La voz de la prostitución
Las meretrices del polígono Guadalhorce están dispuestas a manifestarse para exigir al Ayuntamiento que se les permita seguir la actividad en un lugar acondicionado
"¿Pero es verdad, verdad que no podremos seguir aquí a partir de la semana que viene?". Era la pregunta más repetida por las prostitutas que ayer se acercaban como cada dos semanas a la caravana con la que Médicos del Mundo las atiende desde hace más de una década en el polígono Guadalhorce y la Alameda de Colón, los dos focos donde aún se hacen fuertes y se calcula que siguen ejerciendo cada día unas 350. Pocas podían disimular la preocupación que se dibujaba en sus rostros cuando Begoña y Eugenio, ambos trabajadores de esta ONG y en algunos casos ya sus amigos, les confirmaban lo que muchas se habían resistido durante días a creer.
Muchas ya lo sabían pero a otras la noticia les cayó como un jarro de agua fría. El cerco sobre la prostitución se estrecha y los cientos de mujeres que la ejercen en las calles de la ciudad deberán enfrentarse a la difícil tesitura de decidir qué será de sus vidas a partir de ahora. La noticia de que en apenas unas semanas quedará absolutamente prohibido realizar cualquier tipo de práctica sexual en la vía pública se ha extendido como la pólvora y no hay ni un solo rincón de estas zonas donde no haya sido el centro de toda conversación desde hace días.
Nadie se ha dirigido a ellas para explicarles cómo les afectará y para muchas se abre un abismo que les hace incluso replantearse la posibilidad de regresar a su país. "Si lo prohíben mejor para mí, así tengo una excusa para irme más rápido y dejar de una vez esta vida", dijo una prostituta serbia de 35 años que lleva cinco ejerciendo la actividad en el polígono.
Como ella, otras muchas compatriotas tampoco descartan esa opción. "Voy a esperar a ver qué pasa los primeros días, pero tengo muy claro que la primera vez que me multen me vuelvo a Rumanía", contó otra chica de apenas 21 años que llegó a Málaga hace dos y que tampoco está dispuesta a estar sometida por la vigilancia policial. Era la postura más compartida por el grupo de prostitutas rumanas que incluso se mostraron dispuestas a manifestarse y que se les escuche.
La idea fue ganando fuerza a medida que la caravana de Médicos del Mundo avanzaba por los entresijos del polígono la pasada madrugada y, aunque hubo quien mostró su temor a represalias, la mayoría coincidió en que algo había que hacer.
María (nombre ficticio) es una ecuatoriana de 37 años que ya tiene experiencia en esto de manifestarse por la causa. Apenas llevaba una semana en Madrid cuando el Ayuntamiento emprendió una campaña para acabar con la prostitución en la Casa de Campo en 2007. "Estuve en la manifestación de Gran Vía y estaré en la de aquí llegado el caso porque cómo vamos a mantener a nuestros hijos si nos prohíben ejercer la prostitución", dijo indignada.
El grupo de nigerianas, que se protegían entre fogatas de la fresca noche cerca ya del polígono de Santa Bárbara, no lo tenían tan claro. Quizás porque la mayoría de ellas viven en una situación irregular y temen las consecuencias.
Pero en definitiva ninguna estaba dispuesta a dejar de ejercer una actividad que "nos da de comer y que nos mantiene vivas mientras no tengamos otra alternativa". Y eso, a pesar de que, la mayoría entendía las razones que han llevado al Ayuntamiento a prohibirlo. "No estamos de acuerdo en que haya chicas en tanga a plena luz del día porque aquí vienen muchas familias con niños pequeños y eso no está bien", criticó una portuguesa que a sus 66 años ha vivido la decadencia de la profesión.
La nueva ordenanza del Ayuntamiento de Málaga que regulará esta ancestral práctica no será aprobada hasta la semana que viene, pero las mujeres que la ejercen piden que se les dé la posibilidad de negociar su permanencia no sin estar dispuestas a ceder en algunos puntos. Por ejemplo, proponen regular los horarios y que la prostitución se autorice en el polígono únicamente por la noche para no afectar a la actividad empresarial o que se disponga de un recinto bien acondicionado con papeleras y casetas a donde los clientes puedan ir.
Siempre han estado en la sombra, pero ahora quieren que se les escuche su voz.
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