El viejo milagro de la conversación

Mientras cada cual cree ir conectado con el resto del mundo mediante su 'blackberry', la fuente primigenia para medir la temperatura de las cosas sigue siendo la fidedigna barra de un bar l Ahí sí que se habla sin tapujos sobre el corredor ferroviario, Giacometti, las elecciones y lo que haga falta

Pablo Bujalance

21 de octubre 2011 - 01:00

LA barra de un bar en el barrio de la Victoria. Entra un padre de familia orondo y cincuentón, con ajustada camisa azul, calva camuflada con restos colaterales y gafas sacadas de una promoción de los años 80. El hombre se sienta en un taburete, pide su café y su tostada y coge el Málaga Hoy, que parece esperarle en la barra. En la portada, la foto de la inauguración de la exposición de Alberto Giacometti en el Museo Picasso. Tras un par de minutos con la atención puesta en la foto, el camarero se dispone a servirle el café y entonces le suelta mientras señala a la foto: "Giacometti, valiente... Yo no te digo que Miguel Ángel, pero estas esculturas... Mira, en una tarde yo te hago seis o siete como éstas. Yo solo". El camarero se limita a quedarse mirando y a servir de inmediato la tostada. A uno le consta que esa impresión, tan legítima como la más rendida admiración (para eso está el arte), es más compartida de lo que parece. El problema es que en todas partes reina una prudencia escrupulosa y correcta que parece haber fulminado definitivamente la expresión espontánea. O quizá se trata de algo más sencillo: cada uno va a lo suyo y le importa un pito lo que piensen los demás. Por eso resulta de agradecer que en los bares, o en algunos bares, la gente se sienta con la suficiente autoridad doméstica para decir exactamente lo que piensa. Uno se acuerda de las historias que cuentan los mayores sobre las tertulias políticas que en algunos locales en los que se servían licores y café se organizaban durante el franquismo, a menudo bajo la vigilancia de agentes de la ley que sin embargo solían hacer la vista gorda, y no tiene más remedio que admitir que hoy, en plena dictadura de la abulia, ocurre más o menos lo mismo. Sólo en un bar o en una cafetería se puede dar la complicidad necesaria para que alguien manifieste su opinión sobre Rubalcaba y Rajoy ("A ver a quién votamos para que no salga el otro", dijo también hace poco una señora vestida con camisón de flores, roete a la antigua y chanclas de playa en otro bar), sobre el jeque y el Málaga ("Éste cualquier día se harta y nos manda a todos a Palestina", afirmó un seguidor el día después de la derrota ante el Levante) y por supuesto la crisis: basta atender a una conversación mantenida vía móvil durante un desayuno para constatar la gravedad del asunto ("Voy a hacer esa entrevista de trabajo aunque sé que es para nada. Pero voy a hacerla por hacer algo". La joven se esforzaba para aparentar conformidad en su voz, el pasado miércoles, mientras desayunaba. Bastaba verla para advertir lo contrario).

Pero también en los bares abundan los usuarios de las blackberrys dándole caña al twitter, con la ilusión de estar conectados. Los mismos que, en plena calle, actúan como mónadas aisladas, con los auriculares en las orejas y toda la atención puesta en las pantallitas, cuando lo bueno está ocurriendo justo a su lado. Yo también soy usuario de las redes sociales (aunque la portabilidad, en mi caso, es una quimera: no me gusta llevar encima ni las llaves del piso), pero qué quieren que les diga, no hay color. En twitter todo es pose, blanqueo bienintencionado, espaldas cubiertas. Nadie en su sano juicio se metería ahí para decir lo que yo escuché ayer mismo en otra cafetería del centro sobre la decisión de la UE de dejar a Málaga fuera del corredor ferroviario en beneficio de Sevilla. Y aunque las proclamas cainitas den miedo, conviene escucharlas para saber qué piensa en realidad la gente, sobre todo la gente que no tiene una postura que defender de cara al escaparate. Creo que muchos usuarios de las redes sociales se equivocan al pensar que eso es el mundo, lo que considero altamente peligroso para los participantes del gremio periodístico, que constituyen un porcentaje más que representativo de los activistas de twitter. El mundo huele a sudor y a menudo se expresa con malos modos. Pero ése es el mundo que consume la información, los servicios y los productos que desde lo privado y lo público se generan. La conversación libre es hoy un milagro en extinción, pero conviene atender a lo que se dice por ahí. La barra de un bar, por ejemplo.

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