Bob Dylan: un clásico de la incertidumbre
Música
Con motivo de su visita a Sevilla este viernes y a Fuengirola el sábado, releemos 'Like a rolling stone. Bob Dylan en la encrucijada', un ensayo de Greil Marcus que ofrece una penetrante cavilación sobre la mística dylaniana
Consulte aquí el especial sobre el regreso de Bob Dylan a Andalucía
Sevilla/Alguien dijo que Bob Dylan es una de esas raras figuras que aparecen, con suerte, cada 400 años. Una afirmación hecha seguramente en trance y que en el mejor de los casos nadie entre nosotros tendrá la oportunidad de corroborar. Resulta en todo caso lógico que hayan corrido ríos de literatura sobre alguien que hace mucho, décadas, cruzó una misteriosa frontera y dejó de ser un gran artista, una formidable estrella, para convertirse en símbolo de la cultura del siglo XX.
Libros sobre Dylan, ya decimos, los hay a patadas. Para empezar, los que él mismo ha escrito, sus deliciosas y (pese al cripticismo biográfico) reveladoras Crónicas, o Tarántula, su delirante novela bañada en ácido. Nosotros guardamos un recuerdo especialmente gustoso de Like a rolling stone. Bob Dylan en la encrucijada, un breve pero muy enjundioso ensayo de Greil Marcus publicado en español en 2009 por la editorial Global Rhythm que es, todo a la vez, un minucioso análisis sobre dicha canción totémica, una reflexión sobre los misterios creativos que desembocaron en el tránsito de Dylan del folk a su etapa eléctrica y una crónica de una época que hoy sigue emitiendo un centelleo mítico.
Doscientas páginas escribió Marcus para demostrar que Like a rolling stone fue un accidente, es decir, algo que estuvo a punto de no suceder. Pero sucedió. Y desde entonces, junio de 1965, esa carismática melodía de órgano improvisada por Al Kooper, un guitarrista que técnicamente no sabía tocarlo, esos seis minutos y ocho segundos de sonido mercurial y de voz airada, cansada e irónica parecen existir, entre otras cosas, para validar la definición que Italo Calvino pensó para reconocer una obra clásica: algo que nunca termina de decir lo que quiere decir.
Género, emblema y tradición espontánea de la historia del rock en sí misma, la canción ha sido calificada por el propio Dylan como una "gran vomitona" y según las interpretaciones de los demás como filípica, epopeya, alegoría de un drama del inconsciente colectivo o llamada a una extraña revolución. Marcus se dedica en este libro a dejarse caer por toda esa malla de significados deslizantes sin temor a que su erudición inhiba el vuelo de las intuiciones, como ya hizo en Rastros de carmín (Anagrama), aquel magnético libro apenas disfrazado de historia del punk en donde la filosofía herética medieval, los cafés dadaístas, el anarquismo místico, el pensamiento situacionista y la mugre eléctrica de los Sex Pistols se explicaban como espasmos sociales surgidos de una misma falla de violencia atravesando los siglos.
De modo que el autor, en rigor más un crítico cultural que musical, habla efectivamente del trabajo concreto de Dylan, pero para insertarlo en un cuadro panorámico de toda una época en Estados Unidos, de la cual la canción -ahora legendaria y paradójicamente institucional- queda como huella del "último momento en que el país, de manera fundamental, podía haber cambiado para mejor"; un momento definido, apunta Marcus, por esa pequeña y molesta verdad esencial de Guy Debord, que "el confort nunca será lo bastante confortable para quienes buscan lo que no está en el mercado".
Greil Marcus asume otras perspectivas para acercarse a una canción que tiene también un alcance íntimo y universal por contener en su interior el temblor de ese punto de no retorno en el que "el juego de la vida se vuelve serio" y el pasado se convierte, de un modo a la vez angustiante y liberador, en "la piel gastada de una serpiente". "Como si él, o el mundo, le estuviera haciendo a ella [la mujer a la que el torrencial texto se dirige, ésa que parece "tan orgullosa" aunque "vaga sin hogar" y "contempla el vacío"] el favor de quitarle las ilusiones para que pueda vivir honestamente", escribe el autor recordando las palabras del músico Michael Pisaro.
