¿Son aún necesarios los fármacos betabloqueantes después de un infarto de miocardio?
Dos ensayos clínicos publicados recientemente en la prestigiosa revista The New England Journal of Medicine han llegado a conclusiones diferentes
Desde hace décadas, existe evidencia de que los betabloqueantes mejoran el pronóstico de los pacientes que sobreviven a un infarto de miocardio.
Durante la pasada semana se presentaron en el Congreso Europeo de Cardiología dos estudios que incluyeron pacientes con infarto agudo de miocardio, que cursó sin complicaciones y que mantenían una fracción de eyección mayor o igual del 40%, es decir, que el corazón mantenía aún una buena función contráctil. Los pacientes fueron aleatorizados a recibir un betabloqueante elegido por su médico o no recibirlo. Cada estudio incluyó un 20% de mujeres.
En el estudio noruego/danés la incidencia durante 3,5 años de seguimiento de mortalidad o un nuevo infarto fue significativamente menor en el grupo de pacientes que tomaron el betabloqueante sobre todo debido a una menor tasa de nuevos infartos.
En el estudio español/italiano la incidencia durante 3,7 años de seguimiento de mortalidad, nuevo infarto o insuficiencia cardíaca fue similar en ambos grupos.
Estos estudios proporcionan una información muy valiosa en general sobre el tratamiento de pacientes con infarto de miocardio, pero no ofrecen nuevas evidencias de carácter práctico.
Las actuales guías de práctica clínica del American College of Cardiology publicadas en 2025 dan como recomendación clase I (existe acuerdo unánime entre todos los autores que participaron del beneficio) para iniciar el tratamiento con betabloqueantes en las primeras 24 horas del infarto de miocardio con el objetivo de disminuir los infartos y las arritmias.
Todos los medios de comunicación se han hecho eco de estos resultados y en algunos casos con titulares que han alarmado a la población sobre un posible peligro de este tratamiento.
Algunos autores como Karol E. Watson, editora de la revista Circulation recomienda en el momento actual seguir las guías actuales publicadas. En mi opinión, dicho criterio es acertado, y hasta que los resultados, en principio contradictorios de estos estudios, sean procesados y den lugar a nuevas recomendaciones, los médicos debemos actuar aplicando las recomendaciones ya admitidas por la comunidad científica, y siempre valorando en nuestras decisiones aspectos individuales de cada paciente, para lograr el mayor beneficio con los menores efectos secundarios.
Serán necesarios nuevos estudios para llegar a conclusiones que nos ayuden en la toma de decisiones en este campo de la medicina que tanto está cambiando en los últimos años.
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