Salvador Gallardo, el hostelero futbolero de Marbella

Vivió el inicio turístico de la localidad malagueña y desde hace 40 años sirve pescado en su bar, Altamirano

Salvador Gallardo con la foto dedicada de Felipe VI.
Salvador Gallardo con la foto dedicada de Felipe VI. / M. H.

Su último trofeo es una foto dedicada del rey Felipe VI. El retrato del monarca cuelga en el salón del restaurante entre bufandas de equipos de fútbol como El Cudillero de Asturias o El Torpedo 66, de Cebolla (Toledo). Desde hace cuarenta años Salvador Gallardo dirige el bar Altamirano, dedicado a servir pescados y mariscos en el casco antiguo de Marbella. Aunque en las cuatro décadas anteriores sus padres ya destinaran el inmueble a tienda de comestibles, droguería, y dispusieran de camas para acoger a los forasteros.

–En los años sesenta y setenta, con el boom del turismo de Marbella venía mucha gente de otros pueblos para trabajar en la construcción. No tenían donde quedarse a dormir y se alojaban en la pensión de mi padre.

Algunos de esos trabajadores prolongaron allí su estancia hasta quince años. Cada una de las tres ventanas, que ahora forman parte del salón del restaurante, correspondían entonces a una pequeña habitación. Tres cuartos, con un solo baño y la cocina compartida.

–Mis padres fueron unos emprendedores, ayudaron a mucha gente de aquí y de fuera, a jornaleros, ganaderos o de las vaquerizas.

El río de la Barbacana, ahora embovedado, a la altura del Puente Málaga acogía una fuente muy amplia donde las mujeres acudían con su tabla de madera a lavar la ropa.

–Ahí estaba El Céntimo, nombre del obrador y apodo de su panadero, Antonio Moreno, que también embalsamaba pájaros, águilas o patos. Era muy famoso en este arte, yo conocí a otro, Salvador, El Buzo, que lo hacía con los jabalíes, a mí entonces me disecó algún bogavante.

A los trece años, Salvador Gallardo repartía periódicos y revistas, de una distribuidora de prensa de la Costa Occidental, entre Marbella y Manilva.

–A los diecisiete años entré a trabajar de camarero en El Fuerte, el hotel era una verdadera escuela. Empecé de commi (aprendiz en francés), limpiaba las mesas, aprendí a trinchar carne, pescados y mariscos con solo una cuchara y un tenedor. Podía hacer merengues, preparar cócteles y hablar un poco de idiomas, quien quería salía bien. En la hostelería he tenido muy buenos maestros. Pepe Luque, el dueño del hotel, era una muy buena persona. Te miraba fijo y te decía: tienes los ojos colorados, anoche has estado de fiesta. Por las mañanas estaba pendiente de cómo llegábamos. Y al que necesitaba que le echara una mano le ayudaba.

Después de estar tres años en el hotel me fui a trabajar de camarero a Old Vic, la discoteca de un holandés, que tenía a Paco, El Sambo, de disjockey. En Kiss estaba Yuno y en Pepe Moreno, Jose, Kung Fu. Todas las noches estábamos de ligue con las suecas, de cada diez cuatro formaban pareja con algunas de ellas y se lo llevaban a vivir a Suecia. El ochenta por ciento de los que se iban a los dos o tres años volvían, siempre divorciados.

Nos conocíamos todos, cuando terminábamos de trabajar nos reuníamos en la discoteca de Pepe Moreno que abría a la madrugada y cerraba a las ocho o nueve de la mañana. Por las noches yo estaba despierto como un gato y durante el día dormía como un vampiro. Entonces se ganaba mucho dinero, en el verano de 1984 gané 350.000 pesetas (2.104 euros), en dos meses me dio para comprar un coche.

La discoteca era un buen trabajo y sin novia también era una diversión. A mi mujer, que es de aquí, la conocí en la discoteca, era una buena época. Cuando me casé dejé la discoteca y volví al hotel, estuve menos de un año como jefe de rango, entonces ya tenía un ayudante.