Por supuesto, el ensayo tiene una dimensión más netamente musical. Like a rolling stone es el primer corte de Highway 61 Revisited, álbum cuyo título invoca la mística americana de la carretera a través de la vía que cruza el país desde el Golfo de México hasta la frontera canadiense, y que es oficialmente el primer disco rock de Dylan tras los chispazos que pueden detectarse ya en el anterior Bringing it all back home. Fue una profunda reinvención sonora pero no sólo: el disco y su gran bandera vinieron a demoler definitivamente esa limitada imagen del autor -para muchos aún en pie de todos modos- que lo representaba como cantautor protesta, bardo del pueblo y profeta de la insatisfacción generacional, ejemplificada en su paroxismo en Blowin' in the wind.
El mito de esta ruptura se consagró en realidad antes, durante una gira realizada antes del fin de la grabación de Highway 61 Revisited, que se publicaría en 1965. En esa serie de conciertos previos se prodijo el famoso incidente en el Festival de Newport, de cuya importancia da fe el hecho mismo de que diera pie a una de las más perdurables leyendas de la música popular del siglo XX: el que presenta a Pete Seeger, en el papel de iracundo y desesperado guardián de la tradición, tratando de parar el concierto del insolente jovenzuelo hacha en mano). A ese santuario folk, en un gesto típicamente dylaniano, volvería el artista 37 años después con peluca y barba postizas, disfrazado de profeta mendigo, envuelto en un aire de retranca tan rotunda que ni siquiera necesitó ser verbalizada.
Desde un punto de vista más íntimo, el músico considera Like a rolling stone el tema más "decisivo" de su carrera porque lo compuso "después de haber arrojado la toalla, de verdad, había dejado de cantar y tocar", admitió en una entrevista en 1966, donde añadió: "Nunca antes había escrito nada así y de repente me di cuenta de que eso era lo que tenía que hacer (...) Después de componerla ya no tenía interés en escribir una novela, o una obra de teatro. Ya tenía suficiente, quería escribir canciones. Porque se trataba de una nueva categoría. Es decir, que nadie antes había escrito canciones de verdad".
Así lo sintieron ciertamente él y muchos otros músicos, desde Frank Zappa, que se planteó dejar la música después de escucharla; a Sam Cooke, quien se inspiró de manera determinante en ella para uno de los monumentos del soul, A change is gonna come; pasando por Hendrix, Bob Marley o Springsteen, que viajaba en el coche con su padre y al descubrirla en la radio sintió "como si alguien hubiera abierto de una patada la puerta de tu mente". Incluso en Village People y Pet Shop Boys, grupos en teoría muy ajenos a los sortilegios del rock'n'roll, detecta Marcus huellas de la mística dylaniana.
El libro resulta también interesante por el retrato que realiza del Dylan angustiado por la repercusión de su obra y de su propia figura pública. La febril devoción que el músico causaba en aquella época "no le permitía ni un solo acto espontáneo". "Hambriento de símbolos, el mundo lo seguía a la espera de que tirase una colilla, y cuando lo hacía, la gente se abalanzaba hacia ella en busca de un significado. Da miedo pensar en lo que podían hallar", reflexiona en el libro Paul Nelson, un viejo amigo del cantante.
Hoy Dylan flota ya por encima de todas categorías, pero no deja de ser curioso que el legendariamente escurridizo Dylan alcanzase tal reputación de oráculo teniendo en cuenta que sus canciones siempre contuvieron más incertidumbre y ambigüedad que iluminaciones sentenciosas. En realidad, el libro de Marcus viene a demostrar, en última instancia, que el hecho de que este hombre haya llegado a viejo tras soportar esas monstruosas expectativas sin que en algún momento del viaje se le fuera por completo la cabeza es, con toda certeza, uno de sus méritos menos reconocidos.
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