Chuleta, rebelde, insaciable

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El nuevo técnico del Málaga es un personaje relevante en los últimos 30 años del fútbol español.

Jugador de época, luces y sombras en su etapa en los banquillos.

Míchel, a su llegada a Vialia.
Míchel, a su llegada a Vialia. / Marilú Báez
José Manuel Olías

Málaga, 08 de marzo 2017 - 02:13

"Siempre me encantó. Es de chuleta, de rebelde, de insaciable". Así explicaba Míchel (Madrid, 1963) en una entrevista en el diario Información por qué usó el dorsal 8 durante toda su carrera en el Real Madrid. Fue Míchel un jugador de época, interior diestro con un fabuloso toque de balón y un gran disparo con las dos piernas. Se le reprochó con frecuencia cierta falta de competitividad,de alguna manera la inferioridad del Madrid ante el gran Milan se plasmó en su impotencia ante Paolo Maldini. Miembro de la mítica Quinta del Buitre, que empezó a cambiar el fútbol español, es Míchel un personaje clave en el balompié nacional en los últimos 30 años. Como futbolista, comentarista o entrenador nunca dejó indiferente y transmitió personalidad. Llegó a irse de un partido por los pitos del Bernabéu, del que se despidió en el año 96 besando el césped en una imagen icónica. Allí donde también le tocó los testículos a Carlos Valderrama. "Me llamaban Míchel en el barrio porque de pequeño, hasta los 10 años, era más bien gordito. Y para diferenciarme de mi padre, Miguel, me apodaban Michelín, como el de los neumáticos", explicaba. El "Suena Míchel" cuando tras una destitución se hizo viral, auspiciado por su frecuente aparición en los rumores. Igual por sus estrechos lazos de amistad con buena parte de la prensa de la capital.

El dorsal 8 lo cambió por el 21 en los Mundiales con la selección. Un evento que vertebra su carrera de futbolista. En México'86, en los albores de su carrera, pasó a la historia por marcar un histórico gol a Brasil que el australiano Bambridge no concedió. En Italia'90, por un triplete de bellísima factura ante Corea del Sur y aquel célebre "Me lo merezco" que captaron los micrófonos. También porque en los octavos de final ante Yugoslavia se movió en la barrera y por ahí se coló el gol que echó a España. Y en EEUU'94, por su ausencia, descartado por Javier Clemente pese a una gran campaña mediática y popular, y que fue la precuela de su época de comentarista televisivo. Anunció esa ausencia el final de una brillante carrera, con seis Ligas y dos Copas de la UEFA de aquella era de remontadas históricas en el Bernabéu tras descalabros a domicilio. Ahí trabó una profunda amistad con un malagueño inmortal, Juan Gómez Juanito, del que en menos de un mes se cumplirán 25 años de su muerte, y que apadrinó a la Quinta del Buitre. El madrileño siempre habló con un respeto reverencial del fuengiroleño. Las imágenes en el fúnebre velatorio de Juanito muestran a un Míchel destrozado. "Ha sido una mala jugada del destino. Un hombre como Juan, tan grande, no merecía marcharse de esa forma", decía entonces el nuevo entrenador del Málaga, también ex compañero del mejor jugador por palmarés nacido en la provincia, Fernando Ruiz Hierro.

Tras una etapa de transición, con una retirada en el Atlético Celaya de México, Míchel preparó su salto a los banquillos. En ese período se convirtió en el comentarista de los partidos más importantes, al lado de José Ángel de la Casa en TVE. Cultivó su verbo y su mensaje. Siempre fue elegante dentro y fuera del campo. También esa imagen igual le granjeó alguna enemistad.

En su carrera como técnico hay luces y sombras. Por resultados, destaca su etapa en el Getafe, al que cogió a mitad de temporada para salvarlo y al año siguiente lo llevó a la Europa League, algo que se firmaría con sangre en La Rosaleda. Y también su periplo al frente del Olympiacos, con el que ganó dos Ligas de Grecia y firmó una gran Champions en la que estuvo a punto de tumbar al United en octavos de final. Por la complejidad de trabajar en el gigante de El Pireo y por la revalorización de algún jugador, como el ariete Mitroglou, cedido en un club de Segunda y que se vendió por 15 kilos, su labor tuvo bastante reconocimiento.

En el aspecto negativo, bajó de Segunda a Segunda B con un Castilla en el que estaban Negredo, Borja Valero, De la Red, Mata, Adán, Javi García, Callejón, Parejo o el ex malaguista Sergio Sánchez. Cierto es que tras pasar por sus manos se convirtieron en jugadores importantes. No triunfó en un Sevilla al que llegó a mitad de temporada y se fue a la mitad de la siguiente, con una plantilla base a la que Unai Emery convirtiría en campeona. Y falló en un club de la grandeza y complejidad del Olympique de Marsella, con el que acabó en pleitos porque no se le abonó el contrato acordado.

Desde abril del año pasado Míchel estuvo en el paro. Sonó, en honor a la leyenda, para algún equipo. El Málaga le tuvo en el radar antes del fichaje de Javi Gracia, pero ahora, cuando no había runrún previo, le ha llegado el turno de convertirse en el entrenador malaguista. Tiene visto recientemente al equipo que dirigía Gato Romero. Presenció in situ en Ipurua cómo su hijo, Adrián González, le metía dos goles al Málaga en la derrota blanquiazul en tierras guipuzcoanas. Es Míchel el cuarto técnico ex madridista (tras Pellegrini, Schuster y Juande Ramos) que ficha el jeque. Es técnico con la etiqueta del gusto por el toque, por el ataque y por el trabajo con la cantera, pero el verbo y el estilo no bastan ahora. Málaga es un buen sitio para reivindicarse, pero la coyuntura no admite demasiados paños calientes y exige inmediatez. La situación es de prealerta y, si quiere continuar sin lastres la próxima campaña, tiene tres meses de faena.

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