Carlos Barral, autor y personaje
La revista 'Campo de Agramante', de la Fundación Caballero Bonald, dedica un homenaje al editor y poeta, una de las figuras fundamentales de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX
El barcelonés Carlos Barral no fue sólo el editor más admirado y relevante de la segunda mitad del siglo XX, un intelectual dotado de un agudo olfato que apostó por autores como Mario Vargas Llosa, Juan Marsé o Luis Martín Santos, e introdujo en España títulos imprescindibles de la literatura contemporánea. Su talento también se vislumbró en su extraordinaria obra poética, surcada por una de las voces más herméticas y sugerentes de la Promoción de los 50, o en su faceta de memorialista, una de las cimas de su producción literaria, desde la que tomó el pulso como nadie, con lenguaje exquisito y notable capacidad de observación, al tiempo que le tocó vivir y a los compañeros de viaje. Barral llamaba, además, la atención por otros rasgos: era un hombre carismático y contradictorio, que proyectaba en los demás una impresión de seguridad, que defendió un personaje cuya teatralidad, según sus allegados, advertía en ocasiones él mismo con cierta extrañeza.
La revista Campo de Agramante, editada por la Fundación Caballero Bonald, reivindica en su último número el papel destacado que desempeñó Barral en la cultura española. El propio Caballero Bonald, autor del primer artículo de este amplio monográfico, defiende que "Barral, con Ferrater y Gil de Biedma, formaban el más eminente triunvirato de la literatura peninsular de mediados del siglo XX. Doctos, seductores, petulantes, fundaron a mi entender un núcleo de especial relevancia en la regeneración cultural del país". El autor de Manual de infractores señala "la significación global de una obra" que ejemplifica "el cultivo de las ciencias humanas del último medio siglo" y que podría enmarcarse "sin ningún perceptible desnivel en la mejor tradición literaria europea". Bonald ilustra con una anécdota la categoría alcanzada por el editor y poeta: recuerda con humor que cuando Vázquez Montalbán "veía venir por la calle a Barral o Gil de Biedma, cruzaba a la acera de enfrente para no correr el riesgo de tropezar con la literatura".
Según Alberto Oliart, la verdadera vocación de Barral era el ejercicio del verso, y "no lejos de su final me dijo que lo que a él realmente le importaba era escribir poemas". Su lírica no era una propuesta accesible, tal como apunta Oliart: "Nunca lo fue; sus antecedentes mallarmeanos, su retórica, a menudo barroca, influencia de Bocangel y Góngora, luego de Rilke y Valéry y más tarde de Cátulo y Propercio, su conceptualismo, convierten su poesía, en la forma y en el fondo, en una poesía difícil de penetrar para el lector".
Campo de Agramante también destaca la "capacidad innovadora y rupturista" de la obra memorialística de Carlos Barral, desplegada en los volúmenes Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces. Él fue el primero, según Anna Caballé, en romper "la inercia decimonónica que parecía implícita en el género" de "asociar la evocación de la propia vida a la vejez", y se anticipó igualmente a otros coetáneos al narrar "la rebelión de unos jóvenes -una rebelión intelectualmente densa, agresiva y autosuficiente- contra los viejos mandarines culturales, políticos y sociales de la España postbélica".
La revista dirigida por Jesús Fernández Palacios recompone la figura polifacética de Barral a través de las semblanzas que proponen diversos autores, entre ellos Luis García Montero, Carme Riera, Rosa Regás y J. J. Armas Marcelo. Regás trabajó siete años en Seix Barral, y en esa etapa la escritora aprendió "una serie de cosas que me han ayudado a lo largo de toda la vida. La principal fue encontrarle placer al trabajo, un trabajo que vivíamos todos los días con nuevos proyectos, dedicación al fondo editorial, intentos de promoción, lucha contra prohibiciones y censuras, compromiso en la edición y en la vida", y el contacto con autores de numerosos países que indicaban que "otro mundo era posible, al menos en literatura".
En su texto, Armas Marcelo desmiente uno de los rumores que con mayor frecuencia se vinculan al editor: que rechazara el manuscrito de Cien años de soledad. El autor canario reconoce que Barral prefirió "siempre" a Vargas Llosa, pero no cree que "no se tomara en serio" al novelista colombiano. Su teoría es que la agente Carmen Balcells envió el original en una fecha equivocada. Barral "tenía la manía escolar de tomar vacaciones en el mismo instante en que las tomaban sus hijos", vacaciones que "podían durar de tres a cuatro meses". Según parece, la obra "descansó en el sopor de un verano en la casa de Calafell" hasta que terminaron los plazos que Balcells había concedido a Carlos Barral, y "el gran despiste se convirtió en noticia mayor hasta hoy, el tiempo en que muchos seguimos discutiendo lo que realmente pasó con aquel affaire que tal vez nunca existió tal como se ha contado".
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