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La escritora Silvia Hidalgo celebra el Premio Nobel de Literatura a Annie Ernaux

Annie Ernaux, antes de la rueda de prensa que ofreció en la sede de Gallimard en París.
Annie Ernaux, este jueves en la sede de Gallimard en París. / Christophe Petit Tesson / Efe
Silvia Hidalgo

06 de octubre 2022 - 19:18

Muchas escribimos una novela entera para esconder en ella una sola frase, ahí se concentra la historia que quisiéramos gritar. También, cuando nos atrevemos, contamos nuestras vergüenzas a medias, vivimos aterradas con que identifiquen a nuestros personajes o anécdotas con nosotras mismas, que nuestras debilidades sean expuestas y nuestra imagen distorsionada.

Annie Ernaux confesó que estuvo ahí, que escribir, de hecho, acabó entre otras cosas con su matrimonio. Leerla probablemente habrá acabado con alguno más. Iba a continuar diciendo que, a pesar de todo, “Annie decidió”, pero no creo que Annie decidiera nada, porque la escritura de Ernaux no es tan solo un ejercicio intelectual, uno elevadísimo, sino que su literatura solo puede ser fruto del más puro deseo.

Solo así se entiende esta euforia que nos recorre a todas las lectoras con este reconocimiento, porque su carrera traspasa los valores literarios, incuestionables a estas alturas. Annie lleva tejiendo una red entre nosotras desde su primer libro, y con cada uno haciéndola más fuerte y universal. Una red con retales hasta entonces invisibles, carentes de valor, guardados en trasteros por siglos, ninguneados porque representaban lo privado, lo doméstico, lo femenino y deshonroso; y Ernaux los exhibe desde donde lo hacen las grandes, desde la más absoluta pequeñez. Siempre humilde y vulnerable, en cada novela se nos presenta como una recién nacida, desnuda, mojada, todavía con restos de sangre, sin más pretensión que regalarnos, casi sacrificarnos, su mirada, su dolor y su memoria.

Y así la recibimos, especialmente las que nos sentimos constantemente unas mamarrachas, las que vivimos en esta continua contradicción de lo que significa ser una mujer mínimamente concienciada en su mundo, el nuestro, sin apenas opciones de evitar el error, y esperando, como la llamada de una buena amiga, su siguiente obra que nos absuelva.

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