Crítica de Danza

Ángeles pintados, demonios danzantes

Promete Azul Prusia, azul Berlín una inmersión en la figura y la obra de Marc Chagall, y justo esto es lo que presenta en escena. Sin embargo, el espectáculo de Ana Rando pone el foco especialmente en los años de juventud del pintor y se desplaza desde aquí hasta la muerte de su esposa en 1944, con lo que el montaje emplea al artista como instrumento para indagar en las posibilidades de la creación artística cuando todo, desde la persecución política hasta el desmoronamiento de la Historia pasando por la tragedia personal, se pone en contra. Eso sí, las referencias a la biografía de Chagall, tanto en su identidad judía (en una quizá abusiva exposición de música klezmer) como en sus orígenes rurales (con elementos dramáticos no exentos de humor), dirigen la atención del espectador siempre en los márgenes que comprende la vida del artista. Con una escenografía que crea interesantes diálogos entre los espacios bailados y los no bailados, merced a una iluminación certera en la creación de paisajes, la obra contiene momentos ciertamente hermosos, especialmente en las coreografías resueltas en el silencio, de una solvencia conmovedora. El cuarteto interpretativo hace gala de sus habilidades técnicas con registros bien equilibrados y virtuosos, sobre todo cuando convierten las reglas de la teatrodanza en un juego evocador del eterno azul de Chagall. Eso sí, un servidor echa de menos, especialmente en momentos puntuales como el duelo del pintor con la autoridad opresora, un tono más valiente, con más contacto, menos empeñado en lo plástico y más sustentado en la carne, en el cuerpo, en la manifestación violenta (sí, violenta) del enfrentamiento. Le habría venido de perlas a este Azul Prusia, azul Berlín más atrevimiento, más límites vulnerados, menos ángeles y más demonios. Creo que Chagall, y sobre todo su siglo, pedían un leve hilo de sangre en los labios.

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