Con Xabi Alonso
Con Xabi Alonso

Mi padre, que tenía la droguería y la pensión en la planta baja y en la de arriba una fonda, me propuso que trabajara por mi cuenta en el local, que montara un bar. Lo abrí en 1985 con 25 años. Entonces había muchas obras en construcción, hacíamos comidas para los trabajadores, y pescados. Mi madre cocinaba para nosotros unas berzas con pringá, la gente pedía cuchara, nada de pescado, y también hacíamos paellas. Teníamos que elegir entre seguir con un bar de menú o de pescado. En los ochenta ya estaban Guerra y Antonio California, que se dedicaban al pescado. Para mí lo importante era que el visitante viniera aquí o se fuera al bar de enfrente, pero que dejara el dinero en la plaza.

Junto al inmueble de los padres de Salvador había una casona vieja que hacía de colegio y viviendas de vecinos.

–Mi padre hizo un trato con el Ayuntamiento y la cambió por una finca que tenía a las afueras del pueblo. Mis padres provenían de dos familias muy conocidas, mi madre, María González, y mi padre que lo conocían como Camacho.

El regidor Cosme Fernández Altamirano, que da nombre a la plaza donde está el bar de Salvador, quería que su memoria perdurase.

–En el último cuarto del siglo XVI la zona estaba dominada por los inmuebles de Alonso de Bazán y el convento de la Trinidad. Al sur, la trasera de la iglesia de la Encarnación con algunas casas y el Ejido arropado entre murallas.

En medio de tanto desorden Altamirano quiso construir su vivienda. La apertura de una calle recta entre la puerta de Málaga y el Hospital Real de la Misericordia fue la mayor operación de reforma urbana de aquellos años. La calle Misericordia, en principio Nueva de la Encarnación o Nueva del Hospital, cumplía las normas de las ciudades del barroco con la remoción y puesta en escena de una pequeña plaza, en proporción a la vivienda del regidor. La Plaza Altamirano supuso la reordenación de una zona alejada del centro y poco valorada por su situación, que se convirtió en el paso de acceso a la ciudad por el Puente Málaga, señala el historiador Francisco Moreno.

En verano el bar necesita tirar de más personal para reforzar la plantilla, que supera la veintena.

–Hay noches que damos de comer a 400 o 600 personas. No hay mano de obra ni camareros con formación. Una escuela de hostelería puede enseñar, pero en esto se aprende trabajando, cuando estás metido en faena. En El Fuerte he aprendido a fregar, limpiar copas, mantelería, servir platos, para mí eso ha sido mi escuela, donde aprendí a servir un entrecot y las verduras con plaqué caliente. Ahora es solo cambiar los platos y servir la bebida. De veinte camareros solo dos saben trinchar, yo le enseño al que quiere aprender y da un paso adelante, puede ser desde preparar una sangría o un rebujito. Yo aprendí porque me gustaba lo que hacía y tuve la suerte de trabajar en un hotel de categoría.

Dicen que en Marbella todo es caro. Pero si quieres estar en un sitio rodeado de Ferraris y barcos de lujo, no es lo mismo que estar en una barriada. No se puede comparar una plaza de primera con otra de tercera. Aunque el proveedor del refresco que te sirven sea el mismo, el precio será distinto.

Plaza Altamirano de Marbella.
Plaza Altamirano de Marbella.

Hoy con un trabajo de seis u ocho horas en un hotel ya no se vive. Para el trabajador es un problema pagar una vivienda con un sueldo de 1.800 o 2.000 euros. Si no tienes hijos a cargo ni pagas una hipoteca tal vez puedes vivir y ganas calidad de vida. Pero hay algunos que después de hacer una jornada en el hotel vienen aquí a echar otras cuatro horas. Tengo un obrero que trabaja en la construcción de seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde y viene aquí de siete a once o de ocho a doce de la noche para poder seguir adelante.

