un hombre besa a su pareja en la calle y tiene una erección, ¿está llevando a cabo una práctica sexual? ¿Habría que multarle? ¿Y si alguien se detiene a recrearse en una publicidad de lencería con mirada lasciva? En este terreno, me temo, la intención de prohibir puede entrar en terrenos demasiado peligrosos.

Una cosa muy distinta es eliminar la prostitución de la calle, donde cabría perseguir a quienes se lucran y sancionar a los clientes. Pero meter las manos directamente en el asunto de la práctica sexual, algo tan amplio como respirar y que según Freud implica a todo nacido de madre, es salirse de ídem.

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