Caricia de lo efímero

Tras la edición de 'Madame de...', Versus reincide con Max Ophüls en otra extraordinaria y cuidada cata a su mejor cine

Instante del frenético y embarazoso baile de 'La máscara'.

06 de diciembre 2009 - 05:00

De Laronda a LolaMontes Ophüls tanteó el milagro por el que el cine es capaz de reflejar la vida en instantes que se desgajan, no se sabe cómo, de las esclavitudes de la gramática y la propia dinámica insensible del registro. Ophüls ha quedado para muchos en virtuoso manierista, triunfante en ese interregno de demiurgos y marionetistas que escenificaban el juego representativo antes de la abrasadora arremetida moderna, pero dudamos que sea en el espesor de la escritura donde se encuentre el valor de su incalculable aportación expresiva; mejor admirar, cabizbajos, los hallazgos que nacen de un hecho imposible de definir: la tremenda exactitud de su puesta en escena. Si su cámara es ese reconocido móvil perpetuo que flota etéreo entre cuerpos y objetos, lo que nos desmonta viene determinado por los efectos que produce su nunca gratuito movimiento. Todo fluye aquí, pero porque los temas requieren esa circulación de la mirada que quiere ir más allá del lenguaje a la hora de interponerse entre las corrientes del amor.

Elplacer (1952) es el tesoro del Ophüls de madurez, un filme que encontró en la literatura corta e incisiva de Guy de Maupassant una potable fuente de gravedad y ligereza. Dos cortos (La máscara y La modelo) arropan aquí a un mediometraje (La casa Tellier), dos historias trágicas alrededor de un oasis de alegre melancolía que tuvieron a Ophüls ejerciendo la profesión dentro y fuera de su hábitat conocido, el estudio, lo que hizo saltar por los aires, de paso, su perfil de cineasta bajo techo (como decíamos antes, en Ophüls se trata, creemos, de una medidísima conjura del azar, no del despliegue de un director de la imagen). Lamáscara es, en cierta medida, una coda a la pasión finisecular del cineasta, una milagrosa decantación de los temas desarrollados en Laronda y Madamede... Aquí, entonces, se trata de escenificar de nuevo esa pasión rutilante y expansiva tras la que se agazapa el vacío, las solitarias bambalinas de una representación que sólo se nutre de la obsesiva memoria. En el corto sketch, que tiene su punctum en la inolvidable irrupción del hombre-autómata en la pista, se retoma el tema (tan austriaco) del baile circular como narcótico frente a la realidad que se desmorona, y se presenta el primer gran personaje femenino de Elplacer, esa mujer mayor que repasa su vida de casada con "la máscara" mientras ejecuta una sucesión de pregnantes gestos que muestran la verdadera dimensión de sus palabras.

LacasaTellier es el corazón de Elplacer, la partida de campo de Ophüls, quien, a veces muy cerca del diálogo que establecieran Renoir y Maupassant, reúne tesoros de puesta en escena con los propios del privilegiado observador que sabe ponerse del lado de la realidad en espera de sus dones: es esa facilidad intransferible que le hace conocer el momento en el que un actor debe decir su frase o mirar al suelo, o simplemente caminar de una determinada manera. LacasaTellier, que se abre con el famoso travelling que recorre la fachada del burdel cuya sorpresiva y temporal clausura pondrá al descubierto la fragilidad de la paz en la sociedad masculina, hipócrita y bienpensante, cuenta un viaje en espiral, siendo la llegada la que ilumina el sutil movimiento de la tectónica sentimental entre los personajes.

Finalmente Lamodelo, donde se encuentra el gesto técnico más impresionante del filme, es, en el tránsito de ese pico expresivo hacia la línea horizontal de una playa, la constatación de que la felicidad no tiene por qué ser alegre.

Director Max Ophüls. Con Claude Dauphin, Gaby Morlay, Madeleine Renaud, Ginette Leclerc, Mila Parély, Danielle Darrieux. Versus.

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