"He visto violaciones y me han dado varias palizas"

Kiko, preso tres años en Palmasola, fue obligado a fingir su rapto En total le tuvieron que enviar 50.000 euros

"He visto violaciones y me han dado varias palizas"
"He visto violaciones y me han dado varias palizas"
C. Clavijo Málaga

17 de enero 2016 - 01:00

"Una noche me encerraron en una habitación y me obligaron a llamar a mi tío para decirle que me tenían secuestrado y que debía mandarme 300 dólares por la mañana. Si no tienes dinero, te hacen vivir de esclavo de algunos presos, que son los que mandan. Había españoles que vendían cocaína a cambio de comida y de poder dormir debajo de su cama. En mi vida he visto tanta corrupción". Son las palabras de Kiko Ramírez, un malagueño que pasó 2 años y 9 meses encarcelado en Palmasola, una de las prisiones más despiadadas de Latinoamérica, por intentar introducir en España cerca de 5 kilos de cocaína. Le ofrecieron 6.000 euros por cada uno que lograra pasar, pero el joven está convencido de que lo utilizaron como cebo. "Me había quedado parado y mi mujer cobraba 400 euros. Teníamos que alimentar a nuestra hija de 3 años. Un conocido empezó a prestarme dinero, a ganarse mi confianza, hasta que me ofreció la posibilidad de pasar droga desde Brasil. Me fui de un día para otro, no dejan que lo pienses", recuerda Kiko. Todo fue un engaño. En el aeropuerto de Barajas le dijeron que su destino iba a ser Bolivia. "Decían que la Policía estaba pagada, que no me preocupara. Me dieron la ropa que tenía que ponerme en el viaje de vuelta. Me sacaron fotos para que el policía me reconociera y pudiera dejarme pasar. Me la jugaron. No pasé el tercer control", se lamenta.

Desde su llegada, recibía palizas y extorsiones si no pagaba casi por respirar. Su familia tuvo que enviarle 50.000 euros. "El primer abogado nos sacó 7.000 para acelerar el juicio y después se quitó de en medio. Tardaron en juzgarme un año y nueve meses", denuncia el joven. Su estancia se tradujo en un sinfín de crueldades. Llegó a presenciar cómo violaban a una menor de 16 años. "Vi a través de una rendija del suelo a tres presos con una chica, que gritaba y lloraba. Si hablas, te dan una paliza y dicen que te has caído", asevera.

Kiko compartía cuarto con un brasileño al que, asegura, mataron unos meses después de llegar. "Le dieron una paliza. Contaron que se había ahorcado y era mentira", apostilla. No fue el único compañero al que vio morir. Según su testimonio, asesinaron también a un hombre al que le pillaron en el móvil fotos de niñas pequeñas de presos de allí. "A las 00:00 tocan las campanas y todos se van a las canchas de fútbol. Le hacen un corro y lo matan de una pedrada en la cabeza. No hay control. La Policía pasa lista a las 7:30 y a las 18:30 sin ningún arma", detalla el joven.

Entre los momentos más complicados recuerda el castigo que recibió por una deuda pendiente. "Estuve toda la noche con los brazos en alto. Si los bajaba, nos daban varios puñetazos y nos tiraban al suelo", resalta. También tiene grabada a fuego una noche de San Juan. "Me castigó un preso durante su fiesta privada. Me hizo soportar, como si fuera un póster, luces de colores desde las 21:00 hasta las 3:00 mientras ellos bailaban. Esa fue una de las peores noches", destaca.

Palmasola está, en palabras del joven, controlada por grupos de disciplina formados por reclusos. Los que más poder tienen son los chalecos negros: los asesinos, con 30 años de pena. Los azules son los violadores, que tienen que cumplir 25; y los rojos, los mandados, de unos 17 años. La corrupción campa a sus anchas. "Puedes pedirle una botella de whisky a un policía por 300 bolivianos o pagar 100 y pasar al módulo de mujeres. Aquello es la selva", asevera.

Kiko sintió que había llegado el final al enterarse de que había contraído tuberculosis. Allí ya le contagiaron el dengue. Pesaba 78 kilos al ingresar en la prisión y se quedó en 47. "Me miraba al espejo y pensaba que me moría", recuerda. Su hermana Jara ha sido su pilar básico para conseguir el indulto en 2014, del que tuvo conocimiento una noche al grito de "¡Francisco Ramírez, libertad!". Ahora, el joven, montador de aluminios y cristales, busca un empleo. Ha trabajado en la obra, como mozo de almacén y pintor.

La última malagueña que, según tiene constancia la fundación +34, ha regresado a España, lleva cumplidos dos de los cinco años a los que fue condenada en Italia. El 15 de diciembre la trasladaron a Madrid y la previsión ahora es que pronto llegue a su ciudad natal. El artífice de la extradición, relata su madre, ha sido el presidente de la asociación, a quien agradece el apoyo moral que le ha prestado. "Me han traído a mi niña. Ninguno estamos libres de pasar por ese mal trago. Debería haber más apoyo institucional. Una se ve desamparada", manifiesta. Su calvario dio comienzo tras recibir la llamada de un abogado que le informaba de que la chica había sido detenida. "Ella nos había dicho que se iba de viaje con una amiga. Era Navidad y volvería el día 4 para recoger unos regalos de Reyes. Le encontraron droga en la maleta. No tenía necesidad", recuerda la mujer, a quien le cuesta creer que su hija, madre de dos niñas, "fuera consciente" de lo ocurrido.

Desde entonces, ha enviado a Italia miles de euros. A la interna le cobraban 120 euros mensuales por su estancia, que se sumaba a otros gastos. "He enviado paquetes de comida, de ropa... Mi hija sólo me decía: 'Os quiero. Lo siento. Esto es por mi culpa, por fiarme de la gente'. Pensaba que al menos no estaba muerta", cuenta la mujer, todavía rota.

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