Caballo de Troya

Arte

Pantagruélico, excesivo, escatológico y voraz, Jonathan Meese presenta en el CAC Málaga una libérrima recreación de 'lo alemán' en la que se citan desde Calígula hasta los labios de Scarlett Johansson

Jonathan Meese emula a Jesucristo (tal vez) frente a uno de sus murales, en el CAC Málaga.
Juan Francisco Rueda

25 de mayo 2010 - 05:00

He aquí, ante todo, un pintor alemán. O contra-alemán, según se mire. Un artista que se embriaga, empacha y vomita -sí, es tan pantagruélico como escatológico, tan excesivo como abyecto- los rasgos identitarios de lo alemán para hacerlos saltar por los aires, de ahí la posibilidad de usar el prefijo contra. Meese revisita y sintetiza con la violencia, expresividad y patetismo propios de esas latitudes las claves asignadas secularmente a lo germano hasta llevarlas a su desbordamiento y trascendental catarsis vía repulsión, vía comicidad: la tradición, la cultura, la propia historia del arte o las mitologías teutonas, tanto la más cercana, la nórdica, como la que se rescató y se hizo propia, la clásica o antigua, especialmente la griega. ¿Acaso no debemos a los alemanes el ideal y el constructo de lo griego?

He aquí, por tanto, una suerte de caballo de Troya, un regalo envenenado que sin necesidad del disimulo y la nocturnidad, se introduce en los espacios del arte y perpetra un furibundo ataque, aunque hay ataques que reconcilian. A lo largo de la historia del arte han existido numerosos caballos de troya, tanto como autores que han jugado a interpretar personajes disipando las fronteras de la vida y el arte. Meese, quien constantemente se autorrepresenta con fotos intervenidas y aplicadas en sus gigantescas telas y en las que se disfraza y altera su identidad, interpreta muchos papeles, pero el más significativo es el de un ridículo Hitler, cuya estética y universo nazi de cruces de hierro y gamadas traspasa a la pintura, la escultura y la cerámica. Nada es gratuito en Meese: el corte militar de su gabardina, la gorra de plato o su sempiterna chamarreta Adidas, la cual supone un símbolo de cercanía y superación de lo nazi, ya que su creador (Adi Dassler) se afilió al nazismo y paradójicamente calzó a un Jesse Owens que, ante el fürher, superó a los atletas arios en Berlín 1936.

Artista que suma pintura y escultura -verdaderamente apabullantes- en opresivas instalaciones y ambientes, Meese es, como decimos, un artista performativo que deja constancia de sus acciones en vídeo y en los textos que redacta y de los que se vale para sus intervenciones. Si en lo pictórico los lazos son evidentes con el neoexpresionismo alemán (Los Nuevos Salvajes), postrera manifestación de constantes como el dramatismo, la violencia y el patetismo en la pintura germánica de la Baja Edad Media, del Renacimiento o del expresionismo de inicios del XX, en la performance, por lo general grotescamente hitleriana, se muestra cómicamente mesiánico; si no fuera por el tono tan antagónico, sería fácil ponerlo en relación con Beuys más allá de su compartida nacionalidad. En sus performances, mitad profeta mitad dictador -de ahí la megalomanía y el aparato con el que se rodea-, nos anuncia, con manifiesto de por medio, la venidera llegada de la Dictadura del Arte como un estado de plenitud y salvación, tanto, casi, como los sensuales labios de Scarlett Johansson, de los que hace verdadera apología. Todo cabe en el totum revolutum de Meese: los labios de la Johansson y alusiones a la historia y la historia del arte, la alta y la baja cultura, los materiales extra-artísticos y otros privilegiados como el bronce, lo profano y lo sagrado, el sexo y la muerte, cruces y falos, lo verbal y los fluidos corporales, Dios y dioses, apóstoles y feladoras maría magdalenas junto a héroes clásicos, mitos germanos o malvados de la historia. Todo es verdaderamente excesivo, y además todo, como dice el propio artista, es discernible por su fealdad.

Pero no debemos dejarnos llevar en exclusiva por esa pretendida vis mesiánica, cómica o disparatadamente iluminada. Detrás de ese histriónico Meese, por momentos risible y por momentos exorcista de episodios dramáticos y totalitarismos del XX, no sólo hay pose, irreverencia o espectáculo. Del manifiesto redactado para esta ocasión se desprende una serie de cuestiones capitales que, indudablemente, lo cómico oculta. Debates seculares en torno al arte que se dan en la tradición alemana; a saber, el valor deformador de la cultura en paralelo a la idealizada pureza de lo primigenio o la consideración de la praxis artística como un ejercicio lúdico, entre otros.

Así, Meese parece que de modo paródico y paradójico busca una suerte de catarsis: ante el aluvión de imágenes, de texturas, de lo expresivo y matérico, de inventadas palabras de raíces reconocibles y desinencias disparatadas y, sobre todo, de la violencia de su imaginería y de los acontecimientos históricos que recoge, pareciese que de tanta saturación y densificación acaban por perder, por superar, ese contenido referencialmente traumático. No deja de ser irónico, y tal vez contra-alemán, que lo torturado, lo patético, la problemática relación con la historia y los monstruos del solar y la tradición germanas sean superados por su exuberante obra o por una carcajada.

¿Podríamos entender el ejercicio del arte como liberación no sólo para el artista sino para la comunidad?¿Es ésa la anhelada dictadura que nos anuncia el personaje de Meese? Si tanto la belleza como el arte eran para Schiller vías para mejorarnos -perdonen la simpleza- y cicatrizar nuestras heridas abiertas con el orden natural, cabría preguntarse si no anida en Meese esa intención de que el contacto con la violencia, lo abrumador y lo grotesco pudieran reparar las heridas con la historia. O como el propio artista dice: "el arte no produce violencia real". Otra cosa es que atienda a ella, como los casos que toma: el Hagen que en el Cantar de los Nibelungos asesina a Sigfrido; el asesino compulsivo Calígula (personificado por un Meese erecto); Hitler; Stalin; Clemente V; la corte de guerreros bárbaros en cerámica; o Drusilla, la contumaz hija de Calígula, representada aquí por collages de las niñas que pintaba Balthus, siniestras tras esa aparente dulzura e inocencia, de violencia reprimida y sexualidad contenida, rememoraciones de la Simone de Historia del ojo de Bataille.

'3xC = Circussys Ceramicussus Caligolossoz (Once upon a time in Fort Knoxoz)' CAC Málaga C/ Alemania, s/n Hasta el 20 de junio

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