Luz en los años negros

El cuaderno negro | Crítica

Fórcola recupera los escritos de François Mauriac durante la Ocupación alemana de Francia, cuando el autor católico se opuso al régimen de Vichy para sumarse a las filas de la Resistencia

François Mauriac (Burdeos, 1885-París, 1970).
François Mauriac (Burdeos, 1885-París, 1970).
Ignacio F. Garmendia

13 de marzo 2022 - 06:00

La ficha

El cuaderno negro. François Mauriac. Edición de Jean Touzot. Traducción de Ester Quirós. Prólogo de José Carlos Llop. 128 páginas. 20,50 euros

Como la de muchos otros escritores franceses de anteguerra, tan influyentes en su momento, la obra de François Mauriac ha quedado relegada al desván de las celebridades olvidadas, pese a haber ganado el Nobel de 1952 y ejercido como autoridad no sólo literaria hasta el final de su larga vida. En España, del mismo que la de otros autores católicos, estuvo muy presente en las bibliotecas de los años de la dictadura, cuyos lectores acaso se reconocieran, como sugiere José Carlos Llop, tanto en los retratos de la vida burguesa, moderadamente críticos, como en los conflictos religiosos de sus personajes. Puede que ya no se recuerde ni siquiera el relevante papel que desempeñó, tras la caída de Francia en poder de los nazis, como conciencia moral del país humillado, parangonable al de otros intelectuales –Camus, Éluard, Aragon, Vercors– que no sucumbieron a las razones e intereses del ocupante ni se pusieron de perfil o empezaron a levantar la voz, como Sartre, cuando vieron que la guerra estaba perdida para los alemanes. Y nada lo ilustra mejor que este librito hasta ahora inédito entre nosotros.

El ideario nazi, en todo opuesto a los valores cristianos, merece una condena contundente

Los escritos conocidos como "textos de la Ocupación" son el panfleto o libelo Le Cahier noir –publicado clandestinamente en 1943, bajo el seudónimo de Forez–, el artículo "La nación francesa tiene alma", las cartas cruzadas entre Mauriac y el dramaturgo y novelista inglés Charles Morgan, muy reputado en Francia, y las Páginas de un diario bajo la Ocupación –"dictadas por la cólera y por la esperanza"– que el propio autor reunió en sus Oeuvres complètes. La edición de Jean Touzot, hermosamente prologada por Llop, un excelente conocedor del periodo y del Burdeos natal de Mauriac, incluye un pequeño álbum de fotos y se cierra con dos poemas: la conmovedora Oda a Francia de Morgan, en versión de Amelia Pérez de Villar, y el famoso y emocionante Libertad de Éluard, traducido por Jesús Munárriz. Suponen, en conjunto, una carga de profundidad contra el mariscal Pétain, su pregonada revolución nacional y el Estado títere de Vichy, una pantomima teledirigida por los nazis cuyo criminal ideario, en todo opuesto a los valores cristianos, merece una condena contundente.

El escritor conservador comprendió pronto la amenaza que encarnaban los fascismos

Pese al efímero apoyo de juventud que había dispensado a Charles Maurras, el fundador de L'Action Française, exponente de la peor derecha patriotera, autoritaria y antisemita, Mauriac comprendió pronto la amenaza que encarnaban los fascismos. Como Bernanos, el gran autor de Los cementerios bajo la luna, también el bordelés, avergonzado de ver cómo la Iglesia se prestaba a justificar crímenes y matanzas, desmontó los argumentos de la cruzada y condenó sin ambages la acción de los sublevados en la Guerra Civil española. Firme apoyo del general De Gaulle, portavoz de la Francia libre, Mauriac formó parte activa de la Resistencia y de alguna manera ejemplificó con su non serviam la oposición de los católicos no acomodaticios a la siniestra Europa del Nuevo Orden. En un tono lúcido, combativo y apasionado, sin tampoco atender a los cantos de sirena de la izquierda revolucionaria, el buen "burgués airado", que no respondía en principio al tipo épico, impugnó de raíz la ideología nacional-socialista y la defección de quienes dentro de Francia la apoyaron o se rindieron a su empuje.

Mauriac no cede ni transige frente a los enemigos de la libertad y la democracia

Es ilustrativo comparar los contenidos del Cuaderno y las Páginas de un diario de Mauriac con los del Journal de otro premio Nobel, André Gide –que lo ganó en 1947, según se dijo en lugar del fallecido Valéry– por los mismos années noires. Donde el inmoralista mostraba una tibieza, por no llamarla complacencia, de la que él mismo se arrepentiría, el autor de las Landas –portador, escribe Llop, de "la luz de la herencia cristiana de Europa" frente a "la semilla negra del pensamiento nietzscheano"– se erigió en custodio de la dignidad, la justicia y el honor de la nación sometida, mancillada por muchos de sus compatriotas. Viniendo al presente, se hace inevitable relacionar el compromiso y la honestidad de Mauriac, admirable exponente del conservadurismo que no cede ni transige cuando se trata de plantar cara a los enemigos de la libertad y la democracia, con el peligro que representan, en la misma Francia y en otros países no sólo europeos, los ambiguos voceros de la oleada nacional populista.

El escritor en su dominio de Malagar.
El escritor en su dominio de Malagar.

Justicia y caridad

Durante los procesos posteriores –la llamada Épuration légale– a la liberación de Francia y la caída del régimen de Vichy, Mauriac polemizó con Albert Camus a propósito del trato que había que dispensar a los autores acusados de colaboracionismo. Desde las páginas de Le Figaro y Combat, respectivamente, ambos escritores, legítimos referentes de la genuina Resistencia –es decir la que tomó partido desde la primera hora–, defendieron posiciones distintas. Camus abogaba por la necesidad del castigo purificador, que permitiera a la nación renacer sin lastres. Mauriac, por el contrario, pedía clemencia en aras de la reconciliación. "En lo tocante a las purgas, cada vez que yo he hablado de justicia, el señor Mauriac ha hablado de caridad", escribe el primero, pero meses después del fusilamiento de Brasillach él mismo reconocería –"La palabra purga era cuestionable ya de buen principio. Su aplicación ha resultado odiosa"– que la venganza sistemática no llevaba a ninguna parte.

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