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El móvil, enemigo de una buena dieta

  • Un estudio certifica que cuanto más tiempo pasan los niños consumiendo ocio en pantallas desarrollan peores hábitos alimentarios en sus casas

Un niño juega con el móvil.

Un niño juega con el móvil. / M. H. (Málaga)

¿Ha contado cuántas horas pasan sus hijos delante de las pantallas? No sólo suman las horas chateando con sus compañeros con el móvil, también las que pasan jugando a Fornite, Fifa o cualquier otro juego que esté de moda ya sea en la tablet, la consola o el ordenador. Añada a estas las que está viendo dibujos en la televisión o conectado a Youtube o Twich o la última plataforma en la que consuman pasivamente contenido audiovisual.

Seguramente sean muchas más de las que en un primer momento podría pensar. Y si los oftalmólogos ya venían avisando de los pocos beneficios que producen en la salud visual de los menores, ahora un estudio realizado en toda España certifica que también influye en sus hábitos alimentarios.

Esta es la principal conclusión que se desprende de una investigación desarrollada por el grupo EpiPHAAN (Epidemiology, Physical Activity, Accelerometry and Nutrition) de la UMA y del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA) que constata, además, que el nivel de educación de los progenitores se asocia también con la adherencia a la dieta mediterránea. Trece grupos de investigación diferentes forman parte de PASOS. En concreto, EpiPHAAN se ha encargado de liderarlo en Andalucía, donde se han estudiado a más de 700 menores.

Esta investigación, se enmarca en el Estudio PASOS –Physical Activity, Sedentarism, lifestyles and Obesity in Spanish youth–, de la Gasol Foundation, que ha analizado a más de 3.800 menores, de entre 8 y 16 años, de 245 colegios de toda España; con el objetivo de evaluar los niveles de actividad física, el sedentarismo, los estilos de vida y la obesidad de jóvenes españoles y sus familias.

Los resultados de este estudio indican que cuanto mayor es el tiempo que los niños y adolescentes están expuestos a pantallas, menor es el consumo de frutas, verduras, legumbres, pescado y frutos secos, alimentos esenciales de la dieta mediterránea; y más alto el de dulces, golosinas y comida rápida.

Esta investigación no persigue ninguna actuación específica sobre los resultados, como asegura Napoleón Pérez Farinós, investigador de la UMA y uno de los principales autores de este estudio, liderado en Andalucía por Julia Wärnberg, también investigadora de la Facultad de  Ciencias de la Salud de la Universidad de Málaga. “Nosotros nos ocupamos en poner de manifiesto el problema para que sirva para que quién tiene que tomar decisiones puedan tener más datos”, asegura Pérez Farinós.

Aún así, se permiten proponer algunas posibles actuaciones, como podrían ser “racionalizar el ocio o promover la educación en hábitos relacionados con la salud”, afirman los responsables del estudio.

A simple vista el consumo de ocio pasivo en pantallas puede parecer inocuo, pero también influye lo que se deja de hacer cuando los niños ocupan su tiempo de esta manera, “al abusar de las pantallas se hace menos actividad física, pero también hemos constatado que viene de la mano con un menor seguimiento de la dieta mediterránea”, aclara Farinós.

La dieta mediterránea es una de las más completas, equilibradas y saludables, ya que previene la obesidad y es un seguro de vida frente a las enfermedades cardiovasculares”, explica la investigadora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UMA Julia Wärnberg, autora principal de este trabajo, que ha sido publicado en la revista científica ‘Journal of Clinical Medicine’.

Según señalan los expertos, el seguimiento por parte de los menores de una dieta mediterránea es importante para mantener buenos hábitos alimentarios, disminuir la probabilidad de sufrir obesidad infantil y para mejorar su salud en la vida adulta. “Es fundamental promover esta dieta, así como los hábitos de vida relacionados con ella, tales como la actividad física y la reducción de las conductas sedentarias”, advierte la investigadora de la UMA.

Igualmente, los científicos han mostrado en este trabajo que el bajo nivel educativo de los progenitores influye en la adopción de peores estilos de vida de los menores, entre los que se encuentra una mala alimentación, así como un menor conocimiento y conciencia de aspectos nutricionales. “Aunque el nivel socioeconómico y el educativo suelen estar bastante relacionados, el nivel educativo es un predictor mucho más potente a la hora de estudiar los hábitos conductuales y de alimentación”, afirma Pérez Farinós. De esta manera puede haber personas con bajos ingresos y con una buena educación alimentaria y personas con un nivel económico alto pero que no tenga estas conductas aprendidas.

Las consecuencias que se pueden trasladar de este estudio son “muy importantes”, opinan los investigadores, ya que durante la infancia y la adolescencia es cuando se adquieren los hábitos alimentarios y de salud que luego se desarrollarán durante el resto de la vida adulta, “es muy complicado cambiar los hábitos cuando eres adulto, algunos lo hacen por obligación, pero en los niños es mucho más fácil moldear los hábitos para que sean saludables”. Unos malos hábitos pueden conllevar un mayor sobrepeso en la vida adulta o hábitos sedentarios, que pueden venir de la mano de enfermedades que se asocian a la mala dieta como la diabetes, la hipertensión o problemas musculares.

De esta manera, comer fruta, verdura, pescado y alimentos ricos en nutrientes y dejar de lado el ocio pasivo para que los niños vuelvan a jugar en la calle mientras hacen ejercicio físico y se relacionan entre ellos de una manera sana es la mejor opción para garantizar un adulto sano y con buenos hábitos alimenticios; y, por lo tanto, muchas posibles visitas al médico. Ya saben el refrán: “Una manzana al día…”.

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