Una tensa mañana de mudanza
Polémica urbanística Punto final a la obra irregular en Pinares de San Antón
Sobre la marcha, operarios de la firma encargada del derribo y de otra de mudanza sacan los bienes de las habitaciones a demoler
Cuatro operarios de la empresa Detecsa (se les identifica fácil por los chalecos que portan) fuman un cigarrillo sobre una de las estrechas aceras de la calle Halepensis. Al final de la vía, donde se levanta la casa de Vladimir Beniachvili, un inmenso camión tapona el acceso principal a la finca sobre la que en los últimos doce años este promotor ha ejecutado una obra irregular que se traduce en 3.500 metros cuadrados. "Hemos llegado a las 07:30", explica uno de los obreros. Hora y media más tarde es cuando comenzaron a escucharse los primeros movimientos, que afectaron a la estructura metálica que cerraba un garaje en superficie, cuya entrada estuvo, hasta ayer, precintada por la Policía Local.
Un escollo ralentiza la tarea. Los muebles, cuadros, vajillas, cristalería... Todo permanece intacto en el interior de los habitáculos que han de ser derruidos por las tres máquinas desplazadas a la zona. Un circunstancia que obliga a los responsables municipales a solicitar el servicio de una empresa de mudanza para, paso a paso, ir trasladando cada uno de los bienes.
El ir y venir de los trabajadores es incansable. Escaleras abajo, escaleras arriba... La tarea es continua, dejando ver buena parte de los objetos que Beniachvili ha acumulado en estos años en la veintena de apartamentos que ha construido y en varios salones. Un ajuar en el que destacan, entre otros, una cabeza de jabalí, otra de alce y una tercera de ciervo. En otra parte de la finca, se puede ver a una pequeña llevando un cojín, mientras su madre, que forma parte del servicio de la casa, acarrea platos y copas.
Pero a Ludmila, la esposa de Vladimir Beniachvili y que no deja de moverse por la zona, se la ve especialmente preocupada por otros objetos. Tras una larga bajada por las escaleras que la llevan a uno de los comedores equipados, que el promotor soñaba fuese ocupado algún día por jóvenes deportistas, Ludmila asciende hasta el jardín de su vivienda portando varios de los trofeos que su marido logró cuando era jugador de fútbol del Dinamo de Moscú, cuyo escudo compartía protagonismo en el suelo de la piscina junto a los del Real Madrid, el Barcelona y el Málaga. Hasta ayer.
Alrededor de las 13:00, poco después del último porte de Ludmila, una de las máquinas, dotada de unas tenazas gigantes, empieza a morder una de las estructuras del cuerpo edificado, que alberga una amplia sala de ballet, de 200 metros cuadrados de superficie. Mientras el artilugio realiza la labor con precisión, una decena de obreros y agentes de la Policía Local asiste como testigo al fin de la obra del promotor hispano-ruso.
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