Coronavirus en Málaga

Con voluntad de enseñanza

  • Con la distancia de una pantalla y la dificultad de ver una evolución real, el curso 2019-2020 se llena de incógnitas sin resolver

Una clase del CEIP Severo Ochoa de Málaga

Una clase del CEIP Severo Ochoa de Málaga / Javier Albiñana

Suena el timbre cerca de las 15:00 de un viernes de marzo. Ese día, todos los docentes dedicamos tiempo de nuestras materias a explicar lo importante que era quedarse en casa para poder frenar una pandemia desconocida. Y lo hacemos a niños y jóvenes con la delicadeza que ello debe conllevar. Para muchos ese fue el final del curso: aprobado general y a tener vacaciones tan largas como confinadas. Italia ya lo ha hecho. ¿Por qué no España? Los profesores como siempre, disfrutando de mucho descanso y poco trabajo. Las familias a no preocuparse por los deberes y los niños que se entretengan frente a la pantalla. El camino fácil.

La realidad educativa supera lo que decretos, órdenes y programaciones superan. El marco teórico es una buena base, pero tan fácil de desmontar como la realidad de un aula. En ella conviven tantas historias como alumnos permiten unas ratios altas para centros saturados. Más de treinta contra uno se paga la hora. Con la distancia de una pantalla y la dificultad de ver una evolución real, el curso 2019-2020 se llena de incógnitas sin resolver. Ministerio y autonomías se convierten en reinos de Taifas y vicepresidentes cocineros creen que no es descartable que los alumnos vuelvan a clase en julio. ¿Desde cuándo no pisa Juan Marín un aula sin aire acondicionado?

Entre toda esa realidad burocrática, la línea definitiva parece ser la siguiente: los alumnos que han trabajado recibirán su recompensa en forma de calificación. Los que no, tendrán posibilidad de ponerse las pilas y recuperar. El problema radica en el próximo curso. ¿Serán capaces de superar los nuevos aprendizajes cuando lastran varias asignaturas del año anterior porque hay que promocionarles?

No, el aprobado general no es la solución a los muchos males que tiene la educación en España, ni serviría como panacea que cure este curso. Tampoco lo es la promoción en masa, pues los déficits llevarán a bajar aún más el nivel y está en límites casi intolerables. El menos malo de los caminos pasa por trabajar conociendo las limitaciones del digital –la más importante, la ausencia de esas relaciones que se establecen dentro de un centro educativo– y buscando dos vías: el conocimiento de lo esencial y la imaginación como herramienta indispensable para docentes y alumnado. Y eso no lo reflejan las normas legales, lo arrastra la propia vocación.

Con esa misma voluntad de querer aprender y enseñar nos toca seguir remando por mucho que cueste. Dejaremos para más adelante la enseñanza de las subordinadas y nos centraremos en aquello que les sirva para afrontar el futuro con mayor excelencia. Somos muchos los locos que añoramos el sonido del timbre del recreo y los que echamos de menos dar un “buenos días” a una clase repleta.

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