Tres visiones del extrarradio

de carlinda a la corta, paseo y radiografía

El distrito Bailén-Miraflores reúne en su extremo más periférico a Carlinda, Granja Suárez y La Corta, tres barrios de identidades sensiblemente distintas en los que la vida fluye sin embargo de manera asombrosamente parecida, con mérito de supervivencia

En la página anterior, una calle típica de Carlinda, con anuncio parapetado de precios de un comercio familiar. En esta página, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, panorámica de Granja Suárez ganada el monte, bloque de viviendas en Carlinda con exceso de aire acondicionado, comisaría en La Corta, capillita en Granja Suárez para Virgen con bolsa de basura y vivienda con cobertizos en La Corta.
En la página anterior, una calle típica de Carlinda, con anuncio parapetado de precios de un comercio familiar. En esta página, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, panorámica de Granja Suárez ganada el monte, bloque de viviendas en Carlinda con exceso de aire acondicionado, comisaría en La Corta, capillita en Granja Suárez para Virgen con bolsa de basura y vivienda con cobertizos en La Corta.
Pablo Bujalance / Málaga

06 de noviembre 2011 - 01:00

CARLINDA . Es una mañana lluviosa. Una mujer mayor sale de un supermercado con dos barras de pan y un cartón de leche, se dispone a cruzar la carretera, abre su paraguas, pasa un coche a una velocidad superior a la permitida que pisa un charco y la deja empapada. La mujer, que viste un abrigo largo de hombre y unas pantuflas caseras, exhala sus improperios hasta que parece que se queda a gusto. Dos subsaharianos cobijados bajo el mismo paraguas negros han contemplado la escena desde una esquina cercana y permanecen atentos sin modificar un ápice la expresión de sus rostros. Una furgoneta con los cristales traseros tintados se detiene, los recoge, y sale disparada. Es muy temprano y algunas madres acompañan al colegio a sus hijos, convenientemente parapetados en sus chubasqueros algunos, imprudentemente desprotegidos otros. Los mayores van por su cuenta mientras zarandean peligrosamente las mochilas. Las madres son mayoritariamente jóvenes, abundan las prendas deportivas y los tintes chillones en el pelo. También hay algunas abuelas, tocadas con rebeca de punto, gafas gruesas y signos de fatiga en sus miradas perdidas. Esto es Carlinda, en el núcleo del extrarradio que atesora el distrito Bailén-Miraflores más allá de la autovía, en dirección a Suárez. Pocos experimentos sociales como los que aquí se brindan pueden constatarse en otra parte. En este recodo, la lejanía del centro y la separación fronteriza de la urbe se traducen en distintos modos de ciudad. Carlinda es, esencialmente, un barrio obrero. En su perfil se distinguen los bloques de viviendas de media altura, saturados de antenas parabólicas y equipos de aire acondicionado, las calles estrechas sin muchas opciones al aparcamiento en las que la cuestas son ya moneda de cambio habitual (toda esta extensión está ganada al monte, lo que condiciona necesariamente el día al día y la relación entre vecinos), los negocios familiares, los bares de clientela fija, las proverbiales instalaciones deportivas y también algunas urbanizaciones más recientes, dotadas de áreas comunes para el esparcimiento, en las que durante los últimos años se han instalado no pocas familias jóvenes en busca de una opción de compra de apartamentos con precios acordes con su poder adquisitivo. El mestizaje es notorio, con numerosas familias de origen subsahariano, magrebí y latinoamericano instaladas en los mismos bloques de viviendas sin demasiados problemas de integración. Muchos de sus miembros trabajan en los bazares y tiendas de alimentación del barrio, y comparten la afición general por el fútbol que hay en el barrio. Las personas mayores tienen en las pocas zonas verdes del enclave sus lugares de encuentro para la conversación y el chascarrillo. Pero hoy la lluvia, que arrastra por las aceras más suciedad de la que debiera, invita a dialogar bajo techo.

GRANJA SUÁREZ. El área montañosa en la que Málaga se despide para ingresar en terrenos ignotos dedica su mayor superficie a Granja Suárez. En su condición de ladera coincide con otros barrios de la capital levantados a mediados del pasado siglo para acoger a la inmigración que llegaba de pueblos y regiones del interior, asfixiada por el hundimiento del campo y dispuesta a formar parte de los sectores productivos más pujantes de la época. La fisonomía, por tanto, es propia de un municipio independiente, con sus fatigosas cuestas y en cuyas calles las casas parecen puestas sin orden ni concierto, sin diseño previo. Cada vecino levantó en su día su vivienda, más ostentosa o más modesta, sin tener muy en cuenta lo que había al lado. En los años 40, cuando nació el barrio, destinado a los trabajadores de la fábrica de ladrillos Salyt, la carta blanca al respecto era una opción habitual. El resultado es un laberinto de estrechuras en el que apenas se cuentan bloques de pisos, en el que el tendido eléctrico aparece literalmente desmantelado en algunos puntos peligrosos y en el que casi nadie se asoma a la calle en esta mañana lóbrega y gris. Apenas se cuentan comercios y bares. La media de edad es notablemente superior a la de Carlinda, aunque la llegada de inmigrantes en los últimos años ha propiciado cierta estabilidad al respecto. Hay algunas jardineras y breves parques, en los que abundan envases de plástico. Dentro de las casas se adivina una cotidianidad exenta de asombro: alguna madre de familia ha puesto el puchero a hervir y huele a gloria. El clima acompaña. Los pocos que se ven al aire libre son hombres desocupados sentados en los bancos. El paro ya no es aquí tanto una tragedia sino la confirmación del naufragio. Las tradiciones que llegaron del interior perviven: en Granja Suárez la afición a los verdiales es notoria, y abundan capillitas en las fachadas consagradas a los patronos y patronas de los más diversos pueblos. La policía ha desmantelado hoy un puesto de venta de droga. La periferia se paga cara.

LA CORTA. Hay corrales improvisados en los patios de algunas casas, donde las gallinas tragan humo. Al norte de Carlinda, en la ladera oeste del Monte Coronado, donde antaño habitaron poblaciones neolíticas que construyeron los primeros hornos metalúrgicos del sur de la Península, la vida se resuelve en casas inacabadas donde ya viven familias y en cuyas paredes de cemento algunas pintadas invocan al amor de los jóvenes, otras a la muerte del contrario. La ropa tendida es una declaración de intenciones. Algunas casas tienen barracones en los que conviven animales y chatarras. En los últimos años se han construido bloques de viviendas que se han ido mimetizando en el mismo abandono. Los adolescentes lucen colorao y miradas intimidatorias. Un gitano fabrica en la acera artilugios de mimbre. Hay coches desvencijados en los que se vende droga. Y mujeres jóvenes con roete y delantal negro. La comisaría parece desierta. Y no vuelan pájaros en el cielo.

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