Antonio Rosas: de taconear sobre un tablao en Pizarra a hacer ballet en Europa del Este
El joven pizarreño es bailarín clásico en la State Opera Plovdiv de Bulgaria
Regreso a Albión
La primera vez que Antonio Rosas puso un pie en la ciudad de Plovdiv, desconfió. Alejada de las grandes capitales europeas de la danza, no entraba en sus planes ingresar en una compañía búlgara. Pero la realidad lo obligaba a probar suerte. Tras ver cómo la mayoría de sus compañeros había colgado las zapatillas por el camino, él lo tenía claro. Si quería cumplir su sueño y convertirse en bailarín clásico, debía marchar.
Antonio había bailado flamenco en su pueblo desde que tenía uso de razón. Aunque no fue hasta que dejó Pizarra y se trasladó a Málaga capital cuando empezó a plantearse que aquello podía convertirse en algo más que un pasatiempo. También que ansiaba aprender otros estilos.
Pero nadie pudo prever que un conservatorio provincial no era la mejor forma de lograrlo. Y, después de recibir una infinidad de clases de técnica, se decepcionó. “Veía como los alumnos salían sin haber pisado apenas un escenario, muchos iban directos a estudiar pedagogía y coreografía; estaba enfocado para ser profesor, no bailarín”. No era el camino.
Así que, apenas cumplidos los 19 años, lo dejó todo y puso rumbo a Madrid. “Cuando llegué, tenía muchas ganas, pero no sabía hacer ni media cosa bien; la clave fue la constancia, pensar: quiero, quiero y quiero”. Trazó una agenda frenética y se propuso cumplirla a rajatabla: por las mañanas acudiría al nuevo conservatorio y por las tardes, a una escuela privada; durante una temporada, además, le sumaría un trabajo a tiempo parcial en Ikea y el estudio diario de sus manuales de Económicas de la UNED.
“Con el esfuerzo, mi cuerpo empezó a transformarse, a mejorar, aunque lo realmente complicado fue cambiar el chip: creía que no iba a poder”. Su disciplina, sin embargo, daría frutos muy pronto: “Me dijeron: si quieres bailar, puedes hacerlo; hay gente con peores condiciones y pies que lo ha conseguido”.
Destacaba en la escuela, promocionaba en la tienda, estudiaba por las noches… Pero, aún lejos de su objetivo, supo que tenía que hacer algo más. Era el momento de hacer audiciones.
Viajó a Praga, a Viena, a Varsovia… Todo, ante la crítica de sus padres, que no entendían por qué seguía “empeñado en bailar” tras su buen rendimiento en la empresa. Un sentimiento que se intensificó cuando, después de algunas pruebas, varias compañías le cerraron las puertas.
Y, sin saber muy bien cómo, llegó a Plovdiv, vio unas ofertas para trabajar con Leo Mujić y Stefano Poda y no se lo pensó. “Al principio, sentía mucho rechazo por Bulgaria como teatro… Me habían dicho que era demasiado clásico, y yo, aunque tengo esa formación, prefiero el neoclásico y el contemporáneo. El lago de los cines o El cascanueces no lo es todo”.
Cansado de cosechar negativas, se propuso algo: haría la prueba con absoluta calma y, si no conseguía el contrato, marcharía a Berlín a disfrutar de la danza para después alejarse de ella. Pero lo logró.
“Había llegado al sitio que quería”. Ahora, Antonio ha hecho realidad su sueño. Interpreta obras de todos los estilos. Desde Quijote a Evita, pasando por Ana Karenina o Grease. Y lo hace ante una media de 3.000 espectadores en el Teatro Romano de la State Ópera Plovdiv.
Con el tiempo, planea volver a su tierra. Aún no sabe si como profesor, coreógrafo o al frente de una pequeña compañía. “Lo que me mueve es llevar a mi ciudad todo lo que he aprendido fuera”. Quiere dar a Málaga todo lo que ella no pudo.
También te puede interesar