Opinión

El rascacielos, La Malagueta y el Parque de Málaga

  • Los autores del artículo se hacen una pregunta: ¿Deseamos ser una marca-Málaga patrocinada por una empresa de hoteles de lujo o bien una Málaga creativamente soberana respecto a un futuro abierto?

Infografía de la vista del hotel proyectado junto al dique de Levante desde la zona de La Malagueta.

Infografía de la vista del hotel proyectado junto al dique de Levante desde la zona de La Malagueta.

La gran cantidad de alegaciones registradas en el trámite de Modificación del Plan Especial del puerto da idea del elevado interés que genera en la ciudad el proyecto del rascacielos. Pero no es un asunto pacífico pues la inmensa mayoría de ellas son de rechazo. Desde 2016 el debate ciudadano nos ha ido descubriendo la gran complejidad de las cuestiones implicadas y el carácter crítico de muchas de ellas, ocultas tras lo que se presentó como una operación que casi no precisaba explicarse, de tan obvia y conveniente. Esto prueba que el camino escogido para la tramitación del proyecto ha sido equivocado, al marginar un actor clave, la propia ciudad.

Sentimos que el verdadero problema no es el de ser o parecer modernos, y menos la de una pobre modernidad reducida al afán por aplicar la última y efímera novedad tecnológica en la edificación. Lo que está en juego es la relación de esta ciudad con el puerto y el mar, y con ello la imagen que proyecta hacia el mundo y por ende su autoimagen: ¿Deseamos ser una Marca-Málaga patrocinada por una empresa de hoteles de lujo o bien una Málaga creativamente soberana respecto un futuro todavía abierto? Para ayudar a entenderlo proponemos el experimento mental de imaginar dos opciones antagónicas que tienen la ventaja de contar con sendos antecedentes históricos.

Lo que está en juego es la relación de esta ciudad con el puerto y el mar

Tenemos en primer lugar el ejemplo de la Malagueta, brutalmente transformada entre los años 60 y 70. resultando una suma bastante caótica de múltiples operaciones inmobiliarias a partir de la derogación del Plan General redactado por José González Edo en 1964, precisamente acusado de ser un obstáculo al desarrollismo inmobiliario, por entonces incontestable signo de modernidad.

El rascacielos del puerto ha sido presentado como una actuación que contrastaría de manera favorable con el acantilado visual de los apiñados edificios de la Malagueta. Sin embargo esta apreciación no convence porque el rascacielos se percibe como parte de un continuo edificado y masivo de edificios, su enfático remate espacial y temporal, con el triple de altura.

Pero las similitudes no se limitan a la percepción de un paisaje de la bahía perturbado por el exceso de la Malagueta y el rascacielos. Por ejemplo el resultado a ras de suelo: espacios feos y residuales, bajo el dominio del automóvil, sin virtud alguna que los cualifique para el encuentro y convivencia ciudadana. Y muy frustrantes al estar separados y ajenos al mar, siendo éste tan cercano.

En cambio, los clientes del hotel disfrutarán de un maravilloso panorama exclusivo para ellos, tras obturar el horizonte del mar para toda la ciudad, con la necesaria complicidad de la administración pública y un tratamiento legislativo a la carta.

Lejos de abrir un nuevo tiempo, lanza a una modernidad viejuna

Dos enormes ocasiones desperdiciadas y entregadas a la codicia y al gesto prepotente. El rascacielos, lejos de abrir a un nuevo tiempo, nos lanza a una modernidad viejuna y bien conocida, la del corto plazo típico de la economía rentista y especulativa, operativa al menos desde el siglo XIX.

Sorprende que haya tanta prisa para una promoción de la que no se conoce su operador final, el que debería dar las mayores garantías. Igualmente la incongruencia de que este “hito paisajístico” que marca la entrada de Málaga en el siglo XXI, según sus promotores, esté sometido a la inestable liquidez de la mercancía que es, fatalmente sujeta a ciclos de auge y obsolescencia, cada vez más breves.

Más el riesgo de que una vez levantado el edificio la volubilidad de los flujos turísticos (y más que eso, las crisis mayúsculas por venir), motiven decisiones puramente empresariales tomadas lejos de esta ciudad, indiferentes a las consecuencias económicas y de otros órdenes, obligando a que la Administración ceda a la vergonzosa reconversión en apartamentos turísticos de superlujo.

Pasemos a la segunda opción, muy bien representada por el Parque de Málaga. Como se sabe a finales del siglo XIX la expansión del puerto se encontró con grandes dificultades de financiación a cargo del municipio, por lo que se pensó en destinar la franja de terreno más próxima a la ciudad a un ensanche urbano compuesto por unas 25 manzanas edificables. Sin embargo Antonio Cánovas, entonces presidente de gobierno, rechazó esta solución y decidió que la Administración Central financiara la parte de obra que restaba por ejecutar y así hacer posible en el mismo sitio un precioso parque botánico.

Durante casi un siglo este fue el único parque público de Málaga, muy querido por todos sus ciudadanos. Después enlazando con unos espacios abiertos que tan bien definen el paisaje de Málaga: hacia el mar y su horizonte, una vez eliminada la verja del puerto (y la amenaza del nefasto cierre propuesto por Chelverton) y en el futuro hacia el interior, Gibralfaro y los Montes de Málaga.

Volviendo a la cuestión clave de quién decide la definición urbana de la ciudad, lo que nos dice lo ocurrido es que se va imponiendo una política municipal que regala la iniciativa a las grandes operaciones privadas (o privatizadoras). Lógicamente interesadas principalmente en el beneficio económico, el mayor y el más rápido posible, se desentienden del resto de la ciudad que sistemáticamente debe cargar con multitud de costes ambientales, sociales y económicos externalizados por las promociones inmobiliarias. Máximo resultado para lo privado y mínimo para lo público.

Se va imponiendo una política municipal que regala la iniciativa a las grandes operaciones privadas (o privatizadoras)

Desde la Malagueta hasta el rascacielos. Y aunque se puede calificar como una elección visionaria también rechazamos trasladar al momento actual el modo en que se decidió hacer el Parque en 1896, porque ya no es de recibo la dura dicotomía gobernantes-gobernados, solo útil para el mantenimiento de una injusticia social que en Málaga es injusticia espacial.

La movilización ciudadana y el excelente trabajo realizado desde muy diversas perspectivas, evidente en la calidad técnica y argumentativa de las alegaciones, demuestra que hay capacidad local para ser activa protagonista de su futuro y que es posible actuar de otro modo ante las cuestiones que son trascendentes para Málaga, tal y como viene sucediendo en muchas ciudades europeas.

Esta información ha sido elaborada por: Eduardo Serrano, Dr. Arquitecto; Marcos Castro, Dr. en Economía, Universidad de Málaga; Sabina Habegger, Dra. en Pedagogía; Enrique Navarro, Dr. en Geografía, Universidad de Málaga; Rubén Mora, Arquitecto, Mtr. Urbanismo; Fernando Ramos, Arquitecto; José María Romero, Dr. Arquitecto, Universidad de Granada; Yolanda Romero, Dra. en Turismo, Universidad Complutense de Madrid. Son integrantes del Equipo de investigación adscrito al proyecto I+D titulado Crisis y reestructuración de los espacios turísticos del litoral español (CSO2015-64468-P) del Ministerio de Economía y Competitividad (Mineco).

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