Torre del puerto de Málaga: tres preguntas sobre paisaje a Sir David Chipperfield (I)
El método para evaluar el impacto visual de la torre lleva a la conclusión de que “si no se mira, el edificio no se ve”
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Apreciado arquitecto David Chipperfield, posiblemente usted ya sabe que, para poder edificar en Málaga un hotel de 144 metros de altura cimentado en el fondo del mar, ha sido antes necesario aprobar un estudio para prever su impacto paisajístico en la frontera marítima del centro de la ciudad. El esforzado equipo ambientalista que ha realizado el estudio ha podido establecer la adecuación paisajística del rascacielos en este sitio con cierto rigor científico, o así lo entendieron las autoridades que lo han aprobado. Consistía este modo de evaluación del impacto en suponer que un observador virtual, situado de pié a cierta distancia del rascacielos, gira sobre sí mismo barriendo su eje de visión un círculo completo. Registrando el ángulo de giro durante el que el observador percibe visualmente el edificio, y refiriéndolo a los 360° del giro completo, resulta un porcentaje ciertamente escaso, y de ello se deduce que el impacto sobre el paisaje será admisible. El método lleva a la conclusión irrefutable de que, si no se mira, el edificio no se ve. Y con este fundamento las autoridades ambiental y municipal han declarado la ausencia de impacto paisajístico significativo, aunque no han podido evitar la guasa general entre los malagueños.
De usted, señor Chipperfield, se espera en Málaga que enfoque la cuestión paisajística de su proyecto con argumentos de mayor solidez científica, una vez que avance más allá de la imagen que nos mostró en su primera visita, más centrada en la jardinería del entorno que en el edificio que nos trae. Conocemos de usted su excelente tratamiento teórico y proyectual de la relación de la arquitectura con su sitio, de modo que le invito a entrar en razonamientos más elaborados.
De usted, señor Chipperfield, se espera en Málaga que enfoque la cuestión paisajística de su proyecto con argumentos de mayor solidez científica
Aquí no reclamamos una caligrafía detallada del espacio libre, ni estamos ante una iniciativa de ornamentación del morro portuario. Nos preocupa la arquitectura y la forma de la ciudad, su fachada como representación simbólica de toda la ciudad.
Un lugar extenso y abierto se experimenta como urbano si se percibe conectado visualmente con otros elementos de la ciudad. La estructura que vincula el lugar a la ciudad es el entramado de relaciones visuales que se organizan entre edificios y elementos geográficos, naturales o construidos. De modo que la modificación del paisaje que provocará la irrupción de una nueva construcción no es solo -ni principalmente- una cuestión de geometría. Es necesario prever cómo el sitio modificado será percibido por las gentes, cuáles serán sus nuevas relaciones visuales con la ciudad y cómo será alterada la escala del conjunto. La escala del sitio se percibe por referencia a las dimensiones de los elementos que lo configuran: aquí son ahora el monte y castillo de Gibralfaro, con una elevación de 132 metros sobre el nivel del mar, la Alcazaba, la Catedral y la fachada del centro histórico en la Cortina del Muelle. Bajo su dirección y con su consejo se va a levantar en este sitio de la ciudad un hotel de 144 metros de altura, superando la del monte Gibralfaro. De modo que el hotel irrumpe aquí como nueva referencia comparativa -consciente o inconsciente- de dimensiones.
La irrupción en la escena de la torre la ridiculiza como objeto de juguete: las formaciones orográficas y las construcciones monumentales que configuran el sitio perderán la dignidad de su potencia geográfica en la competencia con la desmesura de un vulgar hotel
Hace años desarrollé con los arquitectos Rosa Barba y Ricard Pie estudios y trabajos para la ordenación de territorios litorales. Nuestro método consistía en regular la altura máxima de las nuevas construcciones de modo que su irrupción no alterase la escala de percepción de la escena geográfica. En paisajes litorales estos estudios y experiencias nos permitieron establecer que la altura de las nuevas construcciones no debe ser mayor de una tercera parte de la altura de los elementos geográficos conformadores de la escena. Traspasada por un edificio la proporción de un tercio de la altitud orográfica, su irrupción en la escena la ridiculiza como objeto de juguete, como maqueta: las formaciones orográficas y las construcciones monumentales que configuran el sitio perderán la dignidad de su potencia geográfica en la competencia con la desmesura de un vulgar hotel.
Sin duda usted ha estudiado cuál debe ser en este sitio la altura adecuada para su edificio, y nos podrá explicar cómo el hotel de 144 metros de altura que nos propone, introducido en la escena urbana dominada por el monte Gibralfaro de 132 metros de altitud, modificará la escala del sitio fundacional de la ciudad. Le pedimos que nos tranquilice en nuestro temor a la sensación ridícula “de juguete”, como de un “belén”, que transmitirán en adelante las formas de Gibralfaro, de la Alcazaba y la Catedral que hoy percibimos como soberbias.
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