Alfredo Arrebola rastrea la huella flamenca en los versos de Lorca
El profesor y cantaor defiende que el poeta tomó de investigadores del siglo XIX como Rosario de Acuña y Núñez de Prado buena parte del léxico que confirió al arte 'jondo'
A estas alturas nadie duda de que, sin el flamenco, la obra de Federico García Lorca, especialmente en lo concerniente a la poesía, habría sido completamente distinta. Pero dada la abundante mitología existente al respecto, acuñada por el propio poeta con singular éxito, cabe considerar la necesidad de incorporar a tan fecunda relación un análisis científico riguroso que aclare, de una vez, por dónde van los tiros. El cantaor y profesor Alfredo Arrebola (Villanueva Mesía, Granada, 1935) se ha atrevido a sentar una base precisa en su último trabajo de investigación, El flamenco en la obra poética de Federico García Lorca, que presentó en el Congreso de Arte Flamenco celebrado recientemente en Málaga. En este libro, que incluye un CD con una selección de los cantes que este pionero en la divulgación del flamenco en la Universidad ha dedicado al de Fuente Vaqueros a partir de sus versos a lo largo de su trayectoria artística, Arrebola rastrea "la huella del flamenco en toda su obra poética" con cierto afán detectivesco, según explicó el mismo experto a este periódico.
Arrebola parte del evidente interés que el flamenco suscitó siempre en Lorca hasta el episodio clave de la celebración del Festival de Cante de Granada de 1922, que el poeta organizó junto a Manuel de Falla. "Lorca fue músico además de poeta y el flamenco le seducía especialmente como acervo cultural del pueblo andaluz", una riqueza que sabría aprovechar en el particular universo mitológico que eclosionaría en 1928 con la publicación del Romancero gitano. El mayor y más fructífero conocimiento que Lorca llegó a acuñar del flamenco lo acuñó sin embargo en la legendaria taberna granadina del Polinario, en el entorno de la Alhambra. A ella llegaron en busca del embrujo andaluz en los años 20 intelectuales de la talla de Pío Baroja, Théophile Gautier y Azorín, seducidos por la presencia habitual de cantaores como Manuel Torre, La Niña de los Peines y Antonio Chacón. Junto a ellos, Lorca se dejó conquistar por un arte cuya magia le resultaba idónea para su revolucionaria estética pero al que también quiso dotar de esencia académica.
Precisamente, es en la conferencia con la que Lorca presentó en Granada el Festival de Cante de 1922 donde Arrebola extrae los principales indicios de su tesis: para referirse al flamenco como realidad histórica además de popular, el granadino tomó términos e ideas de investigadores que ya habían hecho lo propio en el siglo XIX, como Rosario de Acuña y el periodista de Montilla Núñez de Prado, que ya en 1904 publicó su antología de Cantares andaluces. "De ellos extrajo el poeta términos que pasarían a la posteridad como propios del cosmos lorquiano, como el duende", explica Arrebola. Lorca tuvo sus fuentes, por tanto, aunque para el flamenco fue árbol y fuente al mismo tiempo.
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