El peso de la muerte

El Prisma

El circo, especialmente televisivo, montado en torno a la tragedia aérea de Barajas oculta otros dramas más comunes que todos asumimos como naturales: los accidentes de tráfico, las pateras...

Funeral de dos víctimas palencianas del accidente aéreo.
Funeral de dos víctimas palencianas del accidente aéreo.

31 de agosto 2008 - 01:00

CUÁNTO pesan la vida y la muerte? En su genial 21 gramos, el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu fija el factor diferencial entre un estado y otro, pero no tenemos sistemas fiables para evaluar el peso específico de cada vida, el de cada muerte. Simplemente vemos que no hay una misma cuantía para cada fallecimiento, que las tragedias pesan distinto y que las balanzas no están equilibradas.

En la desproporcionada y amarilla cobertura informativa que se está dando, sobre todo desde la televisión pública, al accidente aéreo de Barajas, tenemos otra prueba más. Sólo durante el mes de agosto del año pasado, en las carreteras españolas se registraron 269 muertos. Y hoy cerraremos la cifra negra y funesta de este año, que andará a la par. Pero a nadie parecen importarle tanto esas pequeñas grandes tragedias diarias, un coste hundido que el Estado, las administraciones y todos nosotros asumimos con fría, despreocupada naturalidad. Una sangría anual de casi tres mil muertos, 6.000 millones de euros de coste económico, y decenas de miles de dramas familiares y personales, desata mucho menos interés, debate y morbo que un accidente de avión. Y si encima hay dudas sobre el mantenimiento del aparato, el acabóse.

Una de las primeras cosas que aprende un periodista es que no valen lo mismo cinco muertos por un tornado en Kansas que cien fallecidos por una avalancha de peregrinos en la India. Obviamente, a todo el mundo le interesan más los primeros. Pero ni con el paso de los años y la experiencia acumulada, con centenares, miles de noticias con más o menos óbitos, uno consigue descifrar las claves de esa tabla de equivalencia no escrita para valorar la muerte. Se va formando, curtiendo, con los ejemplos prácticos.

Esta semana hemos tenido un caso digno de estudio en Málaga, a cuyo puerto llegaron en la medianoche del lunes veinticinco inmigrantes subsaharianos. Una de las mujeres lloraba la muerte en el camino de sus tres hijos y de su marido, y varios de los extranjeros aseguraban que en su errática y penosa travesía habían dejado atrás, seguramente muertos, al menos a veinte compañeros. Tanto España como Marruecos los dieron por muertos y ni activaron un dispositivo de búsqueda. La patera dio para un día de información y se acabó el asunto para la mayoría.

El cadáver de un inmigrante africano -mejor ni hacer el cálculo si no hay cuerpo- debe de tener un peso equivalente a 0,001 según esa tabla virtual de los muertos. Y aunque ese índice haya que multiplicarlo al menos por diez al tener en cuenta el factor estival (en verano hay menos noticias y, por tanto, se agrandan y exageran las existentes), e incluso volver a multiplicarlo por Pi, por ejemplo, por el agravante de ocurrir la tragedia susodicha en la semana más seca del año, la postferial de agosto, la cifra no rozará, ni de lejos, la equivalencia con un ciudadano español muerto en accidente aéreo.

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