Los nómadas que ya se fueron

calle larios

Buscarse la vida en la calle en una ciudad como Málaga es una forma de desaparecer, sobre todo si no eres de aquí. Están las personas y están los invisibles: de repente, se han marchado

Solo de trompeta en el centro de Málaga. Mañana, en cualquier otra parte.
Solo de trompeta en el centro de Málaga. Mañana, en cualquier otra parte. / Málaga Hoy
Pablo Bujalance

05 de noviembre 2017 - 02:06

Me detengo junto al Teatro Cervantes con mi amigo Rodrigo, al que acabo de encontrar. Nos ponemos al día en unos minutos. Entonces pasa por la otra acera Eduardo Chamorro El Vena y al vernos acude flechado hacia nosotros. Nos pide unas monedas. Le preguntamos cómo está. "Bien, mejor", responde. "He dejado el vodka. Es que el vodka es muy malo. He estado en coma siete veces. Sigo vivo de milagro. No, pero ya no bebo más vodka". Rodrigo le da unas monedas y le hace prometer que va a cuidarse más. "Que sí que sí", responde, "voy a descansar un rato y luego, a cantar". Algunas horas después vuelvo a verlo, en la calle Calderería, pero ahora está cantando, a lo suyo, Por ti hincharon las velas de aquel velero, Cantinero de Cuba, sólo bebe aguardiente para olvidar. Lo atisbo de lejos, algunos guiris sentados en las terrazas lo miran alucinados, la mayoría actúan como si no estuviera, hay un partido de fútbol importante y la atención está puesta en todas las pantallas. Reparo entonces en la cantidad de años que llevo encontrándomelo, casi siempre en el mismo sitio, y en la familiaridad con la que se dirige a todos los que acudimos al centro a diario, como si fuera de nuestra familia. Hay quienes ven en él, todavía, al último gran personaje de la Málaga urbana, el sucesor definitivo de Matías, depositario final de aquel oficio que consistía en echar un cante a quien te lo pidiera, o en echarlo sin más aunque nadie lo reclame. Y sí, seguramente sea así, por más que un servidor desconfíe sin remedio de esta nostalgia de señoritos de medio pelo y prefiera ver a Eduardo sin tener que recurrir a esas monedas, cantando de otra manera, o haciendo lo que sea que más le guste independientemente de la generosidad mezquina de estos cruceristas que han venido a comer paella recauchutada y a comprar postales de Picasso. Pero la cuestión es otra: Eduardo está en la calle siempre y sabemos quién es, qué hace, qué podemos esperar de él, tantas temporadas lleva pregonando que está enamorado de ti, es de los nuestros. Caída ya la noche, sin embargo, asentada por primera vez la promesa del frío con el alumbrado navideño ya casi listo en la calle Larios, observo a otros muchos que como Eduardo van pidiendo monedas entre la Plaza de la Merced y la de la Constitución. Pero no me refiero a estos músicos dicharacheros y espectaculares que arman sus corrillos, ni a esos instrumentistas equipados como para tocar en el Royal Albert Hall; hay otros habitantes de esta especie de feria venida a menos que pasan desapercibidos, parados en sus esquinas, paseantes entre las mesas de los bares de tapas, como si estuvieran aquí, simplemente, porque no tienen un lugar mejor a donde ir.

Hablo de este hombre que con su capa de mago hace trucos de cartas sobre una mesa en la calle Granada, del tipo alto camuflado bajo una gorra que canta Oh sister de Bob Dylan a media voz en la calle Alcazabilla sin que nadie brinde siquiera el gesto de escucharlo. Hablo de esta muchacha extranjera que avanza con sus ojos grises muy abiertos por Uncibay mientras extiende la mano sin más por si alguien tiene la gentileza de prodigarle alguna calderilla. ¿De dónde ha llegado, dónde la esperan, por qué está aquí cuando seguramente podría estar mejor en otro sitio? Hablo de la mujer mayor sentada en el portal de la Plaza del Siglo que se cubre la cabeza con un pañuelo sucio. Del joven africano que reparte anuncios de un maestro africano capaz de curar el infortunio y el mal de amores. Me refiero a esta otra mujer que vende pulseritas de cuero junto a la Catedral, con su mercancía expuesta cuidadosamente sobre un mantel blanco extendido en el suelo. Algunos son de aquí, otros llevan en Málaga muchos años, pero otros parecen recién llegados y a punto de marchar a otra parte. En este centro alzado como escaparate son del todo invisibles. Buscarse la vida en la calle en una ciudad como Málaga es otra forma de desaparecer. Recuerdo a otros que se fueron y quiero saber de ellos. Seguirá el silencio en otra parte.

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