Vecinos de Campanillas piden soluciones tras la riada: "Tenemos el miedo en el cuerpo cada vez que caen tres gotas"
Reclaman que se actúe en el río para evitar que se desborde: desde su encauzamiento hasta limpiarlo de maleza
Campanillas, inundada tras desbordarse el río: "Hemos pasado miedo"
"Ha pasado lo que pasa siempre que llueve fuerte". Es la frase, grosso modo, más repetida por los vecinos de Campanillas consultados por este periódico un día después de que el cauce con el que comparte nombre se desbordase, anegando calles de este distrito, plantas bajas y garajes. Este miércoles, el agua baja mansa y tranquila por el cauce, y menos personas se paran sobre el puente que lo cruza para verla, sabedoras de que está bajo control. Pero en la víspera no corría así: las intensas precipitaciones se sumaron a que la presa de Casasola, que regula el río, excedía el 100% de su capacidad al no poder verter agua por los desagües de fondo, que están taponados, tan solo derramándola al exterior por los aliviaderos superiores.
Esta mañana los servicios de limpieza se afanaban en quitar el lodo acumulado en las calles, dejándolas despejadas en su mayoría pasadas la una de la tarde, algunas casas seguían manteniendo en sus entradas sacos de tierra, que se colocaron durante el día anterior para protegerlas de posibles avenidas, quedaban todavía algunas ramas de grandes dimensiones tiradas a los lados de las aceras y también zonas precintadas (delante del centro de salud).
Lo que no se va, porque es permanente, es el respeto por el río. Y el descontento tanto porque el proyecto de encauzamiento no llega después de 20 años como por los momentos de tensión que se vivieron por el estado de Casasola (cuya construcción se impulsó tras las inundaciones de 1989 para salvaguardar el distrito), además de la falta de limpieza del cauce. Un malestar, este último, que sale a relucir siempre que el agua se desborda. No solamente aquí, también en otros puntos de la provincia.
"Tenemos el miedo en el cuerpo cada vez que caen tres gotas". Quien así se expresa es Estrella Jiménez, trabajadora y residente en este distrito. "En cuanto llueve lo primero que tiene la gente aquí es incertidumbre. No dormimos ninguno. Esta vez los daños materiales han sido menores que otras veces. Pero esto no puede ser. Estamos más que de acuerdo en que se actúe en el río ya", asegura Jiménez, que este martes vio cómo el colegio en el que trabaja, el CEIP Francisco Quevedo (en el que se suspendieron las clases junto al IES Torre del Prado) se inundó en su planta baja "con dos dedos de agua". "Ya esta todo limpio, pero vamos, no quiere decir que sea normal".
Jiménez, igual que otros vecinos consultados, coincide en aumentar "la vigilancia" sobre la presa para que no se repitan acontecimientos como este, así como ponerse manos a la obra en el río y despejarlo de maleza; con todo, piensa que fueron atinadas todas las medidas de prevención y respuesta inmediata que se tomaron. "La labor fue estupenda: se avisó con tiempo, se desalojó a quienes podían correr peligro (368 viviendas) y esta mañana los operarios ya lo han dejado casi todo listo", asegura.
Más vecinos. José Montilla, también residente en Campanillas, lamenta que el distrito está "abandonado". "Esta última riada, por lo menos a nosotros, no nos ha hecho mucho daño. Pero la última fue hace poco. Y vendrán más y peor", critica Montilla a escasos metros de la rotonda que enlaza las calles Van Gogh, Tizano, Gaugin y Matisse, que dejó una imagen muy compartida en redes por su vistosidad: la de su fuente ornamental asediada por el agua. "Aquí falta que se hagan más cosas. Desde limpiar el río, como se hacía antes pero ahora no dejan y si te ven te empapelan, hasta otro tipo de obras. La riada de 2020 se llevó muchos coches", expresa.
El dueño de uno de esos coches es, precisamente, José Antonio Romero. Un lustro después, el desbordamiento del Campanillas volvió a ponerlo sobre aviso durante toda la tarde y la noche. Las consecuencias, por fortuna, fueron mucho menores. El sentimiento, parecido. "¿Qué cómo lo vivimos? Fatal. Esto es un cuento sin fin", asegura Romero, que vive en una de las partes más bajas del núcleo de población.
"Vinieron y nos preguntaron si nos queríamos ir, pero al final decidimos quedarnos", afirma. "En noviembre ya nos pasó, aunque no fue de las riadas más graves, pero claro que se pasa mal, tienes que estar pendiente. Hace cinco años perdí un coche. Y hace ya un tiempo tuvimos reuniones, pero nada ha cambiado. Si no arreglan nada, cada vez que llueva vamos a estar igual", lamenta.
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