La defensa de Europa

El autor sostiene que nuestros líderes no parecen haber entendido casi nada de lo que ocurre ni se atreven a llamar las cosas por su nombre

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante su intervención en el debate sobre el estado de la Unión. / PHILIPPE BUISSIN (EP)

HAN pasado ya dos meses desde que, después de haberle dado muchas vueltas –la confesión es suya–, la presidenta de la Comisión Europea decidió comenzar su último discurso sobre el estado de la Unión con cuatro palabras llenas de dramatismo: “Europa está en lucha”.

No empleó Von der Leyen la palabra guerra, probablemente porque, después de décadas de negacionismo, cree que no estamos preparados para oírla. Pero quizá fuera la que, liberándose de sus complejos, debería haber usado.

Europa en guerra

¿De verdad estamos en guerra? Si nos atenemos a la definición de Clausewitz, sí. La guerra es la continuación de la política por otros medios y hace mucho que el Kremlin sigue caminos que van mucho más allá de los de la diplomacia.

Los medios empleados en esta guerra que, a pesar de las voces que nos alertan todos los días, no queremos ver son muy variados. Desde hace casi cuatro años –hay quien diría que 12– Putin libra una guerra de conquista en Ucrania. Una guerra que comenzó en 2014 cuando Kiev negoció un acuerdo comercial con la UE que disgustó al Kremlin. No se trata de un ataque directo a la Unión, pero el dictador nunca ha dudado en emplear sus armas nucleares como amenazador argumento –el revólver cargado del atracador– para contener a quienes defienden un continente en paz, donde las naciones soberanas sean libres de escoger sus socios estratégicos y comerciales.

Para reforzar la presión sobre las capitales europeas, el Kremlin promueve continuas acciones inequívocamente hostiles: desinformación, compra de voluntades, sabotajes a los ferrocarriles y a los cables submarinos, ciberataques y, cuando hay oportunidad, apoyo a cualquiera de los actores que puedan debilitar la Unión. Hace mucho que vemos la huella de Moscú en los movimientos nacionalistas más radicales y en los partidos de orientación filonazi.

Por si todo eso fuera poco, en los últimos meses hemos sido testigos de un envite más: el sobrevuelo de diversos aeropuertos europeos con drones que no son de los que se compran en las tiendas. Drones de procedencia tan fácil de imaginar como, en ocasiones, difícil de probar.

Si los medios son muchos y diversos, el objetivo es único. De momento, se trata de convertir a Rusia en la potencia hegemónica en el este de Europa, recuperando la doctrina Brézhnev de soberanía limitada para sus vecinos… y ya veremos lo que podría ocurrir después con los vecinos de sus vecinos. Para los europeos de hoy, poco importa si detrás de ese objetivo está la geoestrategia o la ambición, los sueños de grandeza de la patria rusa o el hambre de poder del dictador del Kremlin. Galgos o podencos, no nos gustaría vernos sacrificados por ninguna de las dos causas.

La estrategia rusa

Vladimir Putin, el veterano dictador, se equivoca a menudo en sus decisiones pero mantiene líneas de acción perfectamente identificables. Cree o finge creer que puede rendir Ucrania si consigue apartarla de sus aliados. A esos efectos, viene ofreciendo a Trump la zanahoria de las ventajas económicas y, quizá, estratégicas. El último plan del magnate para la supuesta paz en Ucrania va a fracasar, pero sigue el camino que Putin considera correcto: cada nueva propuesta norteamericana le concede ventajas adicionales. ¿Por qué tendría que decir que sí ahora? ¿Por qué no esperar a que le dé la definitiva, la rendición incondicional de Ucrania?

Mientras Putin arroja zanahorias a Trump, reserva el palo para la UE que, para él, es el eslabón más débil de la defensa de Ucrania. Fracasadas las bazas del gas y el petróleo, que Europa ya ha logrado encontrar en otros lugares, el dictador recurre cada día a las acciones antes enumeradas, todas las cuales encajan dentro de lo que hoy llamamos guerra híbrida. Pero no subestimemos este concepto. No crea el lector que un Putin enrabietado nos está maltratando porque le caemos mal. Híbrida o no, se trata de una guerra como las demás que en absoluto obedece a la improvisación. Para conseguir la victoria –medida en la capacidad de forzar al enemigo a aceptar condiciones que no desea– es necesario un líder y una estrategia, unos recursos y un gabinete de guerra capaz de identificar claramente los centros de gravedad del enemigo para incluirlos en su plan de campaña.

Von der Leyen no usó la palabra guerra, estima probablemente que no estamos listos para oírla"

Desde la perspectiva de Rusia, este centro de gravedad –el punto donde Putin concentra todos sus esfuerzos– está en los pueblos de Europa. Es a nosotros a quienes quiere doblegar y lo hace, reconozcámosle el mérito, siguiendo fielmente lo que los clásicos han definido como principios de la guerra, entre los que están la iniciativa, la sorpresa, la decepción, el mando único y la continuidad en el objetivo.