El montañero Juanito Oiarzabal, antes de que empezara a escalar los ochomiles le invitó a que le acompañara a ascender al techo de América, el Aconcagua en Argentina, de casi 7.000 metros, y que lo esperase en el campo base, a unos cuatro mil metros de altitud.

–Cómo voy yo a subir miles de metros si subo a la segunda planta y me mareo, le dije. Cuando llegó a la cima se hizo una foto con una bufanda con el nombre del bar y me la trajo.

En los noventa cuando Jaime de Mora organizaba las concentraciones de motos, me pidieron tarjetas del bar y las pusieron en las bolsitas de regalo que daban a los participantes. Esa noche tuve 600 motos en la plaza, se habían reunido aquí todos los moteros. Y así en la primera, segunda y tercera concentración. A Jaime de Mora lo recuerdo con su monóculo como un hombre generoso. Al principio lo veía con cierta distancia, yo era muy niño, pero cuando lo conocías era una persona abierta. Has hecho un buen trabajo, decía, y te daba una propina.

En la crisis de los años noventa mi padre tuvo que vender el local de la esquina a la ferretería de Gámez. En 2000 pudimos recuperar la parcela pagando tres veces más que cuando fue vendida por mi padre. Ya en sociedad con mi hermana, quitamos la droguería y la pensión y nos quedamos solo con el bar. Trabajamos mucho con la gente de Marbella en la feria de San Bernabé, en las fiestas de Reyes o el Día de la Madre, la gran mayoría es gente del pueblo y mucho público nacional, en los puentes siempre tengo clientes de Madrid y de otros sitios. Muchos terminan siendo amigos y cuando viajo suelo quedar con ellos.

Viajo mucho por Europa por el fútbol, para ver a la selección de España. Ahora vamos a ir a Alemania, del 4 al 8 de junio, para la final de la Liga de Naciones de la UEFA. Voy a ver los cuatro partidos.Vamos con otras parejas amigas. Yo soy del Madrid y mi mujer del Barcelona. Fuimos a Lisboa a ver el Madrid contra el Atlético de Madrid y mi mujer en lugar de ver el partido ojeaba el Hola: que yo soy del Barça, me decía.

El local de Salvador es un museo, tapizado con más de 400 bufandas y banderines de equipos de fútbol.

Con Manuel Díaz, El Cordobés.
Con Manuel Díaz, El Cordobés.

–La mayoría de la gente trae el de su equipo y después cuando vuelve lo quiere ver colgado. A veces al pintar el local o limpiarlos se cambian de sitio y entonces preguntan dónde está el suyo, el que trajeron ellos, sus padres o sus abuelos.

Ahí se encuentra la bufanda del equipo de fútbol del municipio toledano de Cebolla. Su club es El Torpedo 66, nombre que tomaron de su homónimo de Moscú. No les pareció adecuado bautizarlo como El Torpedo de Cebolla, se decantaron por apellidarlo con el año de su creación y darle lustre con la equipación blanquinegra de la Juventus.

–La foto de Felipe VI me la trajo un amigo, ahora espero que el rey algún día se pase por aquí.

Los reyes españoles estuvieron en Marbella pero nunca en visita oficial. Juan Carlos I lo hizo como príncipe a Puerto Banús, o como rey en visita privada al palacio del monarca saudí. Felipe VI, también como príncipe, lo hizo en escapadas privadas. El único rey que visitó Marbella, aunque fuera por una noche, ha sido Felipe IV y de eso hace cuatro siglos.

–El 30 de marzo de 1624 Felipe IV paró a comer en Estepona y se quedó a dormir en Marbella en la Casa del Gobernador. Fue el acontecimiento del siglo. Era el primer soberano, tras la conquista de la ciudad por Fernando el Católico, que pasaba por la ciudad y el último porque tras él nunca más vino un rey en visita oficial, que las de incógnito no cuentan, precisa Francisco Moreno.

El edificio donde pernoctó Felipe IV está ahora amenazado en convertirse en once apartamentos turísticos.

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