Cultura

'Busto de mujer', el enigma Dora Maar

  • 'BUSTO DE MUJER CON LOS BRAZOS CRUZADOS DETRÁS DE LA CABEZA' Royan, 7 de noviembre de 1939. Óleo sobre lienzo. 81 x 65 cm. Donación de Christine Ruiz-Picasso. 'Málaga hoy' presenta a sus lectores, una por una, las 155 obras de Pablo Picasso que componen la importante colección permanente del Museo Picasso Málaga, legado fundamental del artista

COMO en un negativo fotográfico, a menudo la verdad no puede conocerse sin el enigma que la sostiene. En buena medida, Dora Maar fue el otro oscuro que aprovechó Picasso para someter a sus musas, él, en cuya alma muchos otros oscuros se hacían y deshacían con la ira de la que sólo los hombres son capaces. Picasso pintó a Dora Maar de muchas maneras, como quien besa a un ángel o como quien fustiga a la bestia. El Museo Picasso Málaga presenta en su colección uno de los retratos imprescindibles, Busto de mujer con los brazos cruzados detrás de la cabeza, estallido visceral de formas, ángulos, puntos de vista, colores y trazos. Como quisieron otros genios, desde Stravinsky a Le Corbusier, tras la geometría y su ruptura nació la mujer.

Dora Maar, fotógrafa y pintora, artista como Picasso, compartió siete años de su vida con el malagueño desde 1936. Se convirtió así en su compañera a lo largo del infierno, el que condujo desde el estallido de la Guerra Civil española hasta los horrores de la Segunda Guerra Mundial, con la ocupación de París travestida en fin del mundo. La francesa, de origen croata, había mantenido una breve relación con Georges Bataille, el desquiciado erotómano, con quien gustó las excelencias y abismos del sexo en los terrenos que no conocen límites. Cuando se conocieron, Picasso tenía 55 años. Ella tenía veinte menos, pero su experiencia ya la había hecho cómplice de la eternidad. Un animal para el otro. La guerra, la sublimación absoluta de la razón que elimina a la persona instaurada en Europa, exigía del pintor un arte nuevo que significara en medio de la catástrofe. Dora Maar fue el cómplice idóneo, el alter ego perfecto. La mano firme necesaria para no descender solo a los imperios del Hades.

En este Busto de mujer, Dora Maar aparece como una odalisca, en una postura ganada para la pintura ya desde los albores de la Historia del Arte. Para quien mira puede estar de pie, pero también tumbada, seductora de cualquier manera, con una anatomía desplegada en un ejercicio de sensualidad. Sobrecoge de inmediato la forma con la que Picasso reconstruye a su musa, en una representación libre del tiempo y el espacio: el cuerpo es un juego de piezas ensambladas desde vértices radicalmente contrarios, mirado desde todos los ángulos imaginables, asumidos en un big bang que libera la energía contenida en el primer átomo hasta purificar un universo de infinita sinergia. El cuerpo, como el espíritu, es una quimera inalcanzable. Dora Maar es una mujer imposible. San Pablo queda en entredicho: el cuello se rebela contra el pecho y la cabellera ansía imponerse a los brazos. Las orejas, ridículas, como trazos de simples ochos que se han dejado caer desde el pincel, aportan el toque infantil que radicaliza aún más el conjunto. Sólo se puede mirar desde la rabia. La comprensión, en cambio, requiere la sumisión absoluta al genio. Hágase tu voluntad. Hay una fuerza y una fragilidad. La humanidad se exhibe impúdica hasta sus últimas consecuencias. Si Bataille creía haber llevado a Dora Maar al éxtasis en la cama, Picasso la ha devuelto a la tierra, entera y altísima. Sólo los pasteles suaves sobre el lienzo, con un fondo azul que invoca al mar y al cielo, relajan la dureza de la figura.

En 1943, en plena dominación nazi, Picasso conoció a François Gillot, veinte años más joven que Maar. El malagueño se enamoró perdidamente de la juventud y se aferró a ella como última esperanza frente a la muerte. Dora Maar enloqueció de celos e ingresó en un psiquiátrico víctima de una depresión. Picasso confirmó que estaba loca, y ella, antes de su muerte, le dio la razón: "Yo no fui la amante de Picasso; él sólo fue mi amo". Sólo uno de los dos podía ganar.

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