Una sonrisa, señor piquete

Los agitadores enviados a cerrar los comercios del centro quedaron inmortalizados en las cámaras de los turistas, como el Cenachero · En los barrios se vivió por lo general un día tranquilo de tono sabático, con los parques repletos de niños

Una chica tocada con nariz de payaso se enfrenta a un agente de la Policía Nacional frente a unos grandes almacenes.
Pablo Bujalance / Málaga

30 de septiembre 2010 - 01:00

La primera señal de la huelga fue la basura. Las calles amanecieron ayer sucias y así permanecieron todo el día, a menudo asquerosas, tanto en los barrios como en el centro, con contenedores y papeleras a rebosar de detritus, aceras repletas de todo tipo de sobras desparramadas y bolsas y plásticos anclados en cualquier sitio. No faltaron contenedores prendidos como víctimas propiciatorias, algunos hasta soterrados, como en la calle Tomás Heredia y en la Plaza del Carbón. Para los piquetes más incendiarios la huelga pasaba ayer por una buena barbacoa, pero por lo general la jornada transcurrió con tranquilidad. Sobre todo en los barrios: en el Puerto de la Torre, El Palo, Nueva Málaga, La Paz y Carranque las cafeterías servían sus productos con normalidad en las mesas ocupadas y sólo algunas tiendas cerradas recordaban que sí, que ayer tocaba huelga. En estos ámbitos vecinales y cómplices, el episodio quedó reducido en gran parte al anecdotario: algún gamberro decidió aprovechar la coyuntura y llenar de silicona la cerradura del Hogar del Jubilado que Unicaja tiene en Fuente Olletas, por lo que unos cuantos mayores no pudieron echarse a gusto su imperdonable partida de dominó, aunque ni Toxo ni Méndez se adjudicaron el tanto en sus comparecencias públicas. Resultó sorprendente, en cuanto revelador por su significado de integración cultural además de abrazo de solidaridad, ver cerrados a lo largo y ancho de la ciudad todos y cada uno de los establecimientos (bazares y tiendas de alimentación, fundamentalmente) regentados por ciudadanos de origen oriental, entregados habitualmente a turnos de quince horas siete días a la semana. Lo más frecuente era, sin embargo, toparse con comercios y oficinas de cajas de ahorros visiblemente abiertos y en los que lucían colgados los carteles de cerrado. Como diría el clásico, ni contigo ni sin ti. Por si acaso.

Conforme se avanzaba al centro desde la periferia, el ambiente cobraba enteros. Más basura, más tiendas cerradas, más pasquines pisoteados. Los piquetes afloraban sobre todo en el centro y en los puntos calientes: el aeropuerto, el Parque Tecnológico, los centros comerciales (en el Larios hubo algún golpe de más), Mercamálaga, El Corte Inglés, la Estación María Zambrano y la de autobuses. En el PTA se podía aparcar sin problemas casi en cualquier parte después de que un grupo de quince concienzudos lograra cortar los accesos durante largo rato. El Mercado de Atarazanas estuvo abierto todo el día, pero los puestos se quedaron cerrados. Para ver a los piquetes en acción, no obstante, había que ir a la calle Larios y la Plaza de la Constitución: algunos arrastraban la cogorza desde bien temprano, pero allí estaban, paseándose arriba y abajo con sus consignas. El procedimiento se desarrolló de manera similar durante toda la jornada: entraban en un establecimiento, los encargados cerraban y cinco minutos después volvían a abrir. Las dependientas de algunas tiendas de moda explicaron que tenían orden expresa de actuar así. Las mayores notas de color se dieron en el Café Central, cuyos responsables se negaron a atender las peticiones de los piquetes a pesar de que no habían sacado las mesas a la calle. Ante semejante desafío, los enviados de los sindicatos hicieron piña con megáfono para cantar la insolidaridad de los esquiroles. Mientras, los turistas que campaban por allí inmortalizaban la escena con sus cámaras fotográficas e incluso posaban en plan reportero de guerra para decir yo estuve allí. Hasta pedían un sonrisa a los alborotadores, que no se diga. Typical spanish. ¿No tienen un jamón? Una pareja de japoneses procuraba no perder compás con su nokia. En la calle Granada sí predominaron los cierres a cal y canto: por una vez no olía a shawarma, pero la estampa era parecida a la de La invasión de los ladrones de cuerpos, como un domingo a contramano.

Entre los piquetes, como en cualquier gremio, había de todo. Algunos optaban por la estrategia simpática e invitaban a las cajeras de los supermercados a bailar para que abandonaran sus cuentas. En la puerta de El Corte Inglés, una chica emuló a Dario Fo y se puso una nariz de payaso para enfrentarse a los agentes de la Policía Nacional, que arremetieron contra otro sindicalista empeñado en que no pasara una señora tocada con pamela (quien, seguramente, no ha tenido muchas oportunidades para entrar con escolta a El Corte Inglés). Pero también hubo entre los piquetes, autodenominados informativos, promulgadores de amenazas y activistas con manos demasiado largas. Éstos se ensañaron especialmente en Mercamálaga, la lanzadera de la EMT y en las paradas de taxis: un conductor se enfrentó a ellos en Molina Lario y a punto estuvo la cosa de llegar a los puños. Sí se llevaron lo suyo tres agentes de la Policía Nacional durante la manifestación de la tarde. Hubo pintadas en fachadas, no pocos cristales rotos y tensión manifiesta ante la actitud exagerada de algunos piquetes. Algunos de los encargados de las tiendas del centro que abrían cuando éstos se habían alejado vivieron una jornada de nervios. Una chica aseguraba tras un mostrador de un local de moda que no tenía más remedio que jugarse el tipo, "y hasta la hora de irme a casa no me voy a quedar tranquila". En la puerta, un señor indignado porque no encontraba un periódico sentenciaba: "Ha venido a convencerme de la huelga un chaval que ha terminado confesándome que no ha dado un palo al agua en su vida".

Quienes se llevaron ayer el gato al agua, que conste, fueron los más pequeños. En los colegios el seguimiento de la huelga fue más bien discreto, de manera que las escuelas se encontraban con los equipos docentes casi al completo y dos o tres alumnos por aula: demasiado temerosos anduvieron los padres para dejar a sus vástagos desprotegidos. En consecuencia, los recintos de columpios estaban prácticamente llenos en cualquier parte. En el Parque del Oeste abundaban los abuelos que paseaban con sus nietos, y nunca tuvieron los patos tantas ganas de pan.

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