El secreto de un buen negocio
El centro está salpicado de comercios abiertos hace décadas, incluso centenarios, que han pasado de padres a hijos, y luego a nietos · Aproximadamente una de cada cuatro tiendas minoristas de la provincia tiene más de un cuarto de siglo
Al entrar en la papelería La Española, en la calle Sánchez Pastor, la controvertida Amy Winehouse ocupa el hilo musical y nadie diría que el negocio lleva abierto 125 años. Tras el mostrador atiende Jaime Corcelles, nieto de Aniceto Corcelles Cerdá, el fundador de la tienda. Corría 1883 y este empleado catalán se empeñó en hacer la competencia al jefe tras enamorarse de su hija y toparse con las trabas sociales de la época. Corcelles abandonó la papelería La Catalana y creó La Española. Se casó con la mujer que quería y logró implantar un negocio próspero en Málaga que sobrevive en el siglo XXI y que ya mira hacia la cuarta generación. Jaime, de 77 años, lleva el negocio con la ayuda de sus hijas.
"Llevo aquí toda la vida, no he estado en ningún otro sitio", cuenta Corcelles. No sabe cuánto tiempo aguantará el negocio, le gustaría que muchos más años, pero le surgen dudas porque la crisis "se nota" y por la competencia de las grandes superficies, que han absorbido los libros y el material escolar. Precisa que han tenido "épocas mucho mejores que la actual" y remite a un dicho popular de hace décadas: "Málaga, la ciudad de las 100 tabernas y una sola librería".
¿Cuál es el secreto para aguantar tantos años? "Hemos tenido el favor del público, por la buena atención y porque hemos ofrecido mucho surtido; nos hemos ido adaptando a los tiempos", explica Corcelles. Aún recuerda cuando imprimían las cartillas de racionamiento para toda la provincia.
La Española es uno de los negocios abiertos hace décadas que salpican el centro de Málaga. Según los datos de la Federación de Comercio de Málaga (Fecoma), el último Observatorio indica que la provincia cuenta con 23.083 tiendas minoristas, de las que 8.094 están en la capital. Aproximadamente uno de cada cuatro negocios (entre un 20% y un 25%) tiene más de un cuarto de siglo de vida.
Centenaria es también la ferretería El Llavín, instalada en calle Santa María desde 1884. Dice Pedro Arribere que es de las pocas tiendas en las que aún se escucha "¡qué barato!". Hay miles de artículos, los más insospechados. Ni siquiera la dimensión del local, muy espacioso, da una idea del tamaño del enorme almacén. Un tío del abuelo de Arribere, de ascendencia francesa, abrió la tienda, que aún mantiene la estantería original de lado a lado de la pared.
Con tantos años se viven distintas épocas, y "aquí hemos tenido que cambiar la forma de trabajo, cambiar muchas mercancías voluminosas porque antes se podía descargar en la puerta; el negocio es ahora de cosas pequeñas, para reparaciones domésticas, el bricolaje de los fines de semana". Su secreto, relata Arribere, es "tener una clientela fija, gente que viene desde hace muchos años y que encuentra lo que no hay en otros lados". "Las miejitas", dice él.
Si Corcelles ha contemplado desde La Española la rehabilitación de media docena de edificios y cómo la calle, casi siempre en obras, se transformaba en peatonal, Arribere ha sido testigo desde El Llavín de cómo abrían y cerraban hasta una decena de negocios en el local de en frente. Se incorporó a la empresa familiar en la década de los 60. "De pequeño, ni me acuerdo". Y desde entonces, las cosas han cambiado. "Hasta en la comunidades religiosas la monjas saben de fontanería o electricidad".
El Llavín percibe la crisis. "Antes daba lo mismo qué se compraba y ahora la gente pregunta el precio", costumbre que se arrastra desde el cambio de la peseta al euro, explica. "Nosotros, de momento, estamos, que ya es mucho".
Al enfilar calle Granada se puede ver a Rafael Pérez-Cea capitanear el negocio familiar abierto el 11 de febrero de 1902 por su abuelo, Antonio Soto Díaz. Esta guantería con solera está repleta de maletas, bolsos, carteras, paraguas, cinturones, corbatas... El goteo de gente es constante, no para en todo el día, y resalta el trato cortés con el que Pérez-Cea atiende a los clientes, incluso por teléfono. "No es verdad que el cliente lleve siempre la razón; el cliente es la razón", ilustra.
"Ojalá tenga continuidad", replica al preguntarle cuántos años le augura al negocio. Tiene un hijo médico, otro licenciado en Derecho y Ciencias Económicas y otra maestra, y de momento sólo se animan a echar una mano si pueden. Tiene una pizca de optimismo en esta época de vacas flacas y apunta que con un negocio consolidado, que se esmera por dar un buen servicio, la crisis se encara mejor. Sus máximas son una buena atención al público y la relación calidad-precio, y en una ciudad como Málaga, mimar a los turistas. Él habla inglés, francés, alemán e italiano. "No me puedo quejar", concluye.
La floristería Layen no es centenaria, pero en diciembre cumple 41 años y apunta maneras. Enrique Ferrer y Laura Eloy-García la abrieron en diciembre de 1947, cuando en Málaga sólo despachaban flores los quioscos, entonces ubicados en la Plaza Félix Sáenz, y los vendedores ambulantes que se ponían en la puerta del cementerio. El negocio fue bien y se amplió a los tres años, hasta ocupar la esquina de la calle Duque de la Victoria, en frente de la clínica Gálvez.
Ahora está al frente su hija, Laura Ferrer, una licenciada en Económicas que dejó una empresa de telefonía móvil para hacerse cargo del negocio familiar. El secreto, dice, es tener un producto de buena calidad y un buen servicio. Alude al "estilo propio" de Layen, que los clientes aprecian. El negocio ha pasado de las rosas, claveles y gladiolos que vendían sus padres a todo un abanico de flores procedentes de Tailandia, China, Japón, Holanda o Colombia. Esa misma mañana habían enviado a París un ramo para Christine Ruiz-Picasso. Maya, la hija del pintor, también ha tenido el suyo en su reciente visita a Málaga.
También te puede interesar
Contenido ofrecido por Caja Rural Granada
Contenido ofrecido por Restalia