Alfredo Fierro, la persona en el espejo

El escritor y catedrático resume su pensamiento en los libros 'Esto aprendí' y 'La vida, manual de uso'

El escritor Alfredo Fierro (Soria, 1936).
El escritor Alfredo Fierro (Soria, 1936).
Pablo Bujalance Málaga

28 de julio 2016 - 05:00

Comienza Alfredo Fierro (Soria, 1936) su libro Esto aprendí citando a Marco Aurelio: "Aprendí de mi abuelo..." Y, claro, nuestro hombre se da por aludido: "Aprendí de mi abuelo que sólo tenemos una vida, no dos, y que no se puede al mismo tiempo sorber y soplar. En una sola vida no se puede disfrutar de ir de sorpresa en sorpresa, de mujer en mujer, cada noche o cada año y disfrutar de la compañía placentera de una pareja única que te da algunas sorpresas, no muchas seguramente, pero nunca sobresaltos. Si tuvieras dos vidas, podrías emplear cada una en una opción y así probarla. Y sería fantástico disponer aún de una tercera vida para repetir la que más te hubiera complacido. Pero en esto de vivir no hay segundas oportunidades. Sólo se vive una vez". La apostilla a Marco Aurelio no es precisamente baladí en un pensador que sigue mirándose con determinación en su espejo humanista y que, con los años, continúa alumbrando obras necesarias e imprescindibles desde la Málaga en la que decidió instalarse a comienzos de los 80 (para fortuna decisiva de su universidad, en la que fue decano de la Facultad de Psicología y en la que actualmente figura como catedrático emérito de la misma disciplina). En sólo unos meses, Fierro ha publicado una nueva aproximación al hecho religioso en Historias del Dios (Anthropos), obra que, como sucedió con Después de Cristo (2012), permite al lector recuperar al gran filósofo de la religión que es también Alfredo Fierro (reconocido como tal en el canon europeo), aunque con un tono sorprendentemente familiar y doméstico; la colección de artículos Contra inhumanidad (El Toro Celeste); y dos ensayos lanzados por Huerga & Fierro especialmente relevantes por cuanto suponen, de alguna forma, un resumen de su pensamiento ligado especialmente a la experiencia y la praxis: el citado Esto aprendí y La vida, manual de uso. Sin reducir un ápice su exigencia intelectual, Fierro tienta al lector con hechuras de amistad, a la manera de Montaigne, extinta la aridez y en complicidad fecunda. Sin soltar a Marco Aurelio de la mano, Fierro reivindica su querencia humanista, que cristalizó de manera singular en su libro Heterodoxia (2006) y que aquí, como corresponde a la mayor sabiduría, prefiere darse.

Advierte Fierro de la naturaleza de Esto aprendí: no es una autobiografía, ni siquiera unas memorias. Y tiene razón: se trata más bien de una reivindicación que el profesor hace de sí mismo como aprendiz ("Aprendes enseñando", confiesa al respecto), a través de las lecturas que dejaron en su ánimo las huellas más hondas. Acontecen aquí Pascal, Unamuno, Sartre, Machado, Beckett, Pavic y, entre muchos otros, los maestros de la sospecha: Nietzsche, Marx y Freud. Pero también algunos proyectos que quedaron en el cajón, el enfriamiento de las sucesivas ideologías con el transcurrir del tiempo, del cristianismo al marxismo, y una máxima de deuda tan borgeana como cervantina: "Que otros se gloríen en lo que han vivido, han viajado, han hecho; que se ufanen por las personalidades que han conocido, con quienes se han codeado; que se complazcan en los amores felices que gozaron o en los infelices que sufrieron. Yo me gloriaré en aquello que aprendí, lo que he aprendido año a año, a veces daño a daño. Ni siquiera me gloriaré por ello; lo declararé con sencillez, desde la alcanzada veteranía -no presumiré de sabiduría-, por si a algún lector cómplice le vale de algo".

En cuanto a La vida, manual de uso, tal y como apunta su título encontramos una parodia de los libros de autoayuda que resulta ser, por causa y efecto de la re-acción, un verdadero compendio filosófico que devuelve a la materia su intención primera: la de ofrecer una guía orientadora para el saber vivir, el buen vivir, la clarificación de valores, opciones y conductas. Y se aparta el humanista Fierro del academicismo para brindar un libro como se brinda una mano tendida, con máximas como la siguiente, extraída de Sófocles: "De todas las calamidades, las que más han de sentirse son las que uno se procura por sí mismo". El espejo se mantiene intacto: es una persona lo que hay al otro lado.

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