El reloj pervive en el tiempo
La digitalización parece no hacer mella en el gremio, que se reinventa
Pero algo sí que queda claro: ya no es un instrumento para mirar la hora
El tiempo es caprichoso. Puede ser, a la vez, el fiel amigo o el peor enemigo. Tiene el poder de evaporar los momentos de felicidad o dilatar aquellos más amargos. Es caprichoso. Hasta tal punto, que puede jugar en su propia contra. Testigos de ello son Miguel y Germán, maestros del tiempo, hijos de relojeros y padres de muchos segundos. Desde pequeños han vivido entre engranajes y manecillas, son herederos de una tradición. Miguel Heredia lleva en la plaza de la Constitución desde 1972. Hijo y sobrino de relojeros, aprendió junto a sus seis hermanos el oficio y todos se vincularon a él. Empezó con 13 años entre lupas, pinzas y esferas, y ahora son sus hijos los que comienzan junto a él.
"En Málaga, en los años 70, el gremio lo formaban más de 90 relojeros, hoy ya es otra cosa. Ahora, cualquier tienda vende relojes, cualquier persona tiene una docena de ellos y, si se para alguno, se ponen otro", dice, aunque la nostalgia del pasado no es lo suyo. Su negocio se ha adaptado a los nuevos tiempos. Desde hace unos años, se dedican también a la compra-venta de reloj de alta gama. Adquieren estos modelos de categoría exclusiva, los reparan y los vuelven a vender con su propia garantía. "Aquí te reciclas o mueres", sentencia.
La reparación también supone el grueso más importante en el negocio de Germán Gil. Él procede de una familia de militares. Su padre iba por el mismo camino pero en una visita a un tío en Suiza se convenció de que quería ser relojero, y así fue. Germán lo decidió mucho antes, a los 14 años estaba seguro de que no quería seguir estudiando y empezó a aprender el oficio al lado de su padre, ya jubilado. Es testigo constante de que hay muchas personas enamoradas del mundo de la relojería y dispuesta a pagar lo que sea por una pieza. Además, cuenta que la crisis ha creado "ciertas nostalgias" en las personas que las han llevado a abrir los cajones y a rescatar las joyas que tienen guardadas. "Ahora quieren reparar estos relojes antiguos, salvaguardar el valor sentimental que tienen para poder seguir pasándolos de generación en generación".
Germán está seguro de que la relojería es una profesión que, al contrario de lo que piensa la gente, ha ido y va a más. "La gente, cada vez más, acude a los especialistas, a los relojeros, para asegurarse una reparación", señala. A su juicio, los talleres pequeños y oscuros le han dado paso a la especialización gracias a la nueva maquinaria y a las oportunidades que ofrece internet.
Y aquí llega la paradoja. En una sociedad hiperconectada, donde tener cuenta del tiempo se ha vuelto esencial, ¿qué valor tiene un reloj? Hagan la prueba. Cuenten en el autobús cuántas personas de las que les rodean llevan uno en su muñeca. Pidan la hora, ¿en cuántas ocasiones no sacarán el teléfono móvil para dársela? "Hace unos meses me encontré a un señor con un reloj de varios miles de euros. Me di cuenta de que no daba la hora y le pregunté. Su respuesta fue tajante: Y qué más da". Miguel Heredia cuenta esta anécdota sonriendo y admite que "el reloj ya no sirve para dar la hora, es un complemento que te da personalidad".
Junto a su hijo, habla de que la digitalización de la nueva vida ha supuesto un cambio porque la gente ha adoptado otras formas de conectarse con el tiempo que no es el reloj. "Hay muchos jóvenes que no usan reloj y son unos clientes a los que no vamos a poder llegar pero, por contra, hay muchas personas que sí lo usan porque les gusta y, ahora, en vez de tener uno, tienen tres", termina concluyendo.
Es un tira y afloja, una balanza que, por el momento, Germán Gil también ve equilibrada. "Los relojes inteligentes no van a hacer que los tradicionales desaparezcan, son una extensión del teléfono móvil y ahora mismo conviven perfectamente", explica. "Es un complemento ideal para las mujeres y uno de los pocos que tienen los hombres. Es algo importante", matiza. "Da categoría, solera, da gusto llevarlo", justifica Miguel.
Por todo ello, ambos relojeros son optimistas. El heredero de la relojería Gil, mantiene que el negocio no va a acabar mientras haya un sector de lujo. "Esto va a tener continuidad y va a seguir manteniéndose gracias a ese nicho", defiende.
"El reloj nunca se va a perder. El reloj mecánico tiene caché. Hace unos años, con el reloj de pila, el mecánico bajó, pero ha vuelto, siempre regresa, por eso no va a desaparecer, va a perdurar toda la vida". Para el tercero de la generación de los Heredia, este reloj "es un mecanismo de precisión complejísimo, una obra de arte".
Las grandes empresas no lo ponen fácil
La cultura de usar y tirar está detrás de la reconversión del gremio relojero y es uno de los motivos por los que cada vez hay menos artesanos. Pero no es el único. Las dificultades que imponen las grandes marcas para suministrar a estos negocios los repuestos necesarios y que, en muchos casos, obliga a los consumidores a acudir a los servicios oficiales de las grandes casas, es otra de ellas. Esta es una de las luchas de la Asociación Nacional de Profesionales Relojeros Reparadores (Anpre), de la que Germán Gil es uno de los fundadores. A pesar de que el colectivo ha logrado que las grandes marcas confíen en ellos y que los consideren relojeros reparadores autorizados, tras adaptar los locales a las exigencias y requisitos de estas -lo que supone grandes inversiones-, el sector aún pervive con grandes trabas, como la inexistencia de un colegio de relojeros o un censo definido.
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