Pongamos el foco en los sobrevuelos de los drones –la más visible de las acciones de esta guerra híbrida– y recordemos las palabras del ex presidente Medvedev, hoy portavoz de los halcones rusos, que explica así los cierres de los aeropuertos: “Lo importante es que los europeos de mente estrecha experimenten en carne propia los peligros de la guerra, para que teman y tiemblen, como animales inertes en una manada llevados al matadero”. La retórica, dirigida al consumo interno, puede ser estúpida, pero las intenciones del enemigo no pueden estar más claras.

La estrategia europea

A pesar de las palabras de la presidenta de la Comisión, nuestros líderes –ella incluida– no parecen haber entendido casi nada de lo que ocurre. Han puesto, es verdad, mucho dinero sobre la mesa en un plan de rearme que ni siquiera se atreven a llamar así; pero eso nunca es suficiente. Repasemos los principios de la guerra y veamos nuestras carencias: cedemos la iniciativa a Putin –y ahora también a Trump–, somos predecibles, reconocemos nuestras debilidades, no tenemos un líder respetado por todos… y, sobre todo, nos equivocamos de forma dramática en la identificación del centro de gravedad del enemigo.

Volvamos al caso paradigmático de los drones. Putin los lanza para asustarnos a los europeos. Tenemos que responder de alguna manera, pero ¿sobre qué? ¿Cuál entendemos nosotros que es el centro de gravedad del dictador ruso? Al parecer… ¡el propio dron! O eso se desprende de la promesa de crear una muralla contra los drones rusos que nos permita derribarlos sin que nos salga demasiado caro.

El último plan de Trump para la supuesta paz en Ucrania sigue el camino que Putin cree correcto"

Lo que está en juego es serio. Está bien que no queramos matar moscas a cañonazos, pero los drones no son moscas. Alguien los está mandando sobre Europa y no va a dejar de hacerlo porque derribemos unos pocos –en el peor de los casos, a Putin le cuestan unos miles de euros– poniendo además en riesgo a los ciudadanos que viven debajo. En la guerra, como en la vida, rara vez basta con cubrirse la cabeza con las manos mientras el enemigo golpea sin encontrar respuesta. Al contrario, nuestra pasividad es un aliciente para quien nos ataca.

Si desde luego no son los drones, de los que tiene tantos como quiera, ¿cuál es el centro de gravedad de Putin? ¿Dónde es vulnerable? En Ucrania, donde su guerra, próxima a cumplir los cuatro años, sigue casi estancada. Si fuéramos capaces de convencer al dictador de que sus drones sólo provocarán más firmeza en la ayuda a Kiev –que es justo lo que él quiere evitar– dejaríamos de verlos volar en nuestros aeropuertos. Y sin disparar un solo tiro.

¿El final de Europa?

Las civilizaciones vienen y van. El futuro de Europa quizá esté escrito en nuestro pasado. Hace ya casi seis siglos desapareció de la historia el Imperio Romano de Oriente. Después de muchos siglos de prosperidad, se fue apagando lentamente mientras, incapaz de mantener su influencia en el exterior, se refugiaba tras las murallas de Constantinopla y dejaba la iniciativa al Imperio Otomano.

Hoy, por desgracia, la Ucrania que resiste en nuestras fronteras orientales recuerda demasiado a los Estados cristianos creados por las cruzadas. Fueron ellos los que protegieron desde fuera a un Imperio Bizantino que, como Europa, parecía anquilosado, incapaz de adaptarse a los desafíos de su tiempo.

La muralla de drones prometida por Von der Leyen también recuerda dolorosamente a la de Constantinopla, desde la que los últimos emperadores vieron cómo se desplomaba el mundo a su alrededor antes de ser definitivamente arrollados por la historia.

Para que a nosotros no nos pase lo mismo no basta el dinero ni la tecnología. Europa debe recuperar el respeto del mundo. Cito de nuevo a Von der Leyen: “Europa tiene que luchar. Por su lugar en un mundo en el que muchas grandes potencias son ambivalentes o abiertamente hostiles hacia Europa. Un mundo de ambiciones imperiales y guerras imperiales. Un mundo en el que las dependencias se instrumentalizan como arma de forma despiadada. Y es por todas estas razones por las que debe surgir una nueva Europa”.

¿Una nueva Europa, respetada por todas las naciones? Bien, pero ahora hace falta pasar de las palabras a los hechos. Y ése es un trabajo de todos. De nuestros líderes –aquellos que se sientan capaces de hacerlo, y no necesariamente la Comisión Europea–, que tienen que diseñar una estrategia ganadora. De los Gobiernos, que necesitan unir sus políticas y poner los recursos necesarios. De los militares, que deben prepararse para el combate con un enemigo que aprende de sus errores. De la industria, que necesita esforzarse más para dar a nuestros soldados cuanto necesiten. Y, por último, del pueblo soberano, que tiene la indelegable obligación de exigir resultados a todos los demás.

La única herramienta que tenemos los ciudadanos de a pie para contribuir a alumbrar esa nueva Europa es nuestra voz. Pero no es una herramienta débil, al contrario. Nuestra voz, informada y libre de complejos, es la varita mágica que puede convertir el eslabón débil de nuestra civilización en su más poderosa baza de cara a un futuro que, nos guste o no, no tardará en llegar.

Juan Rodríguez Garat es almirante retirado.

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