Málaga

Los niños recuperan la calle

  • Un grupo de padres jóvenes del centro histórico crean a un movimiento que promueve la recuperación del espacio urbano para las familias Cada tarde quedan en la calle Alcazabilla

La casa cobra vida en el centro de la calle Alcazabilla. Ajenos a transeúntes, turistas, bicicletas y a los operarios que montan justo a su lado un escenario, los niños apilan las cajas que solo hace unos minutos eran desechos de los comercios. Convertidas en sillares, muros y pilastras son la realidad tangible de la imaginación. Alguna escapa al esfuerzo común para dar vida a un improvisado robot. La estampa de los niños jugando en la calle y con lo que la calle da de sí es el éxito de un grupo de familias del centro histórico decidido a ocupar y reivindicar su lugar en la vía pública.

La iniciativa solo tiene tres elementos en común: padres, niños y calle, sin ninguna otra circunstancia que los unifique o los uniforme. Los hay defensores acérrimos del rumbo que ha tomado el centro de Málaga, pero también los hay recelosos que miran con sospecha cómo las terrazas se comen el espacio público, les arrebatan infraestructuras y los expulsan.

El movimiento surgió de forma espontánea hace unos cuatro años. Los arquitectos María Bermejo y Arturo López, entonces padres primerizos, necesitaban un lugar cerca de su casa en el que el niño pudiera jugar, relacionarse con otros críos y, por qué no, que también les brindara a ellos la oportunidad de entablar nuevas amistades con otros adultos. Arturo López recuerda casi abrumado que María paraba a otras parejas que ya tenía bicheadas para proponerles quedar en la calle. De allí a crear un grupo de Whatsapp quedaba un paso. Ahora son 76 familias. Al principio se reunían en la plaza de La Constitución, pero se vieron obligados a mudarse por el efecto de la Semana Santa, la Feria y los múltiples acontecimientos que periódicamente la ocupan. Buscaron a conciencia un lugar amplio, fresco en verano y cálido en invierno. La calle Alcazabilla reunía todas las condiciones y allí es donde ahora los más pequeños entrenan su psicomotricidad subiendo y bajando por la rampa de la calle Marquesa de Moya, los más arriesgados se atreven a escalar por el ficus situado frente al Teatro Romano o todos juntos desafían la gravedad levantando una casa de cartón. "Cada tarde vienen más de 30 niños de cero a nueve años. Aquí no hay columpios ni condiciones preestablecidas para el juego, tienen que inventar. Escalan el ficus, entran en el Teatro Romano, corren, juegan al pilla pilla o a la pelota en el césped, montan en las bicicletas y los patines, juegan a las comiditas, buscan bichitos y otros días, como hoy, construyen con las cajas que les han dado en los comercios", explica María Bermejo, madre ya de dos niños.

El grupo, además, ha desarrollado determinados rituales que los llevan más allá de Alcazabilla. Celebran los cumpleaños en la plaza de Las Cofradías y las despedidas en la del Pericón porque en ninguna de ellas hay bares y, por tanto, siempre están desiertas y disponibles.

El grupo es heterogéneo: familias del centro histórico intramuros, pero también de La Malagueta o de la calle Salitre, un buen puñado de extranjeros, y algunos mayores atraídos por la oportunidad de la charla.

La iniciativa busca devolver el uso común y mediterráneo a la calle, en definitiva, hacer ciudad, "estar a media tarde en casa, preguntar '¿hay alguien por ahí?' y tener la certeza de que siempre encontrarás a los amigos abajo", precisa Arturo López.

El caso de las infraestructuras educativas es un ejemplo paradigmático del poder del movimiento. Málaga solo dispone de un colegio en el cogollo del centro urbano: el Anexo Prácticas Número 1. Es un centro público que durante años ha estado en franco declive. Arturo López subraya que no ha sido un hecho fortuito. " Se ha dejado morir porque no interesaba". Sin embargo, las familias han reaccionado y una decena de ellas han matriculado a sus hijos en este colegio. "Este curso se ha duplicado el número de alumnos en primero de infantil y para el próximo ya hay otras cuantas familias de la plaza que también han elegido este centro. Es una decisión importante. La dirección se ha volcado y se está transformando el colegio".

Arturo López y María Bermejo se instalaron en el casco histórico hacia 2004, justo cuando empezaba la recuperación y, por primera vez después de lustros, se convertía en un espacio atractivo para vivir.

Ellos no han conocido aquellas calles desiertas a la caída de la tarde, que muchas veces "daban miedo", recuerda Isabel Valero, madre de la plaza ahora sorprendida porque "se haya pasado de no haber un solo bar al otro extremo. Es verdad que dan mucha vida a la ciudad, pero empiezan a pasarse, sobre todo con las terrazas", explica. "Lo peor es que no respetan la vía pública de forma continuada", agrega María Bermejo. No obstante, reivindica su lugar en esta encrucijada de intereses. "La ciudad es nuestra. Tiene sus inconvenientes, pero sabemos cómo sortearlos y compensa".

Arturo López subraya que la eclosión de los primeros años sedujo a su generación y atrajo a muchos jóvenes al casco histórico. Sin embargo, el modelo de ciudad que apostó por dividir los pisos antiguos en pequeños apartamentos ha dejado casi sin espacio vital a aquellas parejas ahora ya padres.

Unos han optado por mudarse, mientras que otros se adaptan a las nuevas circunstancias. La proliferación de viviendas de no más de 50 ó 60 metros han sido el aliado perfecto del turismo vacacional y de los portales de alquiler como Airbnb, fenómeno que sumado al turismo de cruceros y al creciente número de terrazas han cambiado de forma muy significativa la configuración del centro. María Bermejo, Arturo López y sus dos hijos han visto cómo en los últimos años seis de los 12 vecinos de su edificio, en la calle Sánchez Pastor, se han ido y sus casas son ocupadas por turistas de paso. De la misma forma lamentan la progresiva desaparición del comercio tradicional para dar lugar a franquicias y, sobre todo a bares, que cierran y reabren a la velocidad del rayo.

El arquitecto José Herguedas es otro de los padres que han convertido la calle Alcazabilla en su plaza. Su visión del casco histórico, sin embargo, es bastante más relajada. Considera que todavía tiene mucho potencial para crecer y que está lejos de ser un espacio saturado. Afirma que los usos terciario y residencial están bien equilibrados. "Están compensados, mantienen la vida en la calle durante las 24 horas y promueve Málaga como ciudad turística. Durante muchos años el punto de atracción ha sido la Costa, pero turismo de playa hay en mil sitios, está agotado, mientras que el centro empieza a desarrollarse para el turismo y todavía puede crecer".

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