Mapa de Músicas

África, Europa, América

  • El tresero sevillano Raúl Rodríguez, ex Son de la Frontera, publica su primer álbum en solitario, un disco libro pletórico, con músicas originales, de pre, post y flamenco.

Razón de son. Raúl Rodríguez. Libro y CD. Fol Música. 60 páginas.

Después del romance medieval, que siempre fue un estilo marginal dentro del corpus flamenco, pese a que esta fórmula poética y musical es la base de toda la lírica hispana; y después de la seguidilla renacentista, que hoy sigue muy viva en forma de seguidilla sevillana, esto es, sevillana; tras ellas, el fandango indiano barroco es el estilo más antiguo de lo que hoy llamamos flamenco. Ni la toná, ni la seguiriya, ni la caña, todas ellas nacidas en la última parte del siglo XIX. Bien es cierto que el fandango indiano no es exactamente lo mismo que el fandango flamenco. Digamos que el fandango flamenco conserva muchas cosas del fandango indiano y que éste evolucionó también en otra dirección, la que, pasando por la tirana y el jaleo, llega a lo que hoy conocemos como soleá. Entonces España era una, a este y al otro lado del Atlántico. El fandango era, es, tan español como Juana Inés de la Cruz. El fandango era, es, americano, español y negro. El sufijo -ngo, tanto de éste como del tango, es, según algunos expertos, de origen negro africano. Faustino Núñez considera que en el fandango cristaliza la tendencia al ritmo de hemiolia que encontramos en otras danzas barrocas como la jácara y la zarabanda. Inspirándose en estos conceptos, y en los fandangos de Scarlatti, Bocherini y Soler, Rodríguez ha compuesto un fandango indiano propio, tanto en letra como en música, que aquí canta con voz propia.

De la misma manera, la petenera no fue nunca de Paterna de la Rivera, como afirma la flamencología tradicional, sino de Veracruz. De hecho, es el mismo cante y baile que hoy se llama petenera huazteca en México. A su vez, la petenera entronca con otra danza barroca, la jácara. Es decir, los orígenes de lo jondo, como no podía ser menos, son una mezcla de culturas europeas, africanas y americanas, una fusión de elementos franceses, italianos, árabes, judíos, gitanos, negros, americanos y, por supuesto, españoles. No existe una tradición cultural pura, sin mezcla, y el flamenco no es una excepción a esta regla. Otra cosa es que el flamenco sea, como los nacionalismos, una de esas tradiciones inventadas de las que habla el historiador Eric Hobsbawn, que reclama para sí la primitiva inocencia del paraíso intocado de nuestra infancia. Hoy día podemos decir que no sólo los mal llamados estilos de ida y vuelta, sino también las peteneras, los fandangos y los tangos, al menos, son estilos hispanoamericanos. Sobre ellos ha fijado su mirada Raúl Rodríguez en esta obra, a la vez antropológica y musical.

La petenera posee, como digo, hermanas gemelas en México. No obstante, tiene un antecedente en el Romance de la monja a la fuerza que cantara el Negro del Puerto y que se mantiene vivo en las tradiciones romancísticas sefardíes. El primero en cantar y bailar la petenera en España, que sepamos hasta ahora, con el nombre de petenera americana, fue el bailarín bolero gaditano, de raza gitana, Luis Alonso, en 1826. Raúl Rodríguez hace la petenera veracruzana subrayando los elementos marineros del estilo. Y es que la petenera huazteca es en el fondo la misma que en el siglo XIX se llamaba en España "americana" y "veracruzana", de la que tenemos partituras y que ha sido grabada por músicos historicistas como Christina Pluhar, quien, por cierto, se hizo acompañar por Pepe Habichuela. Esta petenera veracruzana, como la huazteca, está, en el fondo y en la forma, muy cerca de las primeras peteneras flamencas grabadas hacia 1895 por El Mochuelo: se trata de una petenera bailable, con palillos, y que pasa de lo patético a lo humorístico a una velocidad endiablada.

La petenera trágica, la actual, es una creación de Chacón, la Niña de los Peines y el Niño Medina, ya en el siglo XX. La guajira flamenca tiene su antecedente inmediato en el punto cubano que ya recreó el mismísimo Pepe Marchena. Lo cierto es que la guajira, lejos del cante y baile de cartón piedra actual, fue a finales del siglo XIX uno de los géneros más ricos de lo jondo, tanto por la calidad de sus cultivadores como por la cantidad de melodías y letras interpretadas. Si hoy la guajira es un estilo monocorde y deliciosamente falso, la guajira decimonónica era un estilo directo, emocional que registraron, por suerte, La Rubia, El Mochuelo o El Canario Chico, este último con el acompañamiento de piano, entre otros muchos. La evolución del flamenco siempre suma pero, a veces, se producen también restas, como en este caso. Rodríguez ha ido a la fuente de la guajira, el punto, para proponer un nuevo género, el punto flamenco, en el que asimila la décima al ritmo de hemiolia de la bulería, que es el mismo de la guajira, pero con distintos acentos. Y con una letra que es toda una declaración de principios: "las razas no son tan puras / ni somos tan diferentes". Intuición que confirman los datos ya que según Romualdo Molina y Miguel Espín el punto procede de la tirana de la Zarandilla, o sea, de la zarabanda, o sea, de los cultos africanos a Oggun: África, América, Europa.

Para la caña ha elegido Rodríguez la versión en partitura de Isidoro Hernández (1883) cuya música, como han señalado los hermanos Antonio y David Hurtado, corresponde con la descripción que Estébanez Calderón hace de la caña del Planeta y El Fillo en las Escenas andaluzas (1847), tenidas hasta no hace mucho como el libro fundacional de lo jondo. Respecto al tema El negro Curro, delicioso folclore imaginario de los negros sevillanos del siglo XVI creado por Rodríguez, que ha conocido a estos negros sevillanos en la obra de Fernando Ortiz, quiero añadir que los profesores Labrador Herraiz y Ralph di Franco, entre otros, dieron a las prensas un buen ramillete de estos villancicos de negros en 2004.

Estamos, por tanto, ante una obra pletórica de mar, de olas, de vaivenes flamencos, que es también una autobiografía. Raúl Rodríguez es un virtuoso de ese instrumento reciente, el tres flamenco, que se revela además en esta obra como sensible y distinguido cantante y letrista y sabroso contador de historias en los textos, en que los que a la nota erudita le sucede la confesión personal. Una obra pletórica de músicas, con la colaboración de Martirio en la petenera, y que demuestra, por enésima vez, la superchería que es esa expresión "cantes de ida y vuelta", puesto que todos lo son.

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