Confesiones de un niño soldado

Explotación infantil

Un adolescente ugandés cuenta cómo fue capturado por el Ejército de Resistencia del Señor para ser obligado a asesinar y cometer atrocidades

Un niño sostiene un fusil de asalto en Sierra Leona.
Un niño sostiene un fusil de asalto en Sierra Leona.
Clara Méndez / Kampala

28 de enero 2009 - 05:03

"Muertos, mutilados que me persiguen en mitad de la noche, aviones lanzando bombas desde el aire y rebeldes asesinando pueblos enteros y arrasando todo a su paso", éstas son las pesadillas que el joven de 18 años Kenneth Opwonya aún tiene desde que consiguió escapar del Ejército de Resistencia del Señor (LRA).

En 2005, los rebeldes atacaron su pueblo en mitad de la noche. A él y a otros cuantos niños más les ataron las manos y los llevaron a otro pueblo. Mientras les propinaban patadas fueron advertidos de que, a partir de ese momento, serían soldados y tendrían que luchar junto a ellos.

Su hermano fue secuestrado la misma noche pero corrió más suerte que Kenneth puesto que consiguió escapar antes. Su familia pensó que estaba muerto y lloraron por él sin saber que estaba viviendo la peor de las pesadillas en el bosque.

Delgado y no muy alto, como la mayoría de los ugandeses, habla con un tono bajo y con una mirada triste y penetrante sobre su experiencia como prisionero. Entre inglés y acholi (la lengua de Acholiland, en el norte de Uganda) habla sobre cómo fue obligado a matar y cometer atrocidades contra su voluntad. "Cuando los rebeldes te decían que tenías que matar a alguien, si te oponías, te mataban ellos o le decían a la otra persona que te matara con sus propias manos", declara Kenneth.

La Corte Penal Internacional acaba de iniciar el primer juicio contra un señor de la guerra congoleño, acusado de reclutar a más de 30.000 niños soldados.

Mientras habla, Kenneth admite que asesinó a gente pero en ningún momento dice a cuántos ni cómo, aunque describe cómo era la vida dentro del LRA. Nunca se quedaban más de una noche en el mismo lugar, recuerda que lo más agotador era el hambre que pasaban, los asesinatos, el miedo de cometer algún error y andar kilómetros y más kilómetros.

No era un gran grupo de rebeldes luchando por una causa. Estaban divididos en varias células, niños y adultos de diferentes edades. Desde el momento que se levantaban, todos tenían actividades asignadas. Kenneth, por ejemplo, era lo que denominaban un OP, (Punto de Observación), lo que quiere decir, que tenía que espiar a los soldados del Gobierno, decir su localización, dar la orden a sus superiores y disparar contra ellos. Los soldados enseñaban a los niños a usar las armas, desmontar las piezas y volver a ponerlas cada una en su correspondiente lugar. "Teníamos que saber de memoria dónde iba cada pieza, un pequeño error, uno solo, y los rebeldes te daban una paliza", afirma Kenneth.

También recuerda cómo los rebeldes hacían a la gente tumbarse boca abajo con el estómago tocando el suelo con el fin de que así no se les viera la cara en el momento que eran agredidos o se les iba a matar. Había momentos en que la munición escaseaba y para no malgastar las balas les obligaban a asesinar a las víctimas con bayonetas.

Kenneth, junto a otros niños, acompañaba a uno de los rebeldes llamado Tabuley. Una noche se dirigían a un pueblo y las balas alcanzaron al jefe. Ante la situación Kenneth decidió escapar con otro de sus compañeros rumbo al pueblo más cercano. En el camino de vuelta fueron descubiertos por los soldados del Gobierno (UPDF), les dijeron que habían sido secuestrados por el LRA y fueron trasladados a unas barracas. Una vez allí, una ONG se hizo cargo de ellos, fueron registrados y llevados de vuelta a casa.

Hoy, Kenneth vive con su familia en un campo de desplazados y desde que conoció un proyecto de JRS (Jesuit Refugee Service) en Kitgum decidió unirse a él. Aquí les enseñan distintas habilidades a los niños ex soldados y al resto de la comunidad para que el día de mañana puedan valerse por sí mismos. Actualmente, Kenneth asiste al departamento de carpintería, donde les instruyen sobre cómo fabricar mesas, sillas y, en general, a trabajar la madera.

Como en todas las tribus, existen ceremonias y los Acholi llevan a cabo lo que ellos llaman Mato Oput. Este ritual se lleva a cabo cuando alguien ha cometido un crimen y en él participan esa persona y un miembro de la familia de la víctima para así acordar una compensación y, con ello, ganarse el perdón de nuevo del resto de la comunidad.

Desde que Kenneth volvió a casa, no ha sido sujeto de tal ritual y aún siente que algo debe hacerse. A día de hoy, todavía lucha por reconstruir su vida e intentar llevarla como cualquier joven de su misma edad. "Estoy muy contento de haber vuelto con los míos, pero a veces, si alguien me molesta, me invade la furia y siento que tengo que pelear para defenderme, pero luego me doy cuenta que aquellos días forman parte del pasado y tengo que hacer un gran esfuerzo para controlarme", dice Kenneth.

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