Cultura

El Carmen Thyssen reivindica la modernidad de Francisco Iturrino

  • El museo inauguró ayer la exposición 'La furia del color', con 56 obras en las que el pintor santanderino dialoga con contemporáneos como Matisse, Zuloaga, Regoyos y Echevarría

El Carmen Thyssen reivindica la modernidad de Francisco Iturrino

El Carmen Thyssen reivindica la modernidad de Francisco Iturrino

No es el pintor santanderino Francisco Iturrino (1864-1924) un desconocido para el visitante del Museo Carmen Thyssen. La colección del centro malagueño reúne tres cuadros bien representativos del artista que, de hecho, constituyen toda una cima del legado conservado en el Palacio de Villalón: Feria del Mercado de Salamanca (1898), Dos gitanas (1903) y El baño (Sevilla) (1908) ofrecen una síntesis de la evolución estética del artista, muy vinculado a Málaga y especialmente comprometido con las vanguardias europeas que aprendió, adquirió y desarrolló en primera persona, merced a una existencia nómada que le permitió codearse con algunos de los mayores protagonistas de su tiempo en lo que al arte se refiere. Llegó a profetizar el mismísimo Matisse que Iturrino no sólo sería valorado en el futuro, sino que además sería reconocido como progenitor por derecho de los episodios artísticos que habrían de venir. Sin embargo, muy a pesar de la adscripción del artista a la modernidad, los cánones y listados historiográficos han sido por lo general injustos con su obra, si bien es cierto que la continua 'transición' en la que Iturrino confundió vida y arte dificultan su asentamiento en una categoría determinada. Ahora, el mismo Museo Carmen Thyssen reivindica a Iturrino como verdadero adalid de la modernidad en España con su exposición La furia del color, que se inauguró ayer y que podrá visitarse hasta el próximo 3 de marzo.

La furia del color. Francisco Iturrino (1864-1924) es un proyecto comisariado por la directora artística del Museo Carmen Thyssen, Lourdes Moreno, y organizado con la colaboración de la Fundación Cajasol y la Obra Social La Caixa. En la concurrida presentación celebrada ayer ante los medios intervinieron el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre; el presidente de la Fundación Cajasol, Antonio Pulido; el director territorial de Caixabank, Juan Ignacio Zafra, y la citada Lourdes Moreno, que brindó las líneas maestras de la exposición. La muestra se compone de un total de 56 obras, de las que 39 corresponden a Iturrino y 17 a otros 12 artistas, entre ellos Matisse, Derain, Maurice de Vlaminck, Zuloaga, Anglada-Camarasa, Regoyos, Nonell, Juan de Echevarría, Vázquez Díaz, Ismael Smith, Fernando de Amárica y Manuel Ortiz de Zárate. Por el diálogo que brinda a varias voces con Iturrino como protagonista, La furia del color es una exposición de carácter inédito, lo que reviste especial interés, tal y como explicó Moreno, "por la dificultad a la hora de organizar un proyecto así dada la trayectoria vital de Iturrino, que vivió permanentemente a caballo entre varias ciudades". La muestra incide en la admiración y amistad que el pintor ganó de mano de muchos de sus contemporáneos; tanto, que es un retrato del artista realizado por Derain en 1914 el que recibe al visitante en las salas de exposiciones temporales del Museo Carmen Thyssen. Aunque nació en Santander, Iturrino fue reclamado ya en su juventud por su familia en el País Vasco para que se incorporara al próspero negocio metalúrgico de sus mayores, pero sus inquietudes artísticas le condujeron en 1895 hasta París, donde residió con cierta regularidad hasta 1911. "Allí entró de lleno en el fauvismo y conoció a algunos de los principales exponentes del movimiento, como Matisse y Derain", apuntó Lourdes Moreno, quien señaló que el título de la exposición, La furia del color, evoca ya de manera intencionada la querencia fauvista que Iturrino expresó a través del trazo y la luz. La primera sección de la muestra está dedicada a estos años, en los que el artista llegó a conocer a Picasso: fue en el mismo París, en 1901, en una exposición colectiva: "Picasso llegó a hacerle un retrato, pero lo borró algunos años después para emplear el lienzo en otra obra de su etapa azul", explicó Moreno, quien recordó que también durante estos años mantuvo Iturrino un especial contacto con Darío de Regoyos en Bruselas que a la postre resultó determinante en su evolución pictórica.

De Regoyos es así uno de los protagonistas de la segunda sección de la exposición, que da cuenta además de las estancias esporádicas que Iturrino mantuvo en Sevilla, donde conoció a Zuloaga (en 1902) y al propio Matisse (en 1908), en un encuentro que tuvo consecuencias proverbiales: ambos decidieron viajar desde Sevilla hasta Tánger, ocasión que les permitió abrazar sin reparos la corriente del orientalismo que ya causaba verdadero furor en Francia. En este momento, Iturrino se inclina a la representación de la mujer "en plena libertad, como un ser creativo y dueño de sí, y a la vez dotado de cierto exotismo, a la manera de Gauguin", según Moreno. Especial interés tiene para los malagueños la tercera sección de la exposición, dedicada al vínculo que Iturrino trenzó con la Costa del Sol: en 1913, después del ingreso de su mujer en un psiquiátrico en Mondragón, el pintor se instaló en el Jardín Botánico de la Concepción invitado por quienes entonces eran sus propietarios, el industrial bilbaíno Rafael Echeverría y su esposa, Amalia Echevarrieta. Aquí encontró Iturrino su Edén particular, y de hecho sus visitas al jardín fueron habituales hasta su muerte. Convertido ya en un pintor en plenitud, el santanderino prestó primero especial atención a la variedad floral del entorno pero no tardó en introducir en el mismo sus figuras femeninas, ya en disposición abiertamente erótica, tal y como se percibe en los cuadros reunidos ahora por primera vez en diálogo con otras representaciones de jardines de pintores como Fernando de Amárica e Ismael Smith. Completa la exposición una sección especial en la colección permanente, a la que se podrá acceder con la entrada a la muestra temporal, protagonizada por dos de los cuadros de Iturrino aquí conservados, Feria del Mercado de Salamanca y Dos gitanas (también en diálogo con Zuloaga y Gutiérrez Solana, entre otros). El tercero, El baño, ha sido trasladado para la ocasión a la exposición temporal.

Los lienzos presentados en la colección permanente dentro del mismo proyecto proponen una mirada singular al concepto de la España negra, de cuyo alumbramiento fue Iturrino testigo directo. Amigo personal de Miguel de Unamuno y Gómez de la Serna (quien lo bautizó como "el pintor del norte más meridional"), el pintor fue también a su manera un exponente de la Generación del 98, aunque en su sentido muy particular: en su recreación del lenguaje casticista, Iturrino buscó la luz, el color y la exaltación de la vida propias del Mediterráneo, más como quimeras perdidas que como anhelos encontrados. "No llegó a ser un transgresor, pero sin su aportación la historia de la modernidad en el arte español habría sido muy distinta", sostiene Lourdes Moreno. Ahora, al fin, Iturrino queda al alcance de la mano en toda su extensión y acompañado de los suyos.

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