Málaga

La vida compuesta en vertical

  • El elemento humano es primordial en este enclave que se extiende entre Suárez y el Parque Victoria Eugenia, uno de los mayores despropósitos urbanísticos de la ciudad

Si uno camina por Miraflores de los Ángeles por primera vez en su vida seguramente no podrá evitar, guiado por su esta neonatal impresión, acordarse de Construçao, la canción de Chico Buarque repleta de alturas imposibles, edificios hambrientos y humos negros clavados en el pecho. Afortunadamente, quien conoce bien el barrio sabe que, más allá de las torres y del misterioso orden milimétrico con el que están fijadas las esquinas, con la más geométrica intuición picassiana, este enclave está hecho, más que de ladrillo y cemento, de corazones y huesos (aquí nos sale otra canción, más amable, de Paul Simon). Tanta música no resulta baladí al hablar de esta Miraflores (con más barrios del mismo nombre cuenta Málaga): uno se baja del 7 en la Avenida del Arroyo de los Ángeles, un poco más allá del Materno, y casi salen al encuentro los primeros peatones con instrumentos aferrados a sus espaldas y brazos y convenientemente guardados en sus fundas. La afición que hay aquí a la música es más que notable, proverbial: mucho, casi todo, tiene que ver en ello el colegio Gibraljaire, con su escolanía (en la que el barítono Carlos Álvarez, el más ilustre vecino de estas lides, dio sus primeros pinitos) y su banda de jóvenes estudiantes. Aquello debe ser un saxofón, y eso otro tan grande, será un bombardino. Llegamos sin cambiar de acera al citado colegio, que comparte manzana con el instituto Jardines de Puerta Oscura. Ambos se encuentran ahora literalmente secuestrados por las obras de la construcción del aparcamiento público, pesadas, polvorientas. Pero antes el caminante tiene la oportunidad de comprobar que Miraflores de los Ángeles no es un barrio, sino muchos. Incluso, si apura, muchas ciudades. En el tramo final del Arroyo de los Ángeles aparecen las calles Alcalde Ronquillo y Pasaje Covadonga, con sus casamatas, sus gatos durmientes y bien alimentados, sus árboles, sus jardineras. Su disposición plácida parece una paradoja teresiana frente a lo que acontece nada más enfilar la calle Nuestra Señora de los Clarines, que divide el barrio en dos ventrículos de casi exacta simetría hasta el Camino Suárez. Allí, tras los bares abiertos en los que a esta hora del mediodía se sirven cañas fresquitas y tapas de calamares y dos parques de columpios impracticables (dos pequeñajos se empeñan, no obstante, en subir a un castigado tobogán contra el consejo de sus padres), no hay más remedio que mirar hacia arriba: aquí, la vida se compone en vertical.

Miraflores de los Ángeles es uno de los mayores despropósitos urbanísticos de Málaga. El desarrollismo pacato de la medianía del siglo pasado alcanzó en estas calles dimensiones abusivas. Los edificios parecen encajados con calzador. Las separaciones entre los altísimos edificios son inexistentes, y si existen pueden resolverse en pocos centímetros, imposibles para el tránsito peatonal. Sorprende el modo en el que el mapa geofísico aprovecha cualquier relieve del terreno para levantar allí un bloque descomunal, o dos, o tres: es habitual que las entradas principales de los mismos estén a varias alturas del suelo y se acceda a ellas por otra calle, casi siempre a sus espaldas, a través de angostos pasillos metálicos a modo de escaleras de incendios que parecen sacados del Bronx. Entrar por la calle Miraclaveles y avanzar por la Avenida Miraflores de los Ángeles, en realidad una vía estrecha llena de badenes y pendientes que reclaman la primera a los motores esforzados, significa adentrarse en una selva urbana, impredecible, poderosamente significativa. El tráfico es aquí un monumento a la sinrazón: estacionar en esta jauría hiperpoblada sin un solo aparcamiento privado bien podría haber sido uno de los 12 trabajos de Hércules. Los vecinos esperan con ganas la infraestructura pública para tal uso, pero algunos se muestran escépticos: "El parking se llenará y las criaturas tendrán que buscarse la vida en la calle, como siempre. Hay muchas viviendas aquí, algunos bloques tienen 13 ó 15 plantas y en cada una puede haber siete, ocho o diez pisos. Si cada familia tiene una media de dos coches, haz la cuenta", explica con tono de magisterio un señor de pantalón de pinzas y chaqueta de chándal. Ante semejante poderío, lo mejor que puede hacer uno es mantenerse con la frente erguida y atender a los balcones. La exposición es variada, y hay auténticos monumentos: ropa tendida, banderas que aún celebran el éxito liguero del Barcelona, mensajes y enseñas que anuncian con orgullo el origen de los inquilinos. Como en otros barrios de Málaga, la llegada de la inmigración en los últimos 20 años ha evitado un envejecimiento al que la zona hubiera estado condenada de otra manera. Se dejan ver, de hecho, mujeres jóvenes latinoamericanas paseando con señoras ataviadas con sus blusas y andadores. Apenas lucen carteles de Se vende y Se alquila. "Los inmigrantes han comprado muchos pisos aquí, sobre todo africanos y sudamericanos", explica una chica que se dispone a subir al autobús. "La integración ha sido muy natural. El mestizaje es la realidad del barrio y la convivencia ocurre como en cualquier otra parte". Un hombre de cabellera cana y vestido con un mono azul camina justo a nuestro lado acompañado de un joven subsahariano, al que reprende y a la vez aconseja sobre algún trabajo al parecer no bien terminado.

En la calle Miramapolas, al final, justo en el cruce con la Avenida de Miraflores de los Ángeles, se extiende un muro pintado con motivos infantiles. En Juan Antonio Tercero el aparcamiento es un caos de tierra. Pero lo más llamativo es la cantidad de tiendas abiertas en los bajos de los edificios. Se puede encontrar prácticamente de todo: hay pescaderías, carnicerías, fruterías, joyerías, pero también peluquerías, tiendas de moda y la más amplia variedad de cafeterías, cervecerías y restaurantes de comida rápida. "Aquí podemos comprar lo necesario", señala un vecino mientras empuja el carrito de su bebé. "No nos hace falta buscar fuera del barrio casi nada". Exacto: al contrario que en otras zonas de Málaga castigadas por la crisis, aquí no se cuentan muchos establecimientos cerrados que anuncien su traspaso. "Imagino que eso pasa sencillamente porque la gente compra. Los vecinos tienen una conciencia grande de barrio, de que forman parte del mismo. Y además, claro, los servicios son buenos". La iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles articula este segmento de Miraflores. Al otro de Nuestra Señora de los Clarines, la calle Barca es un laberinto cetrino. Las personas, arriba o abajo, son aquí la ciudad.

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