Aún recuerda el arquitecto Ángel Pérez la primera visita al Palacio de la Aduana. Bernardo García y Fernando Pardo, compañeros de la Escuela de Arquitectura de Madrid, le habían llamado para unir fuerzas y participar en el concurso de ideas que se había lanzado para la rehabilitación del inmueble. Aparcaron cerca de La Alcazaba y bajaron por calle Alcazabilla, que ya era peatonal pero aún mantenía el viejo asfalto. "La idea era que vieran el edificio desde arriba, al completo, era la mejor forma de adentrarse en su historia", explica Pérez. De eso hace algo más de diez años. Despertaba aún el verano de 2006 y, por aquel entonces, aún no sabían cómo abordar el proyecto.
Pronto lo hicieron: decidieron trabajar con la idea de recuperar la esencia del edificio. Bucear en su historia para conocerla y entenderlo en su complejidad. De ahí obtuvieron su propuesta de recuperar la antigua cubierta, por ejemplo. "Sólo dos proyectos planteamos esa recuperación. La verdad es que había mucha gente en Málaga que no sabía que había una cubierta original, porque fue destruida en el gran incendio en los años 20 del siglo pasado", recuerda al arquitecto, que destaca que "lo más bonito" del concurso fue la libertad absoluta a la hora de presentar ideas, "incluso sin límite económico, no como ocurre hoy". El equipo de arquitectos realizó un planteamiento que gustó y se adjudicó el concurso. La idea tenía como objetivo más importante "devolverle la dignidad al edificio", cuenta Pérez, que explica cómo a lo largo de los años, y con los diferentes usos que tuvo el inmueble, su interior se había ido adaptando con cierto desorden. Había una sala para alojar a los Reyes, estaba la casa del gobernador, salas de archivos, despachos, oficinas administrativas y hasta los calabozos de una comisaría policial. "Durante las obras aparecían falsos techos, uno tras otro. Nos sorprendimos de la cantidad de escombro que salieron durante los trabajos", afirma el arquitecto.El espíritu con el que trabajó el equipo fue el de recuperar los espacios palaciegos que tenía en su origen para dotar de espacio y cierta libertad al nuevo uso museístico del Palacio de la Aduana. Para ello, se buscó limpiar su interior, recuperar la fisonomía original y adaptar todo al nuevo fin como pinacoteca. El primer gran problema a solventar fue el de recuperar las dimensiones interiores del edificio pero, a su vez, adaptarlo como un museo en pleno siglo XXI: seguridad, aire acondicionado, ascensores, tecnologías, cableado, medidas de accesibilidad... "Creo que ahí acertamos: todas las máquinas y elementos tecnológicos están metidos en tres torres que atraviesan el edificio de arriba abajo y queda todo muy recogido", subraya Ángel Pérez. Tres torres que, además, permitieron al equipo conseguir otro de sus objetivos: que el patio del edificio esté abierto siempre, "que se pueda visitar independientemente de si el museo esté abierto o no". Así, una de ellas permite el acceso al museo, otra es para trabajadores y la última facilita el acceso al restaurante bajo la cubierta. Además, la Cortina del Muelle sirve ahora de sala de espera para el museo en pleno Paseo del Parque, otro de los aspectos interesantes del proyecto de rehabilitación del palacio.El mayor envite exterior del proyecto presentado por los tres arquitectos fue la cubierta. Más de 7.000 piezas de aluminio de un metro por sesenta centímetros que sirven como tejas. Todas con un grabado antiguo de Málaga, en una vista donde destacan el propio edificio, La Catedral y el Puerto. "Nadie se ha quejado de la cubierta y creo que es un logro muy grande en esta ciudad", destaca Pérez. "Le hemos puesto aluminio a un edificio histórico y a veces eso se puede ver como algo gratuito; pero hay que tener en cuenta que los palacios en Europa, de la pizarra pasan al metal porque es un elemento más duradero", asegura. De la cubierta, además, cuelgan, gracias a una estructura que va de fachada a fachada, las nuevas plantas surgidas en la parte más alta del inmueble, "también otro de los aspectos más difíciles de afrontar", así una gran escalera que se une a la original palaciega.Tras los tres años que duraron las obras, de 2009 a 2012, el edificio rehabilitado del nuevo Museo de Málaga quedó con un interior más limpio y adaptado a los nuevos tiempos. Con mayores espacios donde se ubican el Museo Arqueológico y el Museo de Bellas Artes, pero también una sala de exposiciones temporales, una planta para investigadores, almacenes, talleres, oficinas y un pequeño auditorio, además de un restaurante en la parte más alta. Ángel Pérez cuenta todo el proceso de trabajo desde 2006 con ilusión, con ganas de que la ciudad haga suyo por fin este inmueble. Por eso, siempre que puede sube a Gibralfaro para observarlo y, desde que se pueden visitar, también asciende a las bóvedas de la Catedral, desde donde hay una vista diferente. Pérez dice que en días nublados, las tejas de aluminio de la cubierta toman otro color, algo más plateado. "Parece la piel de una sardina, de un espeto", cuenta. Un toque malagueño más para un museo que, ahora sí, es para los malagueños.
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