La vida de puertas adentro
lCualquier noción relativa al espacio público suena a ciencia-ficción en Cerrado de Calderón, un entorno que acusa en exceso el devastador criterio urbanístico con el que fue construido

Son las doce del mediodía de una jornada lluviosa. Lo primero que se echa de menos al llegar a Cerrado de Calderón desde el paseo es un aparcamiento: no parece haber mucho trasiego en las calles, pero las plazas están llenas y cunden los estacionamientos imprudentes sobre los bordillos, así como en todo el perímetro (convenientemente señalado en amarillo, sin éxito) de la glorieta Jorge Campbell. Ya en pie, en este mismo núcleo, corazón del barrio (aunque difícilmente se podría encontrar un término menos exacto para referirse a Cerrado de Calderón) y uno de los pocos rincones en los que se puede encontrar algo más que viviendas, el trasiego humano es cuanto menos discreto. Luce aquí mismo, a punto de su inauguración, el nuevo restaurante Verum, promocionado como el asador de Málaga. Entran y salen del inmueble miembros del personal con todo tipo de bártulos; por lo demás, el paisaje vecinal se limita a algunos vecinos que pasean bajo sus paraguas y a dos operarios municipales que reparan el asfalto de un carril anexo. Apenas comenzado el trayecto, llegan tres camiones de Limasa y se pierden en dirección a la autovía por la calle Andaluces. La suciedad es uno de los argumentos que con más vehemencia exhiben los vecinos en sus quejas al Ayuntamiento, y razón no les falta. Lo que está muy sucio, eso sí, es el monte: por el Camino de la Desviación, en dirección al Morlaco y a escasos metros de las casas, la ladera verde y frondosa es un vertedero en el que se acumulan restos de botellones y los más diversos detritus. Las papeleras están en su mayoría llenas y abundan los desperdicios arrojados en su perímetro. En la calle Olmos, que atraviesa el área de sur a norte (y que conviene, dada la pendiente, recorrer en coche), aparecen algunas bolsas de basura sin recoger en las puertas de las casas. De nuevo a pie, cerca de la residencia Ballesol, en la calle Cueva de la Pileta, así como del Colegio Cerrado de Calderón, se dan nuevas confluencias de envoltorios y plásticos en el suelo, así como de restos de podas en los jardines de las urbanizaciones que evidencian por su descomposición muchas noches al raso sin que nadie haya reparado en recogerlos. A modo de contextualización primaria, muchas paredes, especialmente en los accesos a los parkings (no hace falta añadir aquí el adjetivo privados), lucen pintadas que tienen mucho más que ver con el gamberrismo que con el arte urbano, e igualmente parecen llevar ahí décadas. Sí, los vecinos tienen razón: todo está muy sucio. Pero, si exceptuamos el monte, no está más sucio que el resto de Málaga. Es que Málaga, por lo general, está muy sucia, aunque el alcalde se sorprenda de que los turistas se lamenten por ello en sus encuestas. A esta misma hora, Fuente Olletas, Los Guindos y Carranque están peor. Las aceras se extienden razonablemente limpias y los contenedores, en su mayoría, están bien recogidos. El desembolso que hacen los vecinos de Cerrado de Calderón con sus impuestos daría para una limpieza mucho más a fondo, pero éste es un problema de una ciudad tan particularmente mal cuidada como Málaga.
A medida que avanza el paseo, al fin, y conforme va dejando de llover, aparecen nativos a ras de suelo. En el mismo Camino de la Desviación, una mujer sentada en el suelo distribuye comida para gatos y recela cuando uno pretende tan sólo acercarse a preguntarle cómo va eso. En la calle Unidad coinciden varias trabajadoras domésticas que han aprovechado la tregua del clima para hacer tareas al aire libre: son todas mujeres, latinoamericanas e igualmente sin muchas ganas de hablar. Parece de pronto que abundan los paseadores de perros, y resulta admirable la colección de modelitos, abrigos, gorros y hasta botines que visten los canes, mientras sus dueños aprovechan para bichear por el móvil. Al fin, en la calle Cáceres, un caballero de gorra de pelito, gabardina gris y aire de cura arrepentido accede a aportar su punto de vista: "Ahora parece que el Ayuntamiento va a hacer zonas verdes, algunos jardines y espacios para los niños. Eso hace falta. Aquí sales a la calle y no hay nada que hacer. No hay bancos donde sentarse, no hay plazas, no hay nada. Y no todo el mundo puede conducir para ir a otra parte. Estamos un poco encerrados". Y el buen hombre viene a dar en la diana. En Cerrado de Calderón, el mero hecho de salir a la calle, con las aceras estrechas, las cuestas pronunciadas y un tráfico más frecuente de lo que parece, implica prácticamente jugársela (al cronista firmante, de hecho, poco le faltó para ser arrollado cuando estaba convencido de que seguía en la acera: el bordillo había desaparecido hacía ya tiempo. Eso le pasa por ir pensando en las musarañas). No hay sitios en los que pararse, esquinas en las que poder entablar una conversación sin estorbar demasiado y nada parecido a un parque infantil (sí que hay un parque canino; de nuevo los perros salen ganando, por más que el recinto sirva cada noche de discreto botellódromo). En gran medida, Cerrado de Calderón acusa hoy el devastador criterio urbanístico con el que fue ideado: se trataba de crear una isla a modo de refugio, tranquila y exenta de los trajines de la ciudad, en la que la vida se hiciera de puertas adentro: los jardines, bancos, pistas deportivas y equipamientos varios se encuentran en el interior de las admirables casas (los estragos de la crisis colean con numerosos carteles de Se vende en cada calle; eso sí, alquilar, no alquila nadie) y las urbanizaciones. Respecto a lo que pudiera haber fuera, la preocupación pareció ser menor. Las actuaciones anunciadas recientemente por el Ayuntamiento responden, ciertamente, a una reclamación vecinal manifestada en plenos municipales y otros cauces más o menos oficiales: los habitantes del barrio consideran que pagan por unos servicios públicos de los que no disponen, y por más que su poder adquisitivo les permita suplir en sus dominios particulares las carencias urbanísticas (aunque también en esto Cerrado de Calderón es un área mucho más compleja y diversa de lo que se da por hecho), lo justo es que los servicios esenciales no pasen de largo. Seguramente se podría enarbolar la misma causa en cualquier otro barrio de Málaga, pero la ausencia de actuaciones aquí es pasmosa. Cerrado de Calderón quiere ser un barrio por derecho, y tal vez la ciudad dispone de un posible laboratorio urbano en el que experimentar, mejorar y jugar a renovarse.
Cerca ya de la A-7, entre las calles bautizadas con nombres de hierbas aromáticas, junto a la EADE y el enorme Aldi se extienden urbanizaciones a medio terminar y un silencio incómodo. Dos vecinas han salido a andar vestidas de Decathlon. La vida sigue igual.
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