Málaga C.F.

Ponferradina - Málaga: Descenso virtual a Primera Federación (2-0)

Villalba se lleva las manos a los ojos tras el partido.

Villalba se lleva las manos a los ojos tras el partido. / La Otra Foto

El Málaga es virtualmente equipo de Primera Federación, tan crudo como suena, tan improbable como cierto. La Ponferradina solamente puso los clavos en un ataúd que por pura fe se resistió a cerrar en las últimas semanas. Se condena a la tercera categoría del fútbol español, que ni la conoce. Este club histórico atraviesa su peor crisis en el último cuarto de siglo. No caben oportunidades ni perdones para nadie.

Se intentará hablar de que mientras haya un resquicio hay que competir, pero ese verbo le viene muy largo a la plantilla. El arreón final protagonizado por algunos, no todos, ha puesto maquillaje en un deceso esperado y merecido que bebe de múltiples errores y que tiene muchos padres. En el campo y fuera de él.

En realidad ha sido una caída año a año desde que se está en Segunda. Se obraron los milagros más inesperados y cuando por fin tuvo músculo económico no se manejó como se debía. Los primeros arquitectos fueron Manolo Gaspar y Pablo Guede, que confeccionaron la plantilla, que no sólo no estaba para pensar en ascender sino que a duras penas le ha dado para sobrevivir hasta primeros de mayo. No ayudó Pepe Mel, otra decepción, que llenó con un discurso escurridizo los vacíos del campo pero no con puntos.

Tampoco con el tercer doctor, Sergio Pellicer, los jugadores estuvieron a la altura. Hasta Las Palmas no empezaron a coger el pulso ciertos futbolistas y poco a poco algunos más abrazaron la causa imposible de la salvación. Más orgullo que fútbol en casi todos ellos. Sin olvidar que otros no ha estado ni antes ni ahora. Nunca.

Uno de los factores que más han pesado en este descalabro tiene que ver con el discurso. Para tapar pronto el fracaso del curso anterior, se permitió exagerar el tono y no se controlaron las expectativas. Esa losa ha acompañado al Málaga toda la temporada y le ha arrastrado al descenso. Los aires de grandeza y la imprudencia se penalizan así en Segunda División.

En la cúspide de todo está José María Muñoz. El administrador judicial ha realizado una gran gestión, eso dicen los números, pero su dirección ha ido orientándose hacia una figura más presidencialista y se ha equivocado. Ha tomado partido en todo y ha tenido la decisión final en lo trascendente. La apuesta por Kike Pérez debe ser real y el vitoriano tiene que empezar desde ya a tomar decisiones de calado, sus decisiones, en todos los ámbitos. Urgen cambios a nivel estructural del verde a los despachos. Nadie está libre en ningún departamento de responsabilidad.

Hubo un partido sí, uno que no se podía perder, uno que había que ganar a toda costa. Y no se logró. Cuando juegas tantas finales, cuando lo llevas siempre todo al límite, es inevitable tropezar. La decepción ha sido la tónica del curso.

Sintomático tener que tirar de Alfred N’Diaye y que, por supuesto, el senegalés no diese el nivel. Su temporada ha sido poco decorosa y ni siquiera en un vida o muerte dio un paso adelante. El Málaga, parece ser, terminó de morir el día que se lesionó Ramón, pero era pronto para corroborarlo.

Sin brújula, los blanquiazules se han movido a arreones, algunos por carácter y vergüenza torera. Cuando estuvo protegido por los tres centrales, al menos llevó la voz cantante. Eso sí, desafinó donde siempre, en el cuarto de campo que importa.

Rompía el corazón por todos esos malaguistas, centenares, que volvieron a la carretera para regresar con lágrimas, rabia e incredulidad a casa. Faltó calidad, ha faltado casi toda la temporada. Y se suponía que había a chorros, pero es que han sido demasiadas dimisiones. Bustinza, Sol, Gallar, N’Diaye... Un Málaga al que no lo arregló ni Rubén Castro de penalti.

Sin el factor distorsionador de Chavarría, el ataque fue aún más previsible. Lago Junior no terminó nunca de asumir ese rol y tampoco alrededor brotaba demasiada magia. Un monólogo pero aburrido, de chiste fácil, de centros que se perdían entre torres enemigas.

De la caseta se volvió sin corsé y con Álex Calvo. El canterano iluminó dos o tres veces la sombra que se cernía sobre El Toralín, pero esta temporada no estaba destinada a la gloria de nadie. Y descosido y desesperado, Yuri mató de dos puñaladas al Málaga, que se fue desangrando.

Con el descenso los jugadores saldrán. Con contrato quedan cuatro. Continúa Pellicer, refrendado por activa y por pasiva sin importar que no haya director deportivo (al menos que se sepa). El de Nules tendrá que pilotar estas semanas de pesadumbre e ira, ayudar a reconstruir el equipo desde sus cenizas y frenar la caída. Porque no se sabe si el Málaga ha tocado fondo aún. 